El 18 de mayo de 1975 fallecía Aníbal Troilo “Pichuco”, bandoneonista, director de Orquesta y creador de 60 tangos.
La historia de la música ciudadana no podría trazarse sin su nombre. Su anecdotario se enriquecía con las añoranzas de Homero Manzi, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo, José Razzano, José María Contursi, Enrique Santos Discépolo, Tania, Osvaldo Fresedo y tantos otros próceres de las melodías del arrabal.
Y aunque desde 2005 y por iniciativa de Horacio Ferrer el 11 de julio, día de su nacimiento, se celebra el día del Bandoneón, “el bandoneón mayor de Buenos aires”, decía con grandeza y humildad que nadie lo tocaba como Astor Piazzolla, por más que al “Nene” le gustara el jazz.
Aún hoy no existe argentino que no tararee alguna de sus más bellas canciones, aunque no sepa que le pertenecen: Sur; Barrio de tango; Che, bandoneón; Romance de barrio; Desencuentro; La última curda; Garúa; Discepolín; Pa’ que bailen los muchachos; Mi tango triste y otro medio centenar de piezas clásicas sin olvidar, desde luego, Toda mi vida y María, que escribió para su gran amor, Ida Dudui Kalacci, la griega “Zita”, con quien se casó sólo cuando falleció su madre, Felisa.
Queja de arrabal
Aníbal Troilo había nacido en Cabrera y Anchorena, el corazón del Abasto, en 1914. Lo de “Pichuco” no le pertenecía; era el apodo de un amigo del padre pero un día lo heredó, sin lógica y el “Pichuco” lo acompañaría toda la vida.
Nunca se quejó, al contrario, porque a él mismo le encantaba poner apodos: a su esposa, Zita, su compañera de casi 4 décadas la llamaba Puchulita; Astor Piazzolla le debía “El Gato” y Goyeneche, “El Polaco” (por más que Angel Díaz reclamara la patria potestad).
Mujeriego, jugador, gran bebedor, turfista y laburador incansable, nadie lo recordará jamás por alguna de sus trasnochadas (excepto Zita, que contaba que una noche salió a comprar soda y desapareció durante tres días). Antes bien, Aníbal Troilo será siempre ese músico prodigioso que cerraba los ojos al mundo cuando se entregaba a su bandoneón. Sólo él podía conmover con acordes, matices, silencios, variaciones y delicadezas que nadie ejecutaba tan magistralmente.
El primer bandoneón
Tenía apenas 10 años cuando la vida le arrancaba el primer lagrimón: había muerto su padre, el que le había regalado una guitarra a Carlos Gardel y a modo de consuelo, Troilo le pidió a su madre, Felisa Bagnoli, que le comprara un bandoneón. Ese día nació su ronca maldición. Al año, “colgó” el colegio en el tercer año del Carlos Pellegrini y ya tocaba en un bar del Abasto, con 11 años. Poco después integró una orquesta de señoritas, compartía un sexteto con Osvaldo Pugliese y en 1937 debutó con su propia orquesta, en la boite Marabú (Maipú 359), por entonces un templo del tango.
En 1953, formó un dúo con el guitarrista Roberto Grela para subir al escenario con El patio de la morocha, de Cátulo Castillo. Luego hicieron cine y armaron su propio Cuarteto Típico y grabaron 12 temas. 1968 será el año del Cuarteto Aníbal Troilo, que lo reunió con el pianista Osvaldo Berlingieri.
Caminos del tango
Cualquier camino del tango siempre lleva hasta Troilo. Los grandes orquestadores lo tuvieron entre los suyos (Juan Maglio, Julio De Caro, Juan D’Arienzo, Angel D’Agostino, Juan Carlos Cobián, etc) y las grandes figuras de los años 40 al 60 se cruzaron con él: Francisco Fiorentino (el “Fiore”), Alberto Marino, Edmundo Rivero, Roberto Rufino, Floreal Ruiz, Nelly Vázquez, Angel Cárdenas, Pedro Láurenz e incluso Roberto Goyeneche, a quien el mismo Pichuco impulsó como cantante solista, luego de haberle dado el micrófono de su orquesta para interpretar 26 tangos.
Con Goyeneche inmortalizaron La última curda, Garúa, Sur, Toda mi vida, En esta tarde gris y tiempo después grabaron Nuestro Buenos Aires (1968) y ¿Te acordás Polaco? (1971).
Con Astor Piazzolla hicieron transpirar bandoneones grabando El motivo y Volver.
Murió de un derrame cerebral y está sepultado en el Rincón de los Notables, del cementerio de Chacarita, junto a Agustín Magaldi y “El Polaco” Goyeneche. Una calle lo recuerda en el Abasto.