Desde el punto de vista comercial, no hay mejor negocio que la religión. El cliente paga ahora por un servicio sin costo que le prestará un tercero después que haya muerto. Evidentemente una cuestión de fe. Creer o reventar.
Visto los esfuerzos propagandísticos que hacen todas las confesiones, incluso las religiones secretas que incluyen un marketing boca a boca, puede deducirse que la fe no brota espontáneamente de la memoria genética de los humanos. Al no formar parte de su equipamiento natural , se hace necesario estimularla.
Toda la publicidad se basa en promesas, dice Ernesto Mallo en la nota, pero recalca que vender servicios no es lo mismo que vender productos. En el caso de la religión, sostiene, nadie ha regresado para quejarse de que el paraíso no resultó tan bonito o el averno tan horroroso como se anuncia.
En realidad, la promesa es una sola y es algo en lo que nosotros, temerosos mortales, queremos creer: la vida eterna. En el cielo o en el infierno pero en la vida eterna al fin.
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