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Laura Masson: “Si hablamos de género y no hablamos de poder, no estamos hablando de género”

Doctora y magíster en Antropología Social, la especialista en relaciones de género en el campo político en Argentina y en participación social y política de las mujeres analiza la trayectoria del movimiento feminista en la Argentina. El feminismo "cool" y el feminismo villero. Y las políticas de género en las Fuerzas Armadas.

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Laura Masson es coordinadora de la Maestría en Estudios Feministas de la Universidad de San Martín. | Marcelo Silvestro

Doctora y magíster en Antropología Social por Universidad Federal de Río de Janeiro, investigadora de la Universidad de San Martín (Unsam) y de la Universidad de la Defensa Nacional (Undef), coordinadora de la Maestría en Estudios Feministas de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Idaes) de Unsam, Laura Masson se especializa en relaciones de género en el campo político en Argentina y en participación social y política de las mujeres y el movimiento feminista y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Luego del Ni una Menos, en 2015 hubo una explosión en cuanto a la cantidad de mujeres en las calles y quedó en evidencia que el feminismo se ha diversificado. Hoy incluye desde cuestiones ambientales, hasta la violencia contra las mujeres, o temas económicos que se han incorporado en la agenda, junto al derecho por la diversidad sexual. Mi libro se llama ‘Feministas en todas partes’ porque en el feminismo no hay una unidad básica, no hay una única sede, no hay una jerarquía establecida como en un partido político. Porque la fuerza del feminismo ha sido siempre una fuerza invisible que ahora se hizo explícita para quienes no son feministas. Las feministas saben que la fuerza del feminismo existió siempre pero sólo se hizo visible con el 8M”, sostuvo.

Docente de “Poder y Simbolismo de Género” en la Maestría en Estudios Feministas, y de “Antropología de Género” y de “Taller de Tesis en el Doctorado de Antropología Social en Unsam, Masson es autora de una gran producción académica, con libros como “Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina”; “La política en femenino. Género y poder en la provincia de Buenos Aires”; y artículos como “Mujeres en las Fuerzas Armadas en Argentina. Nacionalismo, género y etnia”. “Hay que decir que Argentina es uno de los países más avanzados en temas de política de género en el ámbito de la Defensa y de las Fuerzas Armadas. Las políticas de género se iniciaron en 2006, cuando la ministra de Defensa era Nilda Garré y, por supuesto, en ese momento hubo mucha resistencia. Si bien es cierto que, como ocurre en todos los ejércitos del mundo, hubo algún rechazo frente al impacto del feminismo, lo concreto es que en nuestras Fuerzas Armadas lo han incorporado muy bien, han ido incorporando las políticas de género abiertamente”, agregó.

—En “Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina” usted ha privilegiado el análisis de los contextos de la militancia feminista, donde “las interacciones adquieren densidad y se redefine a las feministas como militantes”. Esta entrevista se publicará en el contexto de un nuevo 8M, que se ha convertido en los últimos años, junto al Ni una Menos, en un verdadero hitos de la militancia feminista argentina. ¿Cómo se ha ido enriqueciendo la militancia feminista a lo largo del tiempo?

