Lo detectaron como una necesidad y no lo dudaron: la ONG Puerta Abierta, que hace casi diez años trabaja con la comunidad de adultos mayores LGBT generando encuentros, charlas y un espacio propio, planea construir el primer geriátrico para homosexuales, que se convertirá en el primero de América Latina. Esos centros, que dividen las aguas entre los especialistas en adultos mayores, ya son una tendencia consolidada en Europa y Estados Unidos. En países como España y Alemania ya existen desde hace más de una década (ver aparte).
Según las directoras de Puerta Abierta, las psicólogas Silvina Tealdi y Graciela Balestra, el centro –cuya construcción se iniciaría el año próximo– se ubicará en la localidad bonaerense de General Rodríguez, y surgió de “la gran soledad que afrontan los adultos mayores gays y la precariedad de vida que visibilizaron en las residencias tradicionales”, cuentan.
En 2009, Puerta Abierta fue pionera en el trabajo con la comunidad LGBT cuando fundó el primer centro de jubilados homosexual de la región. Su creación se debió a los relatos de los adultos mayores que asistían a cada encuentro de reflexión que realizaban. “Muchas señoras dicen que en otros centros sus amigas querían presentarles hombres, y ellas se sienten muy incómodas porque les gustan las mujeres”, explica Tealdi. Otras, agregan, no “blanquean” su sexualidad por temor a ser discriminadas.
Para Norma Castillo, primera mujer lesbiana en casarse en el país con Ramona Arévalo e integrante de Puerta Abierta, “rompimos con 2 mil años de silencio de los adultos mayores gays”.
Después del centro de jubilados, empezaron a soñar con un geriátrico propio, que “no sea un depósito de viejos que sólo pueden pagar unos pocos”, según Tealdi. “La generación actual de adultos mayores gays sufrió mucho maltrato. Por eso, queremos ofrecerles calidad de vida y un espacio donde estén contenidos. Llegar a grande siendo gay es muy difícil, porque hay mucha soledad. No existe un entorno familiar que acompañe y terminan enfermos, postrados”, agrega.
Según los planes de las directoras de la ONG, el geriátrico tendrá, entre otras comodidades, una biblioteca, una pileta para hacer aqua gym y un espacio común para replicar en ese lugar las actividades que ya realizan en el centro de jubilados ubicado en el barrio de San Cristóbal, como las obras de teatro y los talleres de reflexión. Además, estará abierto a cualquier persona, independientemente de su orientación sexual “para no volverse un gueto”. “Será totalmente accesible y el que no pueda pagarlo vendrá como ‘becado’, es decir, se lo mantendrá”, asegura Tealdi.
Salir o entrar del placard. Los especialistas se debaten entre lo pionero del proyecto y cuánto de ese tipo de construcción parecería fomentar una especie de clóset autoimpuesto.
Para Ricardo Iacub, psicólogo y gerontólogo, “la creación de un geriátrico LGBT es necesaria, porque en las instituciones se viven situaciones de encierro, donde la gente gay tiene que ocultarse porque cualquier expresión de su orientación sexual puede jugarle en contra”.
Por su parte, Luis Avalos, referente de la Secretaría de Mayores de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt), considera que la iniciativa supone “una gran noticia”. “Estos espacios resultan importantes, porque las instituciones dan por sentado que las personas son, por defecto, heterosexuales. Entonces, no hay un marco que contemple la posibilidad de que haya alguien gay”.
En este sentido, Iacub explica que puede generarse un fenómeno de “volver al encierro” (o come in, en inglés). “Aquellos que lograron contar su sexualidad vuelven a ocultarse”, con efectos negativos sobre la salud: “A partir del estrés por el miedo a ser descubiertos, presentan mayores enfermedades cardiológicas y peores hábitos de vida, como tabaquismo o alcoholismo”.
Estados Unidos y España, los pioneros. El primer asilo para ancianos homosexuales que se creó en el mundo fue el Palms of Manasota, en el estado de Florida, en 2002. EE.UU. lidera, además, la mayor cantidad de geriátricos LGBT del mundo, con más de veinte centros –que incluyen algunos de alto lujo–, repartidos en varios estados. La tendencia se trasladó a Europa en 2008, con la inauguración del Village Care Home, en Berlín, Alemania. Sus creadores, que instalaron 23 habitaciones con camas matrimoniales, fueron los pioneros de otros espacios similares del continente, como el caso de Pink Godparents, un servicio de enfermería en Frankfurt, y Villa Diferente, un hogar ubicado en Colonia.
En España, en tanto, el primer geriátrico para homosexuales fue el Gaylife, en la zona de El Candado, en Málaga, que fue bautizada en los medios como “la capital gay de la tercera edad” europea. En 2014, la fundación 26 de Diciembre logró crear la primera residencia LGBT en Madrid, con 45 empleados para los servicios de enfermería.
Sin embargo, en Suecia, la organización Arco Iris tenía el proyecto de un asilo para homosexuales mayores desde 1999. Pudo concretarlo recién una década más tarde, en Estocolmo.
Un tema que llegó a Hollywood. Cuando un tema es retratado en alguna serie o película hecha en Hollywood, es que se trata de un hecho que ya está instalado en las sociedades de distintos lugares del mundo. Y la tercera edad gay no fue la excepción: Netflix, siempre pionero en detectar esos nichos, creó uno de los éxitos más notables de los últimos años. Grace & Frankie es la serie de capítulos de media hora –que ya terminó su tercera temporada y promete más– interpretada con inteligencia y humor por –nada menos– que Jane Fonda y Lily Tomlin. Las mujeres, que pasan los 70 en una forma envidiable, interpretan a la pareja de amigas que descubre, en el primer capítulo, que sus maridos (Martin Sheen y Sam Waterston) de toda la vida no sólo son gay, sino que las dejan y van a casarse. La adaptación a una nueva vida, las formas en las que las familias deberán volver a relacionarse y más desnudan un tema complejo pero cada vez más real.