SOCIEDAD
SEMANA 02 DE 2011

Yo vaco, tú vacas, él vaca

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A fin de mejorar mi calidad de vida (es un decir) este año opté por vacaciones mini. Aclaro: sucesivas vacaciones cortísimas. Partir, llegar y planear el regreso. Algo así como vivir en ascuas, en la cresta de la ola, en un motto perpetuo. O lo que es igual, fragmentar mi gozo, evitar que la costumbre lo toque.

No es un impulso fóbico. Mis genes zíngaros me han hecho un defensor irrestricto de lo nómada. Pero no es solo por eso. En 2011 la estrategia apunta a más. En primerísimo lugar, a denunciar que las vacaciones se han vaciado de contenido. Hasta el siglo pasado tan plácida burbuja servía para aislar la realidad, no para remarcarla. Operaba de piadosa válvula de escape anual. Ahora es como es. Un timo gigante. Arriba uno al paisaje soñado y al segundo día la picuda realidad desinfla el oasis que uno imaginó. Antes no era así. Lo cotidiano no venía con uno: se quedaba en casa. Ahora es portátil. Tozudo. insidioso. Un ringtone mental que nos mantiene despiertos en el lugar del que venimos y alejados del merecido descanso que urdimos al partir.

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Las vacaciones han dejado de ser "benditas". Uno las imagina, dibuja y no bien se encamina y las inicia, pluf, se nos escapan como "la flor del panadero". No soy inconformista. El pasaje de la freidora de stress a la holganza concluye casi siempre en esa página de literatura fantástica que es el texto turistico. Armese uno de coraje, emprenda el camino hacia la máxima felicidad anual que prometen anuncios y prospectos y lo verà. De todo lo soñado solo quedarán la realidad, el mar y usted. Con lo cual se puede armar una escena de Hamlet pero no una vacación. Uno que escapa de la ciudad para atenuarse y allí de nuevo él, al lado de uno, interminable, arrancando con la misma pregunta. Y otra vez lo del fantasma del padre y que ese jodido tío y que Ofelia...

¿Vacaciones? Tan no existen, tan truchas son, que ni palabra oficial tienen. Al nombrarla lo que saboreamos es un placebo. Está en nuestra fantasía verbal, pero en el diccionario no. Es un "plural" que la Real Academia desestima y no aprueba sumarlo a los 80 mil y pico de vocablos incluidos. Y como ninguno de los sabihondos aclara el motivo, me inclino a pensar que es así porque en el mundo el placer no amucha sino que apoca. Pues, y con la mano en el corazón, ¿qué porcentaje de terrícolas goza de "vacaciones" cada año? ¿El diez, el quince por ciento? ¿Mil millones? Que "vacación" sea el sustantivo aceptado, al menos mantiene cierto grado de realismo. Como verbo, también. Su presente del indicativo, además de exótico da risa: Yo vaco, tu vacas, el vaca, nosotros vacamos, vosotros vacáis, ellos vacan (aunque al menos aquí, excluidos mediante, cada año son más los que "vacariolan")

Mi primera mini vacación 2011 ("una semanita") me mostró en la playa una postal cristiana de la peregrinación anual de mahometanos a la Meca. (Y salgo de aquí, porque daría para un librito que molestaría a dos puntas) Entre nos, se estila caminar lo que no se caminó en el año que se fue. Sorprende esa sucesiva masa de caminantes que se cruza y se descruza por la lineal avenida de arena. Los que se besan. Los que juegan. Los que piensan. Los que pasan con la cabeza baja. Los muy recubiertos de civilizaciòn: cuentakilómetros en los tobilllos, walkman acoplado al brazo, telefonillo celular prendido en la cintura. Lo primero a imaginar es que del mar puede venirnos La Solución. ¿En qué cabeza cabe que pudiendo ser mecido y dorado y hasta alimentado por el mar, vivamos dando en perpetuo sacrificio los huesos a la humedad reinante y lo que es peor, el alma, a la sensación térmica de las variadas mufas que nos lastiman? Sí, del mar, que es gratis. Para ello deberíamos darnos una ley que permitiera a cada argentino pasar al menos un mes a su orilla. En la playa. Allí donde todos sonríen, meditan, comparten, leen, juegan y viven. En la playa, donde no hay desaforados bocinazos, empujones, colas, callejuelas de Dickens, etc. Hablo de la simple playa nacional, anónima, infinita. Como hay muchas, sosteniendo el mapa por el Este con más de 3 mil kilómetros de océano. Playas donde, solitario, bate un mar olvidado. Tanto, que si no fuera por su amor con Alfonsina no tendría ni siquiera una canción.

(*) especial para Perfil.com