Es filósofo, docente y escritor. Tomás Abraham publica por primera vez una novela para comprender su propia experiencia de vida. Con “La Dificultad” quiso transitar cada momento de su historia mirando desde afuera, como si sólo fuese un espectador del pasado. “yo quería pensar cómo es posible que la vida siga por un curso y que de repente haya una ruptura total. Un día sin querer, por un gesto de distracción, uno está fuera del atolladero”.
La dificultad visible que acompañaba a Nicolás, el protagonista de la novela, era su tartamudez, la misma que Tomás pudo superar cuando abandonó la casa materna, la lengua de su familia, el húngaro y comenzó a hablar en francés (Se formó en las Universidades de Vincennes y La Sorbona, Francia, estudió con Michel Foucault y Georges Canguilhem). “Los seres humanos se comunican hablando, la voz es lo mínimo que necesitas y yo la tenía cortada, el puente estaba roto. La vida de alguien que tiene cortada la comunicación con los otros es una vida en sí, es un mundo distinto, donde el silencio es muy importante”.
Dice que siempre le interesó el tema de los territorios y la importancia de conocer la salida; lo compara con la necesidad que tienen los animales de saber, al entrar a un espacio, cómo salir. Tomás Abraham no sólo supo salir del silencio, sino que la palabra, el pensamiento y la comunicación fueron su verdadera vocación. Se convirtió en docente, un maestro que habla frente a un auditorio con seguridad y sabiduría. Se hizo dueño de La dificultad y transitó de ahí en adelante una vida nueva.
Otro gran desafío para Nicolás/Tomás era superar al “Big Man”, su padre, un hombre exitoso, bello, talentoso, de gran presencia.
“¿Cómo enfrentar a ese señor para ser también un hombre en la vida? Siempre sentí respeto por él como hombre, no como padre”. Sin embargo los valores de su progenitor le despertaban una gran admiración; sacrificio, honestidad, ecuanimidad, obediencia.
Uno de los pecados capitales de la educación austro-húngara era la insolencia “implicaba el olvido de las jerarquías, la falta de respeto, era haber atravesado la delgada línea roja. Cabían dos posibilidades: una bofetada, para que uno se diera cuenta de que las cosas duelen, o el pedido de perdón. Era parte de la época, había un gran rigor”.
Sus padres emigraron a La Argentina en 1948 cuando Tomás tenía sólo un año y medio de vida, vivían en Flores. Con los años, el padre fundó la compañía Hilos Tomasito, fabricaba las famosas medias Ciudadela. Otra herencia que luego el filósofo recibió como un nuevo reto, aprender desde el llano a manejar comercialmente el legado de su familia.
Si bien había emprendido un largo viaje hacia el mundo, que lo liberó y le permitió encontrarse en su propia vocación, hizo un movimiento feroz “de Tokio a Ciudadela” sin escalas. Había que tener un lugar en algún lugar, Tokio no era, París ya no era, La India, no era…. Era Ciudadela, en donde aprendió a trabajar.
Seguía escribiendo, poco, pero no lo podía dejar porque iba a volver a tartamudear. ¿Cómo se entiende, que para vos fuera tan importante para convertirse en un hombre estar en la fábrica como haber estudiado en La Sorbone? “Es que mi pensamiento filosófico tiene que ver con eso, con hacerse desde abajo”.
“El trabajo en la empresa textil no es muy prestigioso en el mundo académico o espiritual, para mi era muy importante esa experiencia. Yo había estado en el Himalaya, había querido volar muy alto, pero los pies eran frágiles, tenia que bajar al lugar adonde se hacia el dinero, y allí encontré un mundo muy interesante”. Estuvo con mucha gente, en un mundo que se manejaba en el día a día,en el cual el tema relevante era el fin de mes, si se cobraba o no una factura. Nada que ver con las visiones filosóficas tradicionales que hablan del fin del milenio o de la nueva era. “Viajaba por todo el país vendiendo medias y luego daba una cátedra en la universidad”.
Cada una de las reflexiones de Tomás Abraham despiertan empatía, son las de un hombre que ha vivido, un hombre que se formó en Europa pero que supo embarrarse en el mundo real y aprender a ser un “Big man”, como su padre pero distinto. Ríe y seduce sin nostalgia en la novela de su vida, se mira y se analiza para que el lector asome a sus pensamientos filosóficos y se nutra con su profunda sabiduría.