Miércoles por la mañana. Además de percudirme la cabeza, las gotas caen sobre el paraguas pintado de flores de mi hija, que protesta porque no tengo coche y me pregunta a dónde voy a trabajar luego de llevarla al colegio. A Gualeguaychú, le digo. Ella me pregunta si es ese lugar de montaña con caminitos que suben y bajan. No, le digo, eso es Machu Picchu. Ah, contesta, y después de un silencio me pregunta cómo se llaman los habitantes de Gualeguaychú. “Nosotros somos porteños y argentinos”, dice, “¿ellos son gualeguaychusianos y argentinos también?”. Le digo que argentinos sí son, pero gualeguaychusianos seguro que no. La pereza de pensamiento de las horas tempranas apenas me permite pensar gualeguaychunos, gualeguaychusenos y gualeguaychenses. Entonces ella ofrece: “gualeguaychunianos”. Parece algo poco probable pero al mismo tiempo verosímil: si el Tribunal Internacional de La Haya dictamina este 20 de abril en contra de las aspiraciones argentinas, ni anos va a tener Gualeguaychú para recibir los puntapiés humorísticos de nuestros hermanos orientales, sobre todo los de fraybentinos o fraybentenses o fraybentistas, que durante tres años y pico padecieron el corte del puente internacional, corte debido a la demora primero y la negativa de su gobierno después de erradicar a la papelera contaminante –o no– de Botnia.
Mundo acuático. ¿Es la Ruta 6 o la 9 que nos lleva a Gualeguaychú? En cualquier caso, parece un mundo acuático alisado. Los vehículos desplazan líneas de agua como brillantes parasoles al costado de la ruta, y cada tanto hay ambulancias y vehículos policiales y camiones volcados sobre la banquina. Pero la guerra no empezó aún; es sólo la consecuencia lógica de la elección de un sistema de transportes individuales, cuando –de no haber invertido en autopistas inseguras y costosas y coches que se arrugan como abanicos de plástico fabricados por la industria china– podríamos tener hermosísimos trenes bala. La cercanía a la ciudad rebelde y asambleísta la va marcando el aumento de carteles puestos a los costados de la ruta donde se ofrece carnada y lombrices, vino patero, chacinados, maderas reforzadas, queso de campo y jabalíes, ciervos, vizcachas y carpinchos en escabeche, combinados estratégicamente con otros que claman por el sí a la vida y por el no a Botnia, que ni siquiera se divisa en la ruta internacional que sale de Gualeguaychú y se corta por una frágil barrera en Arroyo Verde.
A las 13 horas, los asambleístas son tres, y se refugian de la lluvia que arrecia en esa especie de club social de barrio pobre que creció al costado del camino. Los perros, en cambio, se espulgan a la intemperie. Miguel González es el primero que se anima a salir para la foto; tiene botas de agua. Dice que esperan con tranquilidad el fallo de la Corte Internacional de La Haya, que Gualeguaychú está segura de sus derechos. Le pregunto qué piensan hacer los asambleístas si esa corte falla en contra de sus demandas. El hombre sonríe tranquilo y dice que no tienen previsto nada, que la Asamblea lo decidirá entonces, en asamblea. María Elena Biondi dice que esperemos para sacarla linda; mientras, termina de enjuagar unos vasos en una bandeja de plástico. Cira Muñoz, que ha salido a hablar por celular, corta y comunica la noticia: su interlocutor acaba de decirle que alguien escuchó al ministro Aníbal Fernández declarando por radio que si el fallo de La Haya es contrario a la demanda argentina, va a haber que levantar el corte, con la Gendarmería si hiciera falta.