SOCIEDAD
SEMANA 08 DE 2012

Por nuestra gran culpa

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Raro, pero cierto. El primer poema argentino lo escribió un sacerdote español. Se llamó Luis de Miranda e integró la frustrada expedición de Pedro de Mendoza, de 1536. El manuscrito de este romance elegíaco de 150 versos se encuentra en el Archivo de Indias, de Sevilla. Es una crónica de la primera tragedia "social" que se vivirá en nuestro país. El asentamiento invasor es sitiado por indios originarios y en semanas la falta total de alimentos hace el resto.

“Fue la hambre mas estraña que se vio; / la ración que allí se dio / de farina y de bizcocho / fueron seis onzas u ocho / mal pesadas . / Las viandas más usadas/ eran cardos y raíces / y a hallarlos no eran felices / todas veces. / El estiércol y las heces / que algunos no dijerían / muchos tristes los comían/”.

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Sonará a disparate, pero a mí estas primeras palabras literarias sobre el río de la Plata me repican como antesala de Discépolo. Temática, ritmo, mirada, parecen sumar el alarido de Luis de Miranda del siglo 16 al desespero que Discépolo volcó en sus “elegías” porteñas 400 años después. ¿O acaso no habría firmado como propio este final de aquel “tango” terrible del cura?:

“Allegó la cosa a tanto / que, como en Jerusalen, / la carne de hombre también / la comieron/. Las cosas que allí se vieron / no se han visto en escritura. / ¡Comer la propia asadura / de su hermano!/”

Ahora bien. Sabemos del acto caníbal de 1536 y del clima cambalachero del 1930 por palabras que uno y otro escogieron. Las envuelve un parentesco tonal. Viejas o nuevas, en ambos casos actúan de espejo. Viven. Sus autores nos ingresan en su tiempo en el momento de nombrarlas. Al hacerlo, evitan que la historia disuelva el testimonio y se pierda en la nada. Si hay memoria es porque en cada caso la apuntalan unas palabras contra el olvido. ¿Con cuáles, dígome como periodista, deberé escribir sobre los 51 argentinos que desde el miércoles 22 dejaron de ser de sí, de sus familias, de sus amigos, amores, lugares, país?

El "sucedido" está. Y divulgado (como cabe) al menos en sus primeras horas. Pero ¿por cuánto tiempo y con cuánta justicia de fondo? ¿Esta nueva tragedia desoxidará por fin nuestras neuronas? ¿Sentirá por fin la población que ningunear en olvido social la injusta muerte de 51 semejantes es igual que comérselos hasta hacerlos desaparecer?

La antropofagia del siglo 16 fue un manduque bestial sin reserva ni culpa. La practicada en Once lo es por corrupción. Por la denunciada irresponsabilidad con que TBA venía desatendiendo al Sarmiento. Por la cantidad de cadáveres cotidianos que una administración asesina asentaba como normal. Por la falsía de anunciar en 6 distintos (sic) actos oficiales que el servicio "se acaba de reforzar con 24 trenes nuevos" (cuando solo eran 4 y obsoletos y no habían sido incorporados todavía: sic).

Hay práctica caníbal cuando antropófagos de escritorio y hechiceros políticos impunes desquician la realidad hasta comerse 51 personas. No es tremendismo. Cuando Borges define al infierno de los setenta como la década en la que "los caníbales se comieron a los caníbales", nos enfrentó a palabras que no buscaban abrillantar una metáfora sino iluminarnos la sesera. Los caníbales de 1536 lo fueron por hambruna. Los de 1976, por sevicia y avaricia. Los de estos tan mentirosos días de 2012 por no tener quien los detenga en su afán y en sus afanos.

Gobierno autoritario y oposición desactivada nos mantienen enjaulados en el limbo. Si como decía John Donne la muerte injusta de cada ser nos disminuye, desde el viernes somos 51 veces menos de los que éramos. "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti" ¿Hasta cuándo permanecerán siendo oídas las campanas por los 51 muertos del Once? ¿Qué son hoy, en el siglo 21, digital, profuso de datos, los "campanazos" que no debemos dejar de oir si de verdad queremos frenar tanto impune caníbal suelto? No es difícil. Según lo que nuestra conciencia y su portavoz (el Yo) decidan, menguará o se multiplicará esa maligna influencia.

Porque somos lo que hablamos también somos lo que callamos. Si la tragedia ferroviaria del Once cae también en la ya repleta Bolsa de los Olvidos, mostrará que también el mensaje de John Donne cayó en la comilona. Este peligro existe, pues su virulencia ya alcanzó a un 54 por ciento de los votantes. Empezó con los oídos sordos a los "fondos de Santa Cruz", y siguió entre otros, con copamiento de entes de control administrativo, desobediencia a sentencias adversas de la Corte Suprema, destrucción del Indec, fondos públicos para Fútbol para Todos, y ahora TC para Todos (marginando el imperioso Trenes para Todos), el fantástico aumento de la industria del juego, el "capitalismo de amigos", la "estatización" de A.A. con subsidios de 2 millones de dólares diarios, las estafas de Schoklender, y "novedades" que sacuden el candelero como el Proyecto Garré hoy en parrilla.

Por un lado, los caníbales por corrupción. Por el otro, una oposición aletargada, en técnico (o cómplice) rol de caníbal por omisión.

¿Y nosotros?

A esta altura, es una pregunta obscena. Nosotros somos caníbales por reiteración de olvido. O caníbales empollando. Lo cual no significa ninguna otra cosa que Argentino en Estado de Culpabillidad Creciente.