Juan Carlos Rabbat*
Los cambios sociales y la tecnología van prefigurando un mundo totalmente transformado respecto de lo que era un siglo atrás. La ciencia nos ha cambiado la vida de una manera que nunca antes había ocurrido en semejante extensión en tan poco tiempo. Nos trajo a la modernidad vertiginosamente.
Si hoy revivieran mis bisabuelos fallecidos a fines del siglo XIX, seguramente no reconocerían el mundo en el que vivimos. Dentro de poco veremos circular autos sin nadie que los conduzca, no es ciencia ficción, ya están los prototipos circulando.
Tal es el cambio en todos los órdenes que nada es igual, pero mejor deberíamos decir que casi nada es igual.
Mis bisabuelos sí reconocerían perfectamente un aula moderna, es casi igual a la de cien años atrás y, mucho peor aún, casi igual a la de hace 2.500 años, en las épocas en que los filósofos griegos enseñaban en la academia de Platón. Modernizar la educación es imperioso. Hoy nuestro sistema educativo es anacrónico.
Modernización. El conocimiento está disponible, en forma rápida, gratuita y con diversidad de fuentes y en cualquier lugar que tenga una conexión a internet. Internet y la telefonía celular están produciendo la revolución más democrática e inclusiva que se ha dado en la humanidad. Hay más celulares que habitantes en el mundo.
Así como la imprenta amplió el acceso a la educación desde la Edad Media, internet nos permite poner el conocimiento en el teléfono móvil de cualquier habitante en cualquier momento y lugar en el mundo.
Es icónico hoy ver a un maestro o un profesor competir por el interés de sus alumnos contra los teléfonos celulares; en vez de integrarlos al proceso de enseñanza-aprendizaje los prohibimos. Es una lucha desigual la de los docentes: un sistema del Medioevo en el medio de la revolución de la informática y las comunicaciones. Tenemos la obligación de modernizar la educación.
Los alumnos se aburren escuchando sin participar. Necesitan percibir con claridad el valor de los contenidos que se les ofrecen y de las habilidades que incorporan en su proceso de estudio.
Cada vez son más los que se resisten a cursar asignaturas o completar ciclos educativos regulares. Muchos alumnos sienten las clases como una pérdida de tiempo, sólo un compromiso legal para acceder a una certificación.
Yo me eduqué con metodología tradicional en un sistema educativo, escolástico, autoritario, discriminador, desmotivante donde el concepto primordial según sus exégetas era: “Se aprende sufriendo, se aprende sólo con sacrificio. Para cultivar el espíritu, nos decían. El alumno debe aceptar sin ningún juicio personal la iluminación que proviene del profesor que, omnipotente, todo lo sabe”.
Tuve la fortuna de descubrir la belleza del conocimiento y amar el aprender. Eso me hizo más tolerable soportar los años y currículos de estudio. Con el tiempo, como docente descubrí que el alumno aprende más cuando disfruta que cuando sufre, y eso marcó mi vida de educador.
Necesitamos que la educación deje de ser una obligación desagradable, que haya una juventud entusiasta por educarse, no sólo por la promesa de progreso que trae sino porque es placentero y motivante hacerlo.
Cambios. Para lograr lo anterior se requiere no sólo presupuesto para mejorar la educación y aumentar la inclusión. Se requiere coraje para abordar los cambios y adecuar la educación a los usos y costumbres del siglo XXI. Ya no se necesita formar operarios adocenados que realicen tareas rutinarias en los procesos de producción ni profesionales con buena memoria, eso lo hacen hoy mejor las máquinas, los robots de todo tipo que cotidianamente se incorporan a la vida cotidiana.
Ya es difícil distinguir cuando hacemos una consulta telefónica si nos responde un bot o un humano; en poco tiempo una gran parte de las actividades serán realizadas por robots.
Se requiere formar técnicos y profesionales pensantes, críticos, con capacidad de aprender y con competencias profesionales adaptadas a las necesidades de hoy.
Desde la universidad creemos que la educación mejora la vida de la gente y la vida de los países. Como también estamos convencidos de que todo lo que hagamos por llevar más y mejor educación a más gente contribuirá a que nuestra sociedad sea más civilizada, con progreso, con mejor calidad de vida y convivencia.
Lograr el desarrollo como país y eliminar la pobreza requiere que toda la población alcance niveles de educación superiores a los actuales. Pero también diferentes a los actuales. Muchos oficios de hoy desaparecerán y se necesitarán nuevos conocimientos y competencias. Así como desapareció el mecanógrafo y el telefonista, desaparecerán muchas de las actividades que hoy hacemos en cada una de las actividades donde nos desempeñamos.
*Presidente y Fundador de la Universidad Siglo 21.