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—El 8M se ha hecho particularmente visible desde 2015, cuando se inició el fenómeno del Ni una Menos. Pero es una fecha que para las feministas ha sido importante desde hace bastante tiempo atrás. Algo que distingue al activismo feminista en la Argentina a lo largo del tiempo ha sido la cantidad o el volumen de militantes, algo que ha llegado a ocupar la escena pública en aquellos espacios que son propios de la política hegemónica, de la política como se la entiende desde el sentido común. Yo considero que las feministas hacen política y han hecho política desde principio de siglo hasta ahora. Pero el hecho de que en este momento el feminismo tenga tanta efervescencia, y que el tema de género y el tema feminista esté tan presente en la agenda, tiene que ver con que se han ocupado los espacios de la política hegemónica, como puede ser el Congreso, y espacios emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires, como la Plaza de Mayo o la del Congreso. Nosotras llevamos casi cuarenta años de Encuentros Nacionales de Mujeres, con un volumen de mujeres en las calles muy importante al que nunca se le ha prestado atención. El único diario que históricamente ha privilegiado los Encuentros Nacionales de Mujeres en la tapa ha sido Página/12 y lo ha hecho en soledad. Pero desde el 2015 se empezaron a ocupar las calles de Buenos Aires con mujeres y el fenómeno se hizo visible. A pesar de que tenemos feminismos en todo el país, sólo cuando aparecen en las calles de Buenos Aires esta cantidad de mujeres pareciera que el feminismo hubiese comenzado en ese momento, pero no fue así. La transformación que se ha dado en el tiempo es una transformación que viene desde antes de 1983, pero que a partir del regreso de la democracia se ha hecho más posible y fue creciendo, aunque desde antes de la dictadura teníamos organizaciones feministas. Cuando yo hice mi tesis, mi trabajo de campo fue en 2001 y cuando contaba que estaba investigando el movimiento feminista me decían que eso era algo de las norteamericanas o de las europeas y que no estaba presente en la Argentina. Las feministas fueron transformando poco a poco los distintos espacios pero eran muchas menos en el inicio. Además, la transformación de una mujer en feminista requería un compromiso mayor del que vemos hoy, porque hoy podemos decir que es cool ser feminista pero hace apenas unos años atrás ser feminista no era algo bien visto. El feminismo se dispara a la escena pública también por la intervención de las periodistas feministas, que es algo que le ha dado mucha visibilidad, como así también las feministas en los partidos políticos. También es cierto que la reacción conservadora hizo que aún hoy en algunos espacios siga siendo mal visto ser feminista, pero la masificación ha sido uno de los temas que ha hecho que se vea de otra forma. Y en esto es fundamental el rol de las nuevas generaciones. Tenemos hoy militantes feministas muy jóvenes y eso va produciendo un cambio generacional y la resistencia en algunos espacios van cediendo. El 8M permite mostrar la fuerza que todas las mujeres han construido a lo largo de muchos años y hacerla pública. Pero la política feminista opera con lógicas diferentes de la lógica de la política tradicional. Porque la demostración de fuerza o poder de las mujeres que se movilizan en las calles hacen visible al feminismo, pero esa fuerza no se traduce de la misma forma y el reclamo pareciera que se diluye al no canalizarse de forma convencional.

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Masson sostiene que el 8M se ha hecho particularmente visible desde 2015, cuando se inició el fenómeno del Ni una Menos.

—En “Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina” usted también señala que “hay un rasgo común que define a la mayoría de las feministas y sin el cual no es posible entender el feminismo: se trata del acceso de estas mujeres a la educación superior”. Es interesante analizar esta relación de formación superior con formación política. ¿Sin la educación superior hubiese sido posible pensar en la explosión del feminismo?

—Superinteresante la pregunta porque hoy el feminismo ya no es así como era en el momento en el que yo realicé mi trabajo de campo. En ese momento, las feministas eran muy pocas. Yo participé en el último Encuentro de Mujeres Feministas, que se hizo en Tandil en 2003, y habría ciento cincuenta o doscientas mujeres. Es un volumen muy reducido en comparación con la actualidad. Y la mayoría de ellas eran profesionales. Mujeres blancas, de clase media o media alta y universitarias, ya sea médicas, sociólogas, antropólogas, historiadoras o politólogas. Y esas mujeres fueron construyendo desde el mundo académico, que derivó en el activismo, una visión del mundo que contestaba los parámetros hegemónicos. Y a través del tiempo, desde que yo publico “Feministas en todas partes”, eso fue cambiando muy rápidamente. Y, sobre todo, a partir de la profundización de la crisis económica de 2001, y la posibilidad de poder juntarse en las asambleas populares y barriales, los comedores, los espacios de sociabilización que fueron permeados por una mirada feminista y por la articulación de las mujeres universitarias en los bachilleratos populares. Así fue apareciendo una mirada diferente de la relación entre varones y mujeres, y el feminismo se empezó a alimentar de un activismo que no provenía tanto del mundo académico, sino de la experiencia cotidiana de las mujeres. Hoy tenemos el feminismo villero, feminismo negro, feminismos rurales, feminismo de pueblos originarios y feminismos populares. En el momento que yo escribía mi tesis se dejaba de hablar de feminismo y se empezaba a hablar de los feminismos en plural. Hoy solamente hablamos de los feminismos en plural, porque se incorpora toda una variedad de mujeres con experiencias distintas de las que tenían las mujeres urbanas de clases medias y con acceso a la educación superior, que les permitía hacer esa reflexión sobre el mundo social. Hoy la reflexión que hacen esas mujeres feministas las hacen desde los conceptos académicos que se han ido popularizando, pero también desde la experiencia. Y eso es algo muy interesante. Aparecen los feminismos populares y no blancos. Y en la incorporación de los feminismos los Encuentros Nacionales de Mujeres tuvieron mucho que ver porque las mujeres que participaban comenzaron poco a poco a reconocerse como feministas. Se fue dando una transformación que no se da de un día para el otro. Muchas mujeres al principio rechazaban el derecho al aborto y lo fueron incorporando, o rechazaban temas vinculados a la diversidad sexual y los fueron incorporando. Se dio ahí una articulación entre el pensamiento feminista y la construcción política desde lo territorial y la experiencia vivida y no la experiencia que se puede contar desde el ámbito académico. En este contexto, el 8M se ha ido enriqueciendo con todas estas experiencias. Luego del Ni una Menos, en 2015 hubo una explosión en cuanto a la cantidad de mujeres en las calles y quedó en evidencia que el feminismo se ha diversificado. Hoy incluye desde cuestiones ambientales, hasta la violencia contra las mujeres, o temas económicos que se han incorporado en la agenda, junto al derecho por la diversidad sexual. Mi libro se llama ‘Feministas en todas partes’ porque en el feminismo no hay una unidad básica, no hay una única sede, no hay una jerarquía establecida como en un partido político. Porque la fuerza del feminismo ha sido siempre una fuerza invisible que ahora se hizo explícita para quienes no son feministas. Las feministas saben que la fuerza del feminismo existió siempre pero sólo se hizo visible con el 8M.

