En el encuentro de México de la Asociación Latinoamericana de consultores políticos (Alacop), de la cual soy vicepresidente, varias situaciones me llamaron la atención.
Por un lado, la opinión de ciudadanos opositores que llaman régimen a un oficialismo que obtuvo el 60% de votos en primera vuelta. Critican al gobierno porque dicen que empoderó a los pobres, les dio derechos y que les enseñó que deben defenderlos.
También tuve un diálogo con un consultor español que se mostraba irritado tanto porque el Estado español brindaba protección a los inmigrantes, como porque el feminismo había logrado que la palabra de una mujer valiera por sí misma cuando denunciaba que un hombre intentaba violentarla. Este avance de las mujeres generaría la retracción de los jóvenes al contacto con el otro sexo por temor a ser falsamente denunciados. Solo atiné a decirle que el machismo seguía existiendo y le ilustré con el suicidio de una adolescente producto la masificación en las redes sociales de una filmación teniendo relaciones sexuales.
Como vemos, las problemáticas sobre la dignidad de los sectores postergados, la discusión sobre el rol de Estado, el que hacer con los inmigrantes y los derