Las drogas sos sustancias químicas que se consumen deliberadamente para obtener un determinado efecto. Se administran de muchas y diversas maneras: por vía oral o inyectable (a veces directo al torrente sanguíneo), como gotas de ojos, spray nasal, aplicándolas sobre la piel o inhalándolas hacia los pulmones. La última vía ofrece muchas ventajas, pues la sustancia inhalada alcanza la gran superficie interna de los pulmones y pasa rápidamente al sistema circulatorio. Los pulmones son un sistema de tubos enramados (bronquios) que culminan en bulbos delicados y diminutos (alvéolos), por medio de los cuales se absorbe oxígeno y se expele dióxido de carbono.
Los pulmones humanos contienen unos 300 millones de alvéolos, y su superficie total es de aproximadamente 70 metros cuadrados (lo que equivale a dos habitaciones grandes). Muchos fármacos de uso médico se administran mediante inhalación; entre ellos figuran los anestésicos y los medicamentos que se usan para combatir enfermedades pulmonares como el asma. Para que una droga se absorba de esta manera debe ser un gas (por ejemplo, los anestésicos halotano y óxido nítrico), un líquido volátil (por ejemplo, el cloroformo o el éter) o una sustancia capaz de gasificarse al ser calentada (drogas fumables); con un aparato de aerosol, la droga también puede dispersarse en una nube de finas gotitas inhalables (por ejemplo, los medicamentos para el asma).
Aquí nos concentraremos en las drogas psicoactivas que se inhalan fumándolas. Para que una sustancia pueda consumirse de este modo debe poseer ciertas propiedades físico-químicas. El humo se produce al calentar o quemar materia vegetal que contiene la droga activa o la sustancia en estado puro. La droga activa es una sustancia capaz de convertirse en un gas a altas temperaturas (por lo general de alrededor de 200-300º C). Dicho gas sería demasiado caliente para que se lo inhalara directamente hacia los pulmones, pero en los dispositivos para fumar (la pìpa o el cigarrillo) la droga gaseosa, al enfriarse, se condensa rápidamente en un líquido o un sólido).
Esto forma el humo (es decir, una dispersión fina de partículas diminutas) que contiene la droga activa. El humo inhalado alcanza los pulmones y suministra rápidamente la droga al torrente sanguíneo. Al fumar se obtiene el suministro eficaz de la droga que tantos consumidores desean. En los casos de la cocaína y la heroína, eso trae una ola repentina de euforia o, como quien dice, “pega”. Por vía oral las mismas drogas se absorben mucho más lentamente en la sangre y por consiguiente en el cerebro; además, las drogas que se absorben a través del intestino pueden ser filtradas o degradadas al pasar por el hígado antes de ingresar en el sistema circulatorio.
No todas las drogas pueden fumarse. Por ejemplo, una forma común de la cocaína es el derivado del sulfato; pero aunque puede aspirarse en polvo a través de las membranas nasales, no puede fumarse porque no se convierte en gas al ser calentada. En las décadas de 1980 y 1990, la producción de crack (la pasta base de la cocaína) hizo posible que la sustancia se fumara. Fumar opio era común en China en el siglo XIX, pero los opiáceos y su derivado sintético, la heroína, por lo general no se fumaban en Occidente. Ingerir opio por vía oral, o en el caso de la heroína, inyectarla, eran los métodos habituales. Sin embargo, más recientemente, a causa de la mayor oferta de formas más puras de heroína, se ha vuelto común fumar o inhalar la droga vaporizada. Este último método, conocido como “cazar al dragón”, requiere aparentemente bastante destreza. [...]
Aunque se pierda un poco de la droga activa en la combustión y otro poco en el humo que se exhala, fumar es no obstante una manera muy eficaz de suministrar drogas psicoactivas. Quienes tienen experiencia en el consumo de tabaco o de cannabis aprenden a controlar con gran precisión qué cantidad de droga se absorbe y penetra en el cerebro. El efecto se logra variando la frecuencia de las pitadas y la intensidad de la inhalación, así como guardando el humo en los pulmones para prolongar la absorción de la sustancia activa. Varios estudios han demostrado que tanto los fumadores de tabaco como los de cannabis modifican su forma de fumar para obtener la dosis requerida de droga activa cuando se les proporcionan cigarrillos sin marca o porros que contienen diversas cantidades de droga activa (nicotina o delta-9-tetrahidrocannabinol [THC]). Cuando se les dan cigarrillos o porros más suaves, los fumadores automáticamente inhalan más hondo o con más frecuencia.
