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Sentido homenaje

Guillermo Mordillo y por qué lo queremos tanto

El escritor, periodista y guionista de historietas Mariano Buscaglia -nieto además del legendario Alberto Breccia- despide en este artículo a su querido amigo y dibujante Guillermo Mordillo.

Mordillo, en su estudio. Su lugar en el mundo.
Mordillo en su estudio de Malaver, fotografiado por Mariano Buscaglia. | Mariano Buscaglia

Se fue Mordillo. Para aquellos que lo conocíamos siempre fue difícil ver en ese hombrecito tan educado, con un sentido del humor sutil e ingenioso, al genio que se abrió camino solo y que se transformó en uno de los mejores humoristas gráficos del mundo. Su apellido es una marca, casi un producto. Sus hombrecitos narigones son reconocidos en todas partes, hasta en China y en Japón.

Pero el secreto del encanto de Guillermo fue su autenticidad en un mundo donde todo es apariencia y maquillaje. La mano que esgrimía el lápiz siempre fue la mano de un chico que se crió en Villa Pueyrredón jugando al fútbol en la calle y dibujando personajes inspirados en Walt Disney. Guillermo nunca cambió, simplemente el mundo creció a su alrededor, haciéndolo cada vez más grande.

Digo que siempre fue la misma mano, porque Guillermo nunca perdió la esencia que lo hizo tan especial y que lo diferenció de tantos otros monstruos del dibujo que surgen cada tanto. Guillermo era un tipo sencillo, que se asombraba de su éxito y lo disfrutaba como un regalo. Admiraba a sus colegas y no se cansaba de decir que le costaba dibujar, a pesar de que todas las mañanas se levantaba con un lápiz en la mano y que, no me cabe duda, dibujó hasta el último día de su vida.

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Las obras de Mordillo, un clásico del humor argentino.
La obra de Mordillo. 

La última vez que vi a Guillermo fue a fines del 2018 en la casa de su hermana Teresa en Malaver. Donde paraba cuando venía a la Argentina. En Malaver compraba la ropa que usaba en Europa o, cuando todavía existía, cenaba junto a su familia, en un restaurante que se llamaba El Gato negro donde podía verse un original enmarcado de Guillermo de un gatito, dibujado con fibrón indeleble. En las cercanías del barrio también hizo la última exposición de sus trabajos que pasó sin pena ni gloria por la prensa (pero a la que concurrió la gente casi en poblada). Se lo conocía en todas partes y todos los comerciantes hablaban de Mordillo como de Guille

Ese último año, lo fui a visitar con mi madre Cristina Breccia a la casa de Teresa. La agenda de Mordillo en cada viaje que hacía a la Argentina (que era indefectiblemente uno por año) siempre estuvo llena de homenajes y de encuentros con colegas. Pero había un encuentro que era impostergable y era una cena o alguna tarde en compañía de mi madre. Estoy al tanto que la quería muchísimo y que admiraba sinceramente su trabajo.

Mi vieja, que dedicó su carrera al dibujo infantil, nunca encontró el reconocimiento ni la fama que obtuvo Mordillo, pero Guillermo medía el talento por los resultados en el papel y no por los aplausos. La amistad entre los dos surgió a través de mi abuelo Alberto que, por cercanía, se reunía con Guillermo en la casa de mi madre que vive en San Andrés, a pocas cuadras de la casa de Teresa Mordillo.

Entre Alberto y Guillermo también existió una amistad profunda, llena de admiración mutua. Mi abuelo lo había reemplazo en la vieja revista Peter Pan de la editorial Códex cuando Guillermo inicio su periplo de trotamundos que lo llevaría a Perú, luego a EE.UU. (donde haría dibujos animados para la Paramount) y tras ello se afincaría en Europa, donde encontraría su estilo y una fama que ya podemos considerar imperecedera.

Las obras de Mordillo, un clásico del humor argentino.
Otra obra de Mordillo.

Pero como decía, en ese último encuentro, Guillermo (que siempre mantuvo un cariño distante y muy europeo con todos), parecía cambiado, mucho más cercano. Nos mostró todos los trabajos que estaba haciendo en aquel momento. Tenía una serie de dibujos dedicados a la Muerte, donde los personajes no dejaban de embromarla. Nos comentó que quería que sus hijos hicieran un museo con su obra, porque el destino que se merecen los dibujos de un artista siempre es un museo. Nos dijo que comenzaba a sentirse cansado luego de jugar al golf y caminar durante varias horas y que eso lo irritaba, ¡a sus casi 86 años! Se lo veía tan bien como siempre, activo y ansioso por hablar de dibujos y de novedades.

Pero cuando estábamos por irnos sucedió una cosa, nos tomó de la mano y nos dijo que quería decirnos algo especial, porque había llegado a una edad donde no sabía qué podía pasar al día siguiente. Nos dijo que nos quería, que éramos muy importantes para él y que no solía confesarse de esa manera. En ese momento no hubo una obra, no hubo un apellido, ni hubo esos dibujos tan simpáticos detrás de Guillermo; hubo algo mucho más inmenso y trascendente que explicaba todos esos aciertos, o sea, había quedado en carne viva el ser humano gigantesco que era y será Guillermo Mordillo. Ese chico que se crió potrereando en el barrio y que nunca dejó de soñar en convertirse en un gran dibujante.

Fue mucho más que eso, fue una gran persona y por eso nunca se irá de nuestro lado.

AB/MC