“Era el sábado 14 de noviembre de 1981. Una multitud de manifestantes, vestidos de negro y con un pañuelo blanco en el cuello, avanzó por las calles del centro de París. Recorrió lugares emblemáticos de la cultura occidental, desde el Panteón hasta la Concorde, cruzando el Sena por el puente más antiguo de la ciudad y rodeando el Louvre. Llevaba consigo una larga serie de pinturas de gran tamaño, extendidas en cruces de cañas de bambú. Unas cinco mil personas, acompañadas de cien músicos tocando al compás, atravesaron el corazón de la capital francesa para reclamar desde allí por cien artistas argentinos desaparecidos. Al final del recorrido, una mujer tomó su bandoneón e interpretó tangos sosteniendo contra sus rodillas una pancarta con la fotografía de su hijo y la pregunta «¿dónde está?». En otras ciudades europeas, durante la misma campaña, esas víctimas fueron representadas por mujeres y hombres con las cabezas cubiertas, vendas sobre los ojos o máscaras blancas ocultando sus rostros. ¿De qué manera se organizaron en Europa semejantes manifestaciones-espectáculo, reflexionadas hasta el mínimo detalle, por el drama de Argentina? ¿Quiénes las impulsaron y cómo lograron tal convocatoria a un océano de distancia del escenario de los hechos, frente a los poderosos mecanismos de desaparición de la dictadura y mientras esta aún seguía vigente?”
Azar
Levanté tímidamente la mano desde el público en una sala de conferencias de la Maison de l’Amérique latine colmada de franceses militantes de los setenta. Ante mi pregunta por la solidaridad de los artistas nucleados en AIDA, el periodista y editor François Gèze aseguró que había sido muy importante, pero que alguien que estaba en el fondo de la sala podría responderme mejor. Así nos conocimos. Al terminar ese conversatorio sobre los comités franceses de solidaridad con Chile durante la dictadura de Pinochet, Liliana Andreone me acercó una tarjetita del Théâtre du Soleil. De un lado estaba la imagen ocre de la puesta de Ariane Mnouchkine de “Macbeth: une tragédie”. Del otro, su teléfono. Era septiembre de 2015 y yo estaba iniciando una nueva investigación: la que me llevaría de regreso a Argentina al año siguiente tras vivir diez años en Francia.
Así comenzó. Gracias a esa abogada argentina –que se exilió en París con su compañero Envar “Cacho” El Kadri en 1976– contacté y entrevisté a varios ex militantes de AIDA en Francia. También fue Liliana quien me abrió los archivos de la Cartoucherie, espacio en el que aún hoy trabaja. El acuerdo era que yo ayudaría a organizar los documentos de AIDA alojados en la antigua fábrica de artillería convertida en el hogar de Théâtre du Soleil antes de que se donaran a la Biblioteca Nacional de Francia. Una copia digital me permitiría luego estudiarlos con detenimiento. Comencé a ir diariamente a revisar cajas, retirar grampas oxidadas y digitalizar documentos, compartiendo largas horas, cafés, conversaciones y risas con ella y demás integrantes de esa comunidad internacional. Al sumergirme en ese universo artístico tan solidario, se me volvió natural que allí hubiera nacido una asociación de tales características. Desde entonces, y por cinco años más, continué persiguiendo huellas de AIDA en otros países para completar la investigación que derivó en este libro, recorriendo archivos y entrevistando miembros de la asociación en distintas ciudades europeas y americanas. Pero, sin lugar a dudas, aquel encuentro fortuito marcó a fuego el inicio de ese camino.
* Por Moira Cristiá
Investigadora de CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA) donde integra el Grupo de Estudios sobre Arte, Cultura y Política en la Argentina Reciente. Profesora de Historia por la Universidad Nacional de Rosario, Magister y Doctora en Historia y Civilizaciones por l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Miembro de la Red de Conceptualismos del Sur y del comité editorial de Nuevo Mundo Mundos Nuevos.