Durante la década del 90, surgió un nuevo concepto estético: el de las mujeres calcadas. Eran como la misma persona, pero con pequeñas variaciones. Por eso, un ojo poco avezado podía confundirse a Amira Yoma con Adriána Brodsky o Silvia Montanari , o a Zulema con Alejandra Pradón o Nacha Guevara.
Todas lucían en mismo look cadavérico, pómulos altos, piel hiperestirada y cejas posicionadas por demás, con esa mueca de sorpresa permanente que la ex cuñada de Carlos Menem llevó al máximo de sus posibilidades haciendo uso y abuso de las intervenciones quirúrgicas.
Hoy, la primera dama, Cristina Fernández de Kirchner, lanzó su candidatura presidencial con un rostro "renovado". Y como ocurrió una década atrás, otras mujeres de la política y el espectáculo "usan" su misma cara.
Así, puede verse a muchas de ellas rellenas de colágeno y toxina botulínica tipo A, con labios y pómulos prominentes y varios músculos inmovilizados. Es que en realidad, el botulinum tipo A es el veneno que usan las serpientes para dejar quietas a sus víctimas.
Así como Zulema y la Pradón fueron, durante un tiempo, como el juego viviente de las sietre diferencias, ahora puede verse a Soledad Silveyra, a Graciela Alfano y (otra vez) a Nacha Guevara con la misma cara impávida de la Primera Dama: cejas tiradas para arriba en un gesto mefistofélico y la frente hinchada. Es que el tiempo pasa y las argentinas se vas poniendo jóvenes. Jóvenes e iguales.