SOCIEDAD

La construcción del mito K

Por Daniel Amoedo Barreiro|El centro cultural Néstor kirchner supone el último eslabón en la articulación del mito kirchnerista.

Una instantánea del frente del Centro Cultural
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Los ejemplos son múltiples y se pueden encontrar a lo largo y ancho de todo el país. La mala costumbre adoptada por el kirchnerismo de poner el nombre del ex presidente a edificios y dependencias públicas, o más recientemente al centro cultural que aloja el ex palacio de correos, obedece a un intento de perpetuación de la figura política de Néstor Kirchner.

La razón que lleva a este “furor denominativo” con sello k, dista en mucho de la concepción habitual por la que rige la imposición de nombres de espacios públicos. Por lo general, la designación de lugares públicos con nombres de personas está pensada para conmemorar la figura de un personaje público, cuyos logros hayan sido ampliamente difundidos a la par que compartidos por la gran mayoría de una comunidad o población.

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En este caso, la imposición del nombre se utiliza para asentar un relato, cuanto menos controvertido, mediante la asimilación de la figura política del expresidente Kirchner a la de un héroe patrio. Ante la posibilidad de imponer un nombre político, las emociones afloran y tanto detractores como partidarios intentan prevalecer en su concepto del personaje.

Además, es preciso recordar que ante todo, cualquier logro atribuible a una figura política se desarrolla en el cumplimiento de su labor, por lo que cualquier designación requiere de la suficiente cautela, mesura y sobre todo de un factor determinante: el transcurso del tiempo.

El fin de todo homenaje en el que se pretenda utilizar el nombre de una persona ya fallecida, es el recuerdo; de esa persona o de los actos que llevó a cabo en vida. Lo que aquí se somete a debate, no es el fin del homenaje en sí, sino su utilización con un interés que difiere del que concibe al acto de nombrar un espacio público como un aporte a la memoria colectiva de una comunidad en un tiempo y lugar determinados.

Escuché a alguien decir hace poco que era una contradicción poner el nombre del expresidente Néstor Kirchner a un centro cultural, el que pretende ser el más importante del país. No por el hecho de que Néstor no lo merezca o no se lo pueda relacionar con la cultura, sino porque éste pertenece a un ámbito totalmente diferente: el político.

Con esta línea de pensamiento tampoco se pretende que no se pueda designar con el nombre de un músico a una escuela o con el de un educador a un conservatorio musical. Pero normalmente, el nombre de la figura en cuestión, debería estar relacionada con la actividad que se lleva a cabo en el centro. Si bien es prácticamente imposible pedir uniformidad en la designación de nombres, al menos es posible exigir algo de coherencia.

Denominamos “Luis Pasteur” al instituto de zoonosis que lleva ese nombre porque éste último fue el descubridor, entre muchas otras cosas, de la vacuna contra la rabia; o pensamos en el nombre de sarmiento para una escuela porque aportó considerablemente en ese terreno.

Está claro que en el caso kirchnerista, la intención principal no es homenajear al difunto mediante el recuerdo de sus logros, sino barrer la polémica que pesa sobre los mismos. Sacudir el polvo de la duda, de los cuestionamientos que se suscitan en torno a lo que se predica como grandes logros de la última década.

Y aquí de nuevo resulta crucial el factor tiempo. También en lo que entendemos por logro el transcurso del tiempo es significativo. Se podría considerar como logro, un acto o acción de la que una vez transcurrido cierto tiempo es posible identificar sus beneficios para la comunidad en general a largo plazo. Es decir, el transcurso del tiempo define el éxito de un acto o acción, lo que a largo plazo lo transforma en un logro.

En el plano personal, un logro podría ser el finalizar una carrera universitaria. El logro se concibe como tal desde su misma ocurrencia, debido al esfuerzo y dedicación que conllevó alcanzar ese nuevo estadio personal. Pero lo que va a convertirlo realmente en logro en la vida de una persona, es el rendimiento de éste en nuestras vidas. Si el hecho de tener esa carrera universitaria repercute en un desarrollo profesional posterior significativo, se considerará un logro histórico. Si por la razón que sea, ésta se queda en nada, probablemente se recordará como sólo un momento más de nuestras vidas. Significativo, por supuesto, pero un momento sin más.

Así los logros que se consideren suficientemente decisivos como para ser recordados, constarían de dos fases: la del suceso, cuando el logro sucede, que contiene una dosis de esfuerzo de tal entidad que origina la celebración en el entorno; y la fase posterior, la que se podría denominar de “rendición de cuentas” del logro, en la que se evaluaría cuan redituable ha sido éste, lo que determinaría su posterior recuerdo y homenaje.

En el terreno de los logros políticos, que es al que nos referimos, se puede considerar un gran logro, por ejemplo, la estatización del petróleo mexicano a manos de Lázaro Cárdenas, que trajo prosperidad al pueblo mexicano, a tal punto que a día de hoy financia el 30% del presupuesto nacional. Ya en el terreno patrio, podemos encontrar las leyes que promulgó Arturo Illia en relación con los medicamentos, o la del salario mínimo, vital y móvil. O incluso podríamos mencionar los juicios a las juntas, que impulsaron el desarrollo de una sociedad democrática más justa.

La manía en el intento de dejar huellas imborrables viene del peronismo, precursor en nuestro país de esta suerte de homenajes adelantados en el tiempo y afianzamiento del logro de la persona en cuestión. Perón tuvo visión en ese sentido, al lograr que varios mitos se construyeran en torno a su nombre y el de Evita, empresa continuada y ampliada por la gestión K.

Volviendo al caso particular del Centro Cultural Néstor Kirchner, es notable la respuesta de la presidenta ante el cuestionamiento del nombre, lo que desmerita aún más la adopción del mismo. Sin mediar justificación alguna acerca de la elección del nombre, ni aportar ningún elemento a la cuestión de fondo, simplemente soltó: "Si tanto les molesta [que el centro lleve el nombre del expresidente], ¿por qué no hacen uno mejor y le ponen el nombre que quieran?".

La experiencia vivida tras asistir a un concierto en dicho centro, aporta también elementos para el debate. El concierto en cuestión -un homenaje a Charly García- fue magistral, al igual que las instalaciones donde tuvo lugar –sala ballena azul-. Pero, a la salida, nos esperaba una suerte de militante fervoroso kirchnerista que a viva voz y a sólo un día de las PASO, predicaba los innumerables logros de la década ganada. Un elemento más, que se incorpora al nombre del centro, para afianzar un relato que claramente está en entredicho.

La decisión de lo que se debe considerar (o no) como un logro histórico digno de ser recordado por la memoria colectiva, debería ser de la sociedad en su conjunto, tras la consolidación definitiva del logro en cuestión y después de que los beneficios que éste trajo a la comunidad sean ampliamente compartidos por ésta. La decisión del nombre, por tanto, no debería ser fruto de un capricho ni tampoco debería ser impuesta mediante un ardid maniqueo.

Está por verse aún si en el caso del kirchnerismo prevalece el mito a la realidad y este salto temporal que se utiliza para homenajear de manera anticipada los logros -no del todo afianzados- perdura, o si por el contrario, es rectificado por gobiernos posteriores.