Al igual que la celda que ocupó durante más de seis años, la habitación donde pasa la mayor parte del día tiene una ventana enrejada. “La diferencia es que antes sólo veía al sol en cuadritos; ahora lo tengo completo”, dice mientras sostiene un rosario con sus manos temblorosas. Todos sus objetos están acomodados como en el lugar de detención: las fotos de su hija Natalia, las cartas de apoyo que recibió, los libros de autoayuda, las velas artesanales y los cuadros que pintó sobre tela. Más allá de que ahora vive en una casa que tiene un jardín con flores y plantas, Graciela Diesser extraña la prisión y a sus ex compañeras. “En la cárcel sufría menos y a veces tengo ganas de volver. Al salir me acosaron los fantasmas de aquel día terrible”, confiesa angustiada.
En cambio, su ex esposo Carlos Fraticelli enfrenta la libertad a su modo: pasea de la mano con su nueva novia, la psicóloga Norma Tejedor, recibe el apoyo de sus vecinos a cada paso y en su entorno reconocen que sus amigos estuvieron a punto de llevarlo en un camión autobomba por las calles de Rufino, localidad ubicada en el sur de la provincia de Santa Fe, como si fuese un héroe deportivo que regresa consagrado a su ciudad.
Mientras al ex juez se lo ve rejuvenecido y sonriente, Diesser muestra la otra cara: está avejentada, más delgada y llora varias veces por día. Se siente defraudada por su ex marido. “Me molesta que Carlos se muestre feliz. Yo estoy destrozada y él pasea por Rufino con su nueva novia como si fuese un ídolo, seguido por el pueblo y la televisión. No hay que hacer un circo de todo esto”, disparó la mujer en diálogo con PERFIL.
Al enterarse de la opinión de su ex esposa, Fraticelli respondió: “El cariño de la gente no fue preparado y los medios me siguieron al cementerio porque querían la nota. Además, en Rufino siempre fui una persona pública”.
Sin condena. El ex juez penal de Rufino Carlos Fraticelli y Graciela Diesser fueron liberados el martes 3 en la alcaidía de Melincué, luego de pagar una fianza de 150.000 pesos y de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación anuló el fallo de la Cámara de Apelaciones y ordenó un nuevo juicio. Sin embargo, siguen acusados por el crimen de su hija Natalia (16 años), hallada muerta el 20 de mayo de 2000 en la casa que el matrimonio tenía en Rufino, por lo que fueron condenados a prisión perpetua el 14 de mayo de 2002.
Tras su liberación, Diesser fue alojada en Venado Tuerto, a unos 100 kilómetros de Rufino, por la escritora Cristina Rosalio, quien escribió un libro en el que asegura que el matrimonio es inocente y la chica se suicidó. No es la única que piensa eso. En Rufino y en Venado Tuerto, muchas personas ponen las manos en el fuego por ellos.
“Nos hicimos amigas porque se enteró de que yo estaba escribiendo un libro que hasta ahora nadie quiso publicar. La llamé y después la visité en la cárcel. Es maravillosa”, cuenta Rosalio. Su hija Ana, de 16 años, le regaló un cartel a Diesser con la siguiente inscripción: “Bienvenida princesa. Te queremos mucho”.
Pesadilla. “Siento que cada día que pasa es un 20 de mayo, la fecha de la tragedia. Y recuerdo esa mañana espantosa. Me siento sola. No sé qué hacer”, confiesa Diesser entre lágrimas. Si bien sufre de insomnio, en sus ratos libres intenta volver al oficio que desarrolló desde joven: la artesanía. “Hago velas y pinto sobre tela. Pero siempre pienso en Natalia. Ojalá la hubiesen conocido. Era un solcito. Yo no la maté. Ella estaba mal porque la había traicionado una amiga. A mí me traicionaron después. Mi ex marido me dejó sola. Me abandonó a mí y a Franco, que me ama y me llama cinco veces por día. Eso me mantiene viva. Me gustaría pasar el Día de la Madre con él y mi nieta en San Juan. Pese a ser adoptado, nunca quiso conocer a sus verdaderos padres. Hablo con el corazón y como mamá de Natalia”, afirma.
Su regreso a Rufino, donde fue detenida el 24 de mayo de 2000, es una decisión que analiza con su psicoterapeuta. “Tengo miedo de ir porque sería volver al infierno, pero me gustaría llevarle flores a Nati. Pero sola y sin cámaras”, recalca antes de encerrarse en su oscura habitación, entre recuerdos, fotos de Natalia y una Biblia que le regaló su hijo Franco.