Los tiempos cambian y, mientras las grandes cafeterías como Starbucks ganan terreno en la ciudad de Buenos Aires, los bares notables van cerrando de a poco sus puertas.
La noticia del cierre definitivo de la confitería Richmond, como era de esperar, no fue fácilmente digerida por los porteños. Desde que se anunció que la tradicional cafetería de la avenida Florida se transformaría en un Nike Store, distintas personas se movilizaron para impedir que se destruyera el edificio.
Por su parte, los mozos y empleados de la Richmond se manifestaron en contra de los despidos y en reclamo por los sueldos atrasados. El miércoles, sin ir más lejos, la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires convocó a una nueva marcha para que vuelvan a abrir la confitería.
El viernes pasado, el juez en lo Contencioso, Administrativo y Tributario porteño, Fernando Lima, ordenó a los dueños de la confitería que se abstengan de realizar cualquier modificación en el lugar, para conservar su patrimonio arquitectónico y mobiliario.
La confitería Richmond posee dos pisos y una superficie de 1.500 metros cuadrados. Si bien todos conocen la historia de los personajes que desfilaron por allí, como Jorge Luis Borges y Macedonio Fernández, pocos conocen la historia del edificio en sí.
La Richmond fue diseñada por el arquitecto belga Julio Dormal, quien también estuvo a cargo de la última etapa de la construcción del Teatro Colón. Además, fue él quien diseñó los Bosques de Palermo (Parque 3 de Febrero) junto a Carlos Thays, el Hipódromo Argentino y terminó el Palacio del Congreso.
En cuanto a su obra privada, al día de hoy se puede ver la residencia de Julio Peña que sigue en pie, en la calle Florida, al lado de la confitería Richmond, y es sede social de la Sociedad Rural Argentina.
En esta nota, Perfil.com habla con Juana Marcó, bisnieta del arquitecto, que devela los secretos más íntimos del emblemático lugar.
(*) de la redacción de Perfil.com.
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