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Masson ha realizado una gran producción académica, con ensayos que señalan el crecimiento del feminismo en Argentina.

—En “La política en femenino. Género y poder en la provincia de Buenos Aires” usted analiza tres espacios diferentes desde donde burócratas, políticos/as y periodistas ejercieron una fuerte influencia en la construcción de las identidades de género. Usted sostiene: “Al tiempo que construyeron e institucionalizaron una identidad femenina legítima, inauguraron una ‘nueva’ forma de hacer política social, o una forma de ‘despolitizar’ la política intentando despolitizar lo social. En este juego, las mujeres ocuparon la escena central y estuvieron del lado de lo social como opuesto a lo político”. Ese libro se inscribe en la campaña electoral que protagonizaron en 1997 Hilda “Chiche” Duhalde y Graciela Fernández Meijide y se concentra en el rol de la mujer política y la mujer en la política de entonces. Han pasado muchos años desde ese momento, ¿qué cambió y qué perdura en esa mirada que se proyecta desde la burocracia, la política y los medios sobre el rol de la mujer?

En ese libro muestro diarios en los que se ve a las dos candidatas a diputadas de ese momento, Chiche Duhalde y Fernández Meijide, con fotos de cuando eran bebés, en un intento de infantilizarlas, algo que nunca jamás sucedería con candidatos varones. También aparecen en los medios fotos en las que se ve a las candidatas con sus hijos, mostrándolas como madres. O fotos en las que se las ve en familia, mostrando su rol en la casa. Y también se publicaban notas en las que eran presentadas por sus esposos: Eduardo Duhalde diciendo que Hilda es una “típica bonaerense”, y Enrique Fernández Meijide diciendo que Graciela es “una mujer inteligente”. Chiche representaba el modelo de la madre de familia, abnegada, desinteresada de ambiciones personales, mientras que Graciela era el modelo de una mujer más independiente y madre de un hijo desaparecido. En esa campaña también se puso en evidencia el caso de las manzaneras y en el libro muestro cómo se institucionaliza en el ámbito burocrático una identidad femenina. Eso se ve claramente en cómo se armó el Plan Vida y la figura de las manzaneras. A mí lo que más me interesa hoy sobre ese tema, viéndolo a la distancia, es cómo desde el Estado se promovió la participación de las mujeres, como en el caso de las manzaneras, que llegaron a ejercer mucho poder, incluso disputando el poder a intendentes del Conurbano, pero luego ese poder se les limitó . Lo que a mí me interesó investigar es cómo las mujeres desde roles maternales adquirieron poder. Y más en las clases populares, en las que la identidad de madre es una identidad muy fuerte vinculada con el cotidiano de esas mujeres. Entonces se dio el caso de algo muy interesante, en el que aparece lo que hoy se denomina empoderamiento de las mujeres, mujeres que acceden a la toma de decisiones, al control territorial y al poder político, pero con una construcción identitaria basada en la maternidad. Que es una identidad que el feminismo no promueve. Es una contradicción que me parece muy interesante. Desde el momento en que escribí ese libro hasta hoy, se ha desarrollado una identidad mucho más autónoma de las mujeres, no tan basada en esta idea de la maternidad. Se empieza a ver a las mujeres de otra manera y ha triunfado la agenda feminista sobre la idea más tradicional de las mujeres como madres y amas de casa. Sin embargo, siempre va a existir esa tensión porque en algunos espacios el rol materno sigue siendo central.

