Desde hace un tiempo, asistimos a la instalación en el ámbito escolar, mediático y del sentido común del bullying o acoso escolar como problemática que requiere la atención de la sociedad. Este enfoque cataloga, tipifica y por lo tanto predice. Es decir, de un “matón” sólo podemos esperar conductas agresivas, y de una “víctima”, sufrimiento. Esta predicción implica naturalización, y si trasladamos este enunciado al plano social actual, reconocemos su trascendencia y encontramos necesario pensar otros modos de abordar la problemática. Sin dudas, los hostigamientos y las agresiones existen en el ámbito escolar, y como tales requieren intervenciones claras y precisas, pero es necesario aclarar que tanto la escuela como la sociedad toda constituyen un entramado de relaciones dinámicas que incluyen la violencia física y la simbólica, pero también la solidaridad y la construcción colectiva.
Los hechos graves, que repercuten mediáticamente, son excepcionales en las escuelas primarias y secundarias del país. Ante este tema, que genera tanta sensibilidad, asistimos a una falsa idea de que “el bullying ha invadido las escuelas, los docentes están desbordados y no saben qué hacer”. El sistema educativo sabe cómo hacerlo y tiene con qué. Para ello, la escuela puede y debe acompañar estas situaciones y enseñar a quienes asisten a ellas a vincularse entre sí
* Miembro del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación de la UBA.