Aunque parezca increíble, hubo una época en la que existían discos de rock, tapas de discos de rock, y hasta el propio rock existía todavía. ¿Cuándo terminó el rock? Quién sabe, quizá cuando alguien enchufó por primera vez una guitarra en un amplificador, luego solo tenemos constancia de una sucesiva decadencia. Pero de la época en la que había tapas (con mucho de pretensión se lo llamaba “arte de tapa”) recuerdo una que siempre me llamó la atención. Es un poco obvia –ni hace falta aclararlo– pero informa de cierto estado de la cultura moderna. Es de un disco de Supertramp (por cierto, banda insoportable) editado hacia fines de 1975, que en Inglaterra llegó al puesto 20 del ranking, y en Estados Unidos apenas al
44. Es una imagen en blanco y negro, apocalíptica, desoladora, en la que se ve una serie de chimeneas de fábricas y centrales nucleares contaminado brutalmente el aire, más un conjunto de casas (de techos de casas) hacinadas, y antes –un poco más elevado– una especie de basural lleno de hollín y residuos varios. Y en esa elevación, en brillantes colores, hay un hombre con anteojos de sol bajo una sombrilla, en una reposera, con una gaseosa con limón, una radio FM y un diario sobre una mesita blanca, en actitud de estar plenamente disfrutando. El disco se llama Crisis, ¿qué crisis?
Hay algo en esa imagen y en ese título que es poderosamente actual (¡el aspecto premonitorio del rock!). Pocas veces como en estos tiempos la palabra crisis ha aparecido tanto en el discurso de los medios, los políticos, los economistas, los creativos de publicidad, los presidentes de clubes de fútbol, los empresarios (industriales, agropecuarios o en sus diversas interrelaciones), los vendedores de arte, los editores y las voces autorizadas en general. Pero más que una crisis económica, lo que está ocurriendo parece un formidable mecanismo de ajuste y nuevo acopio de acumulación del propio sistema capitalista, un golpe de Estado económico a escala total, donde los ganadores son siempre los mismos.
A lo largo de la modernidad, el concepto de crisis ha ocupado un lugar central en la teoría política. Entre los intelectuales que más agudamente pensaron el tema, Antonio Gramsci ocupa un lugar destacado. En su obra, la noción de “crisis orgánica” (entendida como “crisis de hegemonía”, y en última instancia como “crisis de autoridad”) ocurre en el momento en que las clases dirigentes se vuelven apenas eso, dirigentes, pero ya sin poder imponer su visión del mundo, su ideología sobre las clases subalternas; situación que antecede a una crisis. ¿Es esto lo que ocurre ahora? No lo creo. ¿Es eso lo que está por ocurrir? Ojalá.
En Gramsci y el bloque histórico, Hugues Portelli señala que en los Cuadernos de la cárcel (Gramsci escribió buena parte de su obra en las cárceles de Mussolini) cita dos casos de crisis orgánica: una crisis se produce ya porque la clase dirigente “fracasó en alguna gran empresa política para la cual demandó o impuso por la fuerza el consenso de las grandes masas (una guerra, por ejemplo), o bien porque vastas masas (especialmente de campesinos y pequeños burgueses intelectuales) pasaron de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantearon reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución”.