Cuando hay tomas de colegios, como pasa en estos días, suele suscitarse una especie de reflejo social, un reflejo acaso instintivo, que consiste en apostrofar “a los chicos” y mandarlos “a estudiar”. Podemos denominarlo el efecto Feinmann. Abunda entre padres, docentes y televidentes (lo digo yo, que soy las tres cosas), y no sería mala idea parafrasear a Oriana Fallaci y que cada cual se pregunte por el enano Feinmann que tal vez pueda estar llevando adentro. En un punto se les dice “a los chicos” que vayan “a estudiar” cuando toman sus colegios, así como se les dice a los obreros en huelga que no sean “vagos” y vayan “a laburar”. Pero en un punto el gesto se agrava al tratarse de estudiantes secundarios, porque agrega al menosprecio habitual una dosis de subestimación paternalista (y maternalista), el tono de quien se dispone a dar un par de chirlos, un moquete a la insolencia.
¿Qué sentido tiene, para el caso, mandarlos “a estudiar”, sin preocuparse de veras por saber qué es lo que van a estudiar y de qué manera van a estudiarlo? ¿Qué otra cosa implica esa indicación perentoria, con apariencia de sentido del deber, sino en verdad desentendimiento con fondo de despreocupación? Nadie quiere las aulas vacías en los colegios. Pero ciertas coyunturas, y por lo pronto ésta, exigen un debate a fondo sobre qué es lo que va a pasar en esas aulas apenas las mismas se ocupen. El día que se escriba la historia de las cosas graves que pasaron en Argentina en el marco de una negligente desatención general, sus páginas (que adivino cuantiosas) habrán de dar cabida a aquella reforma educativa que en los años 90 tanto daño ocasionó, y con secuelas perdurables, mientras el dólar cotizando a un peso distraía a demasiadas conciencias cívicas.
De ahí en más, ninguna señal de advertencia sobre estas cuestiones debería tomarnos desprevenidos. Y todo indica que, en las actuales circunstancias, hay motivos para preocuparse. Incluso criticando, por excesiva y por impaciente, la determinación de las asambleas estudiantiles de pasar a la toma de los colegios, la rectora del Mariano Acosta, Raquel Papalardo, es precisa en sus desacuerdos con el tipo de implementación que la reforma educativa nacional podría llegar a tener en la ciudad de Buenos Aires. La reducción en masa de las orientaciones, el retroceso previsto para materias clave, el impulso de disciplinas fundamentales bajo la dudosa inspiración de un ecologismo más bien difuso, suscitan sus explícitos reparos: “los prediseños curriculares no nos convencen a los docentes, por lo menos a los de esta escuela. Han disminuido enormemente la carga horaria de historia, geografía, biología. En el caso de biología, en el bachillerato con orientación biológica, biología tiene doce horas entre cuarto y quinto año. En la nueva escuela, la orientación se llama ciencias naturales y biología pasa a tener tres horas. Es reemplazada por ecología, medio ambiente, cine y ciencias naturales, literatura y ambiente, en fin, propuestas que nosotros consideramos que no se pueden instalar como un espacio curricular. Consideramos que es cierto lo que plantean los chicos. Si se mantuvieran estos diseños curriculares, se estaría afectando la calidad educativa”.
No obstante, Papalardo considera a la vez que hay plazos atendibles para avanzar en una negociación, y que las tomas, en consecuencia, son por lo menos precipitadas, ya que no sería sino en 2015 cuando las reformas promovidas tendrían su aplicación concreta: “El año pasado la toma tenía que ver con la aplicación inminente de esto y se logró suspender la aplicación. Entonces lo que yo sostengo es, si tenemos la posibilidad de aplicar esto en 2015 y seguir dialogando sobre esta cuestión, por qué hacer una toma ahora. No están agotadas las instancias de discusión y de diálogo”. El vocal del Centro de Estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, Nicolás Cernadas, encuadra en cambio la cuestión en plazos más perentorios: “Los planes pilotos iban a empezar a aplicarse en 2014, y no en 2015 como estaba convenido. De seguir con esa temática iban a llegar a 2015 con más de la mitad de las escuelas en plan piloto de reformas”. Matías Delgado, vocero titular del Centro de Estudiantes del Mariano Acosta, plantea una situación de dilaciones prolongadas: “Hemos debatido, no son cosas que no hayamos profundizado. Pero no recibimos respuestas cuando hemos elevado las conclusiones de nuestros debates. Formulamos planes de estudio, argumentaciones y no recibimos respuestas”. Y Santiago Galindo, del Centro de Estudiantes del Normal 1, en el mismo sentido: “Estamos hace un año y medio en lucha. Deberían darnos una respuesta acorde”.
Además de las tomas decididas en algunos colegios directamente afectados por la reforma propuesta, los colegios que dependen de la Universidad de Buenos Aires y cuentan con autonomía al respecto, fueron tomados también. Sus rectores, Gustavo Zorzoli en el Colegio Nacional de Buenos Aires y Marcelo Roitbarg en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, explicaron esa situación de excepción y la impertinencia de la medida adoptada; pero los estudiantes se pronunciaron en favor de una medida solidaria (virtud cívica inapelable) o bien alegando que “no es solidaridad, a nosotros también nos afecta” (cartel exhibido en el frente del CNBA).
Es sin dudas de lamentar la pérdida de horas de clase. Las autoridades procuran que la medida se levante y calculan los plazos de recuperación del tiempo de estudio perdido, con proyecciones acaso estivales. Aunque las tomas se votaron en las respectivas asambleas con dictado de clases y no con suspensión de clases, la decisión de cancelarlas correspondió a los rectores en atención a las responsabilidades institucionales. Como sea, no estamos ante la ligereza de pueriles estudiantinas, aunque se juegue a la pelota en los patios o se verifiquen guitarreadas en las noches. Se trata de una señal de alarma acerca de un problema educativo serio, al que, nobleza obliga, no le estábamos prestando tanta atención antes de que todo esto pasara.
Producción: Claudio Corsalini