SOCIEDAD
UN CASO QUE CONMUEVE A EUROPA

"Mi libertad es morir dignamente", dijo Madeleine antes de suicidarse

Inmovilizada por una enfermedad que no le permitía casi nada, Madeleine Z, francesa de 69 años, eligió la muerte por mano propia, asistida por voluntarios pro eutanasia. Supo cuándo, dónde y cómo ponerle fin a su existencia. En el diario El País de España, unas brillantes crónicas relatan sus últimos momentos y repasan parte de su vida.

0125madeleine468
ELECCIN. "Quiero dejar de no vivir, esto no es vida", escribi en una de las cartas que dej. | Cedoc

La nota estremece por su crudeza, conmueve porque no es ficción, es periodismo del bueno. Ana Alfageme, periodista del diario español El País, relata con maestría y sentimiento la muerte de Madeleine Z., una mujer francesa de 69 años que militaba en la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), y que ingirió unos fármacos disimulados en helado para morir. Eligió el suicidio antes que el sufrimiento que le ocasionaba la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), enfermedad que debilita los músculos y que redujo su vida a despojos.

Alfageme lo relata así:
“—¿Has dormido?, preguntó la amiga que se acercó para acompañarla en el final. Ella, los dos militantes de DMD y la periodista eran los únicos testigos del momento.
”—Sí –contestó Madeleine–. Ayer lloré mucho, no sé por qué, yo creo que porque me acordé de todas las cosas buenas de mi vida. Esta noche he tenido un sueño. Estaba en un ataúd de acero, oxidado. Un operario lo empujaba hacia el horno crematorio, pero iba haciendo un gruñido horrible, gññ, gññ. Y yo me levantaba y le decía: ‘Oiga, que lo está moviendo mal’.”
“—Has vivido bien, remacha su amiga.
”—He vivido bien, pero una noche me caigo, porque me fallan las piernas, que a veces tengo que darme friegas en ellas para poder moverlas, me llevan a un hospital y me quedo en una cama hasta que me muera.”

Bohemia y minifaldas. En las fotos, sus ojos se traslucen pícaros. Los lentes no logran disimular una mirada vivaz, la muerte nunca doblegó a un humor cáustico.

El primer día que se sentó en una silla de ruedas, hace un año –relata la periodista–, las lágrimas le nublaron le vista.

“—Señora, pero ¿por qué llora?, preguntó el empleado que le ajustó los soportes de la silla.

—Porque mi sueño por fin se cumple. Por fin tengo un chico rubio de ojos azules a mis pies. Sólo me falta el champán.”

Vivió de escape en escape. Huyó del tren nazi que quiso empujarla al frío polar y a la muerte (“Nunca supe si nos llevaron por judíos o comunistas”, diría en uno de los reportajes). A los 15 años se casó para liberarse del orfanato en el que fue alojada. Abandonó su matrimonio con un soldado abusador y, por la ley francesa, dejó atrás a dos hijos. Fue modelo de peluquería, esposa de gerente, veraneante en la Riviera francesa, amiga de Jacques Brel, bohemia en París. Se puso siliconas cuando no era tan frecuente y vistió minifalda en la rígida España franquista.

Hasta que su marido enfermó, y ella lo vio agonizar durante tres meses durísimos, en los que el clamor para morir eran una constante. “Quítame los tubos –imploraba–. Pero yo no supe hacer nada”, confesaría a El País sumergida en la desesperación de un déjà vu doloroso.

Dura decisión. “—Uy, estoy hecha una nube...pero contenta...de verdad. Me voy a dejar ir despacito...”, reproduce Alfageme, quien describe que Madeleine preparó su noche con anticipación y ansiedad, que cambió el pijama de siempre por uno más viejo, de algodón lila. “Quiero dejar de no vivir, esto no es vida”, le dijo.

Según las notas, recibió a los voluntarios de la DMD con un abrazo y con comida. Tomaron vino y ella, cerveza. Aprovechó para legar unos libros y una planta, y para evitar cualquier persuasión posible que obstaculizara su meditada decisión, o que pospusiera la fecha “Después de la Navidad, para que mi hijo y mis nietos la pasen tranquilos. Habrá llegado la pensión de Francia, para que no haya problemas económicos, y me hallarán el sábado, el día que mi hijo, que trabaja toda la semana, estará fuera de casa”. El textual periodístico impresiona.

En la filial valenciana de DMD no están autorizados a brindar más información que las brillantes crónicas que publicó Ana Alfageme en El País. En España, la polémica está más viva que nunca. A favor o en contra, todos opinan sobre Madeleine, que volcó su impotencia en una carta publicada por el diario español: “Mi libertad es tener mi derecho de vivir. ¿En una silla de ruedas? No. ¿Que me limpien el culo cada día, menos sábados y fiestas? No. Mi libertad es morir con dignidad”.

Argentina, sin discusión
En Argentina, la eutanasia no existe. No hay proyectos legislativos ni ONG que promuevan plantear la cuestión. En su edición del 31 de diciembre de 2006, Perfil publicó una serie de casos que, al menos, deberían mover una discusión.

Tal vez el caso más famoso en el último tiempo es el de Terri Schiavo, la norteamericana que dividió la opinión pública mundial. Después de infinitas polémicas, marchas y mediaciones eclesiásticas, un tribunal de Estados Unidos respaldó la petición de su marido de que los médicos dejaran de alimentar e hidratar a la mujer, en estado vegetativo desde hacía quince años. La película Mar adentro está basada en la historia de Ramón Sampedro, quien quedó tetrapléjico y estuvo 25 años pidiendo que lo dejaran morir. Pero siempre se lo negaron. En 1998, asistido por amigos, el español tomó cianuro y puso fin a su vida. Miles de personas se autoinculparon: “Yo también ayudé a matar a Sampedro”.