Por desgracia, inhalar el humo que se genera al quemar la planta no le hace bien a los pulmones. El humo de tabaco contiene monóxido de carbono, un producto de combustión incompleta; cuando se absorbe, éste perjudica la capacidad de la sangre para transportar oxígeno. Entre sus consecuencias está la de afectar el crecimiento del feto de madre fumadora, lo que redunda en bebés que pesan poco al nacer y son propensos a diversas enfermedades. Otras toxinas del humo de tabaco traen consecuencias aún más serias para el fumador a largo plazo: aumenta el riesgo de muerte prematura por más de dos docenas de causas diferentes, la más común de las cuales es el cáncer de pulmón. Las enfermedades y las muertes relacionadas con el tabaco son el problema de salud pública más importante de los países donde fumar es común. En los Estados Unidos, el tabaco es responsable de 500.000 muertes al año. Un estudio reciente en China sugiere que hasta un tercio de los hombres adultos morirá prematuramente de enfermedades relacionadas con el tabaco.
El humo que se produce al fumar cannabis o marihuana comparte muchos de los ingredientes del humo del tabaco y por ende comporta un riesgo a largo plazo igual de serio para los fumadores, aunque no hay aún datos científicos confiables para demostrar que esto es así.
La gente fuma las drogas enumeradas más arriba porque todas ellas producen efectos deseables en el cerebro, que van desde las leves sensaciones estimulantes o relajantes del tabaco hasta la intensa euforia que experimentan quienes consumen heroína, crack o anfetaminas, pasando por la embriaguez de la marihuana. Los usuarios experimentados afirman que el rápido suministro de la droga al cerebro, al fumarla o inyectarla en el torrente sanguíneo, produce un bienestar intensamente placentero, aunque no queda claro por qué sucede tal cosa.
El cerebro reconoce cada una de las drogas psicoactivas fumables mediante un grupo particular de neuronas, en cuya superficie hay determinadas moléculas receptoras a las que se adhieren las molésculas de la droga. Cuando esto ocurre, la droga hace que se altere la función de las neuronas, excitándolas en mayor o menor medida y por lo tanto alterando los patrones de actividad cerebral, que a su vez se perciben como más omenos placenteros.
Las drogas psicoactivas actúan apropiándose de los mecanismos naturales del cerebro. Los mensajes cerebrales pasan de una neurona a otra mediante mensajeros químicos (neurotransmisores) que se fabrican y almacenan en la terminación de la neurona y que ésta libera en respuesta a los impulsos eléctricos que le llegan. El neurotransmisor así liberado atraviesa la distancia entre neuronas, se aferra a los receptores al otro lado y provoca cambios en la neurona que posee estos receptores. Así, la nicotina es reconocida por receptores que normalmente responden a la acetilcolina, un mensajero químico natural. La acetilcolina se usa en un sistema que cumple una función importante en el proceso de alertar a los mecanismos de atención del cerebro, lo cual es esencial para la función cognitiva normal.
La heroína es reconocida por receptores usados en general por las endorfinas, químicos de ocurrencia natural que desempeñan un papel fundamental en la regulación de la sensibilidad del cerebro al placer o al dolor. La cocaína y la metanfetamina surten efecto al incrementar los niveles cerebrales de otro mensajero químico que ocurre naturalmente en él, la dopamina. La mayor secreción de dopamina en un área situada en lo profundo del cerebro anterior (el nucleus accumbens) parecería tener gran incidencia en la adicción, el ansia de exponerse nuevamente a cierta droga. Un importante hallazgo científico de los últimos años fue que no sólo la cocaína y la metanfetamina (que actúan directamente en las neuronas que contienen dopamina) sino también otras drogas activas (cannabis, heroína y nicotina) llevan indirectamente a que se segregue dopamina en aquella área del cerebro.
Algunos científicos han sugerido incluso que en este caso la secreción de dopamina representa tal vez la recta final de un circuito de “gratificación” y “placer” activado por diversas drogas adictivas. Las ratas de laboratorio aprietan repetidamente un botón para obtener la estimulación de los circuitos dopaminérgicos en el cerebro, y lo hacen incesantemente para obtener inyecciones de cocaína, lo cual causa asimismo la secreción de dopamina. Como contrapartida, muchas drogas adictivas son capaces de provocar también mayor actividad en los sistemas opioides del cerebro (endorfinas), y acaso este fenómeno esté relacionado con los efectos placenteros inducidos por dichas drogas.
