En un principio solo había puestos de diarios, de flores y lustradores de zapatos. Después llegaron los que ofrecían “el pancho y la Coca” a unos pocos pesos, en sus precarias heladeritas de telgopor. Hoy la venta callejera es una verdadera “industria” que a pesar de no estar regulada por ninguna ley específica, ya forma parte del paisaje cotidiano de la Ciudad y factura millones de pesos al año.
Un relevamiento realizado a fines de noviembre de 2006 por la Cámara Argentina de Comercio indica que el 50 % de las principales arterias comerciales de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra afectado por la venta ilegal. Las cifras de recaudación no son menos sorprendentes. Se estima que cada puesto factura cerca de 72 mil pesos por año. Y las ganancias totales de los cerca de 1.200 puestos ubicados en distintos puntos de la ciudad, sería de unos 800 millones de pesos, según datos presentados en el último informe de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa, realizado a fines de noviembre de 2005.
Las estaciones terminales como Once, Retiro y Constitución son sitios estratégicos donde se concentra gran parte del negocio. Una inimaginable variedad de anteojos de sol, ojotas, cremas de aloe vera, relojes despertadores, plantas, enchufes, medias y ropa interior, juguetes a pila y de peluche, velas, estuches porta celulares, maquillajes, fundas para DNI... La lista de productos continúa y en un par de cuadras se encuentran estos mercados al aire libre, en los que se puede comprar casi de todo.
Los dueños de la calle. Excepto para el despacho de alimentos y bebidas, regido por la ley 1.166, existe un vacío legal respecto a la venta callejera en la Ciudad. Y a pesar de que en este negocio no hay reglamentos internos y la mayoría de los trabajadores está en negro y sin contrato, hay normas tácitas que todos cumplen sin cuestionarlas.
Detrás de la aparente improvisación de quienes salen a la calle a vender, funcionan verdaderas organizaciones. Si bien se los conoce como vendedores ambulantes, la mayoría instala sus caballetes, cajones o estructuras metálicas en un punto fijo, en el que se mantiene las 24 horas. Nunca abandonan la posición, para que les roben el lugar. Por jornadas de un mínimo de 12 horas los vendedores reciben entre 10 y 20 pesos por día, de acuerdo al valor de los productos que tengan a cargo.
Además cada “empleado” es sometido a un control de existencia y tiene que rendir cuentas al final de día con los “titulares”. También entre quienes lideran el negocio hay reglas. Cada uno de ellos instala puestos dedicados a un determinado rubro. Así está quien maneja la venta de panificados, chipás y facturas, el que se dedica a los artículos varios - traídos de Paraguay- y los que tienen puestos en La Salada (ver recuadro) y traen ropa y zapatillas para comercializar en la ciudad.
La mayoría de los titulares tiene excelentes relaciones con los miembros de la comisaría de la zona y se maneja por celular con sus vendedores. Algunos controlan de cerca lo que ocurre en el lugar, y otros, más comprometidos, se instalan en camionetas ubicadas en lugares estratégicos, pero listas para salir de apuro si es necesario. Aunque a veces, muy pocas veces, el escape puede fallar.
A mediados de junio de 2006 la justicia porteña desbarató una organización que vendía panchos, garapiñadas, helados y gaseosas, en Once y en algunos estadios de fútbol. Sólo en la estación tenían a su cargo cerca de 100 vendedores, algunos de los que declararon que les retenían el DNI para poder trabajar. Según se pudo investigar eran diez empresarios, dueños de autos último modelo, con locales y depósitos propios en la zona, los que manejaban el negocio.
“La organización que vemos no es de gente marginal. Hay grupos económicos que encuentran en los puestos callejeros una actividad rentable. Los días de lluvia, por ejemplo, la logística que tienen estas mega-organizaciones es sorprendente. Los camiones pasan repartiendo -casi sin detener el motor- los paraguas en cada esquina, de un modo sincronizado”, explica Rodrigo Pérez Graziano, economista jefe de la Cámara Argentina de Comercio.
Sin embargo este panorama no parece ser tan claro para algunos sindicatos y asociaciones de vendedores ambulantes. “Nadie puede probar que existen mafias. Nosotros no tenemos conocimiento de este tema. Si lo tuviéramos, ya lo habríamos denunciado”, asegura Rubén Cáceres, de la Asociación de Vendedores Independientes de la Vía Pública de Argentina (AVIVPRA).
