Veinticinco años después, lejos de disiparse, la relación se afianzó. Se volvieron inseparables y comparten todo, hasta el novio.
Las gemelas Marisa y Liliana Kuegler tienen una relación desde hace casi dos años con un mismo hombre. El “afortunado” es Juan Carlos López, nacido y educado en San Vicente, una localidad ubicada a unos 220 kilómetros de Posadas, la capital misionera.
Tiene 30 años, es separado, con dos hijas, y es dueño de una remisería. Sin grandes atributos físicos ni económicos, Juan Carlos es quien cumple hoy con el sueño y fantasía del varón argentino medio.
“Mi hermana y yo somos la misma persona. Ella depende de mí para todo y yo de ella. Quien está con nosotras lo entiende así. Es estar con una sola”, dice Liliana, y su hermana asiente.
No es la primera vez que comparten pareja: es su tercer novio compartido y aunque entienden que ante los ojos de la sociedad resulta extraño no tienen intenciones de modificar la situación.
“Cuando la indiscriminación proviene desde los padres, el proceso de individuación se ve seriamente perturbado. Y entonces se necesitan mutuamente para sentirse completas. Estas chicas comparten el mismo novio porque de ese modo niegan la posibilidad de la separación”, explica el psicólogo Pedro Horvart, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
“En mi familia lo toman como normal y la gente de la zona también. Nos cuidamos más cuando estamos en un lugar que no es el nuestro”, agrega Liliana.
Su trabajo de modelos las traslada a otros municipios, donde prefieren no mostrarse como un trío. “La gente se sorprende y nos mira raro”, cuenta Marisa.
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