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Masson advierte cómo cambió el rol y la participación de las mujeres en la política y también en las Fuerzas Armadas.

—En “Mujeres en las Fuerzas Armadas en Argentina. Nacionalismo, género y etnia” usted analiza “el sistema de género/sexualidad/raza a través del cual se construyó el Ejército Argentino como representante de la Nación y guardián de sus valores esenciales” y se enfoca en los desafíos enfrentados por la implementación de políticas de género por parte del Ministerio de Defensa. ¿Cómo impactó el feminismo y la diversidad de género en un sector históricamente conservador y machista?

—En ese trabajo yo señalo que hay que mirar la discriminación de género pero también la discriminación ético-racial. Porque el Ejército argentino recluta gente en todo el país y nosotros tenemos una diversidad étnica importante, aunque no la reconozcamos. Ahí muestro cómo la distinción entre cuadro de oficiales y de suboficiales coincide con una distinción étnico-racial, ya que desde la burocratización del Ejército, el cuadro de oficiales estaba integrado mayoritariamente por blancos y el cuadro de suboficiales estaba integrado por no blancos. Hoy hablaríamos de identidad marrón. Eso ha cambiado en las últimas décadas. Pero para contestar la pregunta, hay que decir que Argentina es uno de los países más avanzados en temas de política de género en el ámbito de la Defensa y de las Fuerzas Armadas. Las políticas de género se iniciaron en 2006, cuando la ministra de Defensa era Nilda Garré y, por supuesto, en ese momento hubo mucha resistencia. Si bien es cierto que, como ocurre en todos los ejércitos del mundo, hubo algún rechazo frente al impacto del feminismo, lo cierto es que en nuestras Fuerzas Armadas lo han incorporado muy bien, han ido incorporando las políticas de género abiertamente. Y hoy tenemos más de quince mil militares capacitados en la Ley Micaela, con un curso muy fuerte que dura las 24 horas que indica la ley y el que no lo aprueba lo tiene que volver a hacer. No es un curso cosmético. También tenemos Departamentos de Género en Ejército, Armada y Fuerza Aérea, y oficinas de género distribuidas en todo el país. Trabajamos muy bien con los y las militares, hoy tenemos un Plan Integral de Política de Género para las Fuerzas Armadas, tenemos mesas de trabajo para transversalizar la política de género, que están integradas por las altas jerarquías, como generales, brigadieres y almirantes, directores de Personal, de Salud, de Educación y de Asuntos Jurídicos y las jefas de Departamento de Género, que son coordinadas por la Dirección de Política de Género.

—Esta sección se llama “Agenda Académica” porque intenta ofrecerle a investigadores y docentes universitarios un espacio en los medios de comunicación masiva para que puedan dar cuenta de su trabajo. La última pregunta tiene que ver, precisamente con cada objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en relaciones de género en el campo político en Argentina y en participación social y política de las mujeres y del movimiento feminista?

Porque no se puede hablar de género sin hablar de poder. Si hablamos de género y no hablamos de poder, no estamos hablando de género. Tal vez en su momento lo he hecho más intuitivamente, pero cuando escribí “La política en femenino”, en las entrevistas que hacía para la tesis encontraba mujeres que trabajaban con Chiche Duhalde que me decían que no les interesaba la política, que solo les interesaba lo social. Eso lo interpreto como una forma de legitimar su lugar en la política y, a la vez, negando la política. Una forma de legitimarse en el espacio político pero negando el poder. Y cuando terminé esa tesis pensé en buscar mujeres que hacían política pero que no negaran la acción política, que no renieguen de eso. Y así me encontré con las feministas. Esa es la magia de la Antropología. Vas buscando, mientras te dejás llevar por tu campo de estudio. Hoy trabajo con género en las Fuerzas Armadas y también discutimos el poder. Sin discutir el poder no podés pensar en el tema de género. Por eso en la Maestría de Estudios Feministas que dirijo, doy la materia Poder y Simbolismo de Género, porque considero que ahí hay un punto de inflexión.