“Tenemos identificados a algunos de los que se aprovechan, contratan gente y les pagan lo que quieren. Pero la mayoría son ‘empresarios fantasma’ que desde una camioneta bajan la mercadería y desaparecen. Mientras no se regule la actividad, los trabajadores tienen que convivir con la policía y los funcionarios municipales y muchas veces sufren extorsiones”, agrega Oscar Silva, del Sindicato de Vendedores Ambulantes de la República Argentina (SIVARA).
Mundo ambulante. “Como no hay trabajo, para muchos la única alternativa es vender en la calle. Pero hay quienes se aprovechan de eso y arman una empresa, les pagan una miseria a los vendedores y los explotan. Si existieran permisos de venta individuales y controlados, esto no pasaría. Pero las cosas no se arreglan porque a los vendedores nos usan para tapar negociados más grandes. Al final siempre perdemos nosotros”, explica Margarita, que tiene 57 años y hace 17 que se dedica a la venta callejera.
Su lugar es Constitución, aunque durante los fines de semana ella ofrece antigüedades por San Telmo. Antes trabajaba de modista y su marido era empleado en una fábrica de máquinas de coser. Pero llegó la crisis y con ella la calle como alternativa laboral. “Tenemos un puesto que atendemos las 24 horas. Nos dividimos en turnos entre mi marido, mi hijo mayor y yo. Hubo una época en que te daban unos permisos y con ellos te asignaban un lugar, ahora te lo tenés que conseguir solo. Aunque no parezca, el lugar te lo respetan, son los códigos de la calle. Vendemos gaseosas, golosinas y muñecos de peluche. En Constitución hay mucho movimiento y a veces ganamos más de noche que de día, cuando el resto de los negocios ya están cerrados”, comenta.
A pesar de que Margarita no realizó ningún análisis de mercado para decidir dónde instalarse, los estudios sobre venta ilegal demuestran que las terminales de Once, Retiro y Constitución son puntos neurálgicos de venta. En estos tres enclaves de comercio callejero es posible trazar un ranking de los rubros más ofrecidos. Primero figuran los alimentos y bebidas, siguen los productos de óptica y relojería, y en Constitución crecen los puestos de indumentaria y calzado.
Aunque los analistas de este fenómeno aseguran que el panorama es variable, según la zona y la época del año. Durante el verano, las gaseosas, helados y panchos lideran el top de los más vendidos. Los números también crecen en “temporada alta”, como llaman a las vacaciones de invierno, y en fechas especiales como el día de la madre, Navidad o Reyes, en las que las ventas de juguetes y ropa suben entre un 100 y un 300%.
“En las veredas de las facultades de medicina o economía de la UBA hay verdaderas librerías ambulantes que venden útiles a valores irrisorios, lejos de los precios de mercado. Por eso a los comercios instalados les resulta imposible competir. Hay algunos sectores, como el de las ópticas, que han perdido un 50% de mercado frente a los puesteros que ofrecen anteojos de sol en cada esquina de la ciudad. Algo similar ocurre con la venta de Cd piratas, a las disquerías de barrio las han aniquilado”, explica Pérez Graziano.
Soluciones. La venta callejera tiene muchos matices y soluciones para organizarla, según desde la perspectiva desde donde se la analice. Para algunos representa un negocio redondo, para otros una terrible competencia desleal, o una alternativa única de trabajo.
Las cámaras de comerciantes plantean la competencia desleal como el principal motivo para desterrar a la venta callejera. “Nosotros peleamos por el beneficio del comercio bien instalado. Para un comerciante que debe pagar la habilitación, impuestos, los empleados en blanco y las tasas de IVA, ganancias e ingresos brutos, no es justo tener en su vereda alguien con un tablón que vende lo mismo pero a costo cero”, agrega Humberto Giordano, vicepresidente primero de la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad (FECOBA).
Si bien desde los sindicatos plantean la necesidad de normativas, discrepan con las asociaciones de comerciantes. “Parece que existen dos sociedades, una de primera y otra de segunda. Desde las cámaras de comercio nos critican el uso de la vía pública, pero nadie dice nada de la invasión de mesas y sillas en las veredas desde que se prohibió fumar en los bares. Hay mucha injusticia en todo esto”, comentan desde AVIVPRA. Para Vicente Lourenzo, secretario general de CAME, es necesario contar con el compromiso de los gobiernos para llegar a una solución favorable para todos: “Hace años que estamos detrás de este tema y en lugar de reducirse, se agranda. Es que todo se resuelve de manera superficial. Hay ciudades del mundo que han logrado avances significativos en el rubro. El problema es que acá vivimos en una situación de terrible nebulosa, donde nadie se hace responsable de nada”.