¿Por qué se sigue fumando cigarrillos cuando son tan bien sabidos los riesgos médicos de hacerlo? La respuesta es que la nicotina es una droga de gran poder adictivo. La industria tabacalera lo negó tenazmente durante muchos años; pero las investigaciones intensivas que realizó durante la década de 1990, entre otros, el ex comisionado de la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA), David Kessler, llevaron a que al final la industria lo admitiera. La investigación demostró además que la industria había manipulado el contenido de nicotina de los cigarrillos de manera sistemática y por diversos medios, incluida la producción de variedades de tabaco genéticamente modificadas que contenían una elevadísima proporción de nicotina.
¿Qué quiere decir adicción? Hoy día este término tiende a reemplazarse por el de “drogadependencia”, una afección crónica que se manifiesta de varias maneras y consta de diversos componentes. Dos características clave son la compulsión a seguir tomando la droga en cuestión y el síndrome de abstinencia que provoca un malestar psicológico y a veces físico cuando aquélla es retirada. La compulsión a seguir tomando la droga puede ser muy apremiante en algunos casos –como en el de los fumadores empedernidos que se despiertan a medianoche para encender un cigarrillo– y menor en otros. Las ganas de tomar droga pueden volverse tan intensas que llegan a subyugar los demás aspectos de la vida: el consumidor pierde el control de sí y es incapaz de ponerse límites.
En cuanto al costado negativo, la “abstinencia” puede venir acompañada de un severo malestar físico capaz de poner en riesgo la propia vida. Así, los adictos a la heroína padecen, al abandonarla, agudos dolores gastrointestinales, dolores de cabeza y convulsiones. El abandono de la nicotina produce molestias físicas más leves, pero el malestar psicológico es bien palpable: depresión, infelicidad, irascibilidad, angustia, frustración y dificultad para concentrarse. Los desagradables síntomas psíquicos de la abstinencia de nicotina perduran por períodos extensos, durante los cuales el ex fumador siente intensas ganas de fumar. Es posible que, en el caso de la nicotina y otras drogas que crean dependencia, el deseo de evitar los efectos desagradables de la abstinencia contribuya de manera importante al uso continuo de la droga.
En efecto, se ha sugerido incluso que es sólo el primer cigarrillo del día el que de verdad da placer; los demás se fuman para evitar el síndrome de abstinencia. Una complicación adicional es que los efectos placenteros de fumar disminuyen durante el día al aumentar la “tolerancia”: una resistencia creciente, por parte de los mecanismos de gratificación del cerebro, a los estímulos de la droga. [...]
En los fumadores de tabaco, la nicotina, al menos con el primer cigarrillo del día, refuerza ciertos efectos que incluyen euforia, aumento de energía, incremento de excitación, reducción del estrés y la ansiedad, y disminución del apetito.
Estos efectos positivos son cruciales para que se establezca un patrón de suministro; y se cree que el suministro reiterado termina provocando en los mecanismos del cerebro adaptaciones a largo plazo que conducen a la dependencia. Los psicólogos creen además que los así llamados refuerzos secundarios pueden contribuir de manera importante a que la droga se ingiera regularmente. Estos factores a menudo se relacionan con el contexto en el que se ingiere la droga. En el caso de las que se fuman, los objetos asociados con la práctica –pipa, pipa de agua y encendedor– pueden volverse en sí mismos emblemas gratificantes que se asocian con la experiencia placentera de fumar. La nicotinodependencia afecta a una alta proporción de fumadores: quizá más del 90 por ciento. Sólo entre el 10 y el 20 por ciento de los que tratan de dejar de fumar lo logran por más de doce meses; la mayoría reincide mucho antes. Las drogas varían en su propensión a causar dependencia.
Asombrosamente, los narcóticos de mala fama como la heroína y la cocaína no causan una proporción de drogodependientes tan alta como la nicotina, y el cannabis crea dependencia en sólo un 10 por ciento de quienes lo usan. Los fumadores de cannabis a menudo toman la droga con poca frecuencia, contra los quince o treinta cigarrillos diarios del fumador de tabaco.
*Fragmento del libro Humo. Breve historia cultural del acto de fumar. Gentileza de Editorial Paidós.