Si el mundo tuviese la amabilidad de anunciar su final con tiempo, uno podría planear tranquilamente su propio adiós: elegir la compañía, el lugar más querido, pronunciar sus últimas palabras y, por qué no, disfrutar de una última cena.
Despedirse de la vida satisfecho, con un buen gusto en la boca y la panza bien llena. Libre del miedo de una indigestión o una resaca, libre de toda culpa o inhibición. Comer hasta morir. Y morir feliz.
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La única complicación, en todo caso, sería elegir exactamente qué comer. Buscando resolver la duda, PERFIL entrevistó a algunos de los mejores chefs del país para saber cómo, con quién y sobre todo qué elegirían ellos como último plato.