Quienes pasamos los 30 pero no superamos los 40 hemos crecido viendo a grupos de mujeres desesperadas gritando por un hombre que usaba ropa muy ajustada y que hacía unos extraños movimientos pélvicos. De muy chicas, no nos quedaba claro si era un actor o un cantante, porque lo veíamos en aquellas eternas tardes de cine que daban en los pocos canales que se veían en los pueblos del interior del país.
De adolescentes a casi todas ese culto a la personalidad de un cantante nos parecía "una grasada" y en plena edad de la vergüenza y la crítica descarnada a los adultos nos reíamos de esas "ridículas" que veneraban al "Hombre de la Rosa".
Con los años, fuimos presenciando la revolución que tenía lugar cada vez que él se presentaba en el Gran Rex o que emprendía alguna gira por el interior y las hordas de mujeres corrían desesperadas a verlo, y hasta las más tímidas le gritaban desesperadas siguiendo un ritual que se daba en cada uno de sus shows: ese intercambio único y ceremonial con sus fans.
"Las nenas" que vivieron sus sueños de adolescencia junto a él y se enamoraron de sus hoy maridos (o ex maridos), con la voz de "El Gitano" que les cantaba a todas y cada una en el oído. Esas mismas que fueron pasando todo tipo de vicisitudes y sin embargo no lo abandonaron: tuvieron hijos, se separaron, enviudaron, fueron abuelas...sus melenas tuvieron que recurrir a la tintura, sus carnes se cayeron y los surcos de la cara dieron cuenta de los golpes de la vida. Pero ellas siempre lo acompañaron, mientras que la salud de su ídolo se deterioraba. Era lo único que la equiparaba a los hombres en cuanto a la pasión: ellos tenían la cancha, ellas el Gran Rex. Ellos los partidos, ellas los recitales por Crónica. Ellos las camisetas, ellas los long play que se fueron convirtiendo en cassettes y CD´s.
¿Quién no ha visto caminando por la calle a algún señor lookeado como él? ¿Quién no ha estado en alguna fiesta donde surgió algún imitador espontáneo de Sandro? ¿Quién no ha tarareado alguno de sus hits? Ningún argentino puede declararse ajeno al fenómeno Sandro, nuestro Elvis Criollo.
Las de la generación de las tres décadas creíamos que con Luis Miguel teníamos a nuestro propio Sandro. Pero la llama se apagó muy pronto y la admiración por diferentes ídolos se fue atomizando entre intérpretes tan diferentes entre sí como Charly, Calamaro, Sabina, Arjona y tantos otros. Pero ninguno es capaz de despertarnos el suficiente fervor como para peregrinar hasta su casa el día de su cumpleaños o acampar para conseguir una entrada. A mujeres posmodernas, ídolos más endebles. Parece a las de nuestra generación alguien nos dijo que la pasión no es cool y nosotras respetamos ese mandato a rajatabla.
Cada una con su historia, cada una metida en su mundo y sin un verdadero amor que nos una como a "las nenas". Hoy, "las nenas" lloran porque su ídolo las deja. Y nosotras tendríamos que llorar por estar pasando por este mundo sin la sensación de amar desesperadamente a un ídolo tanto como ellas.
(*) editora de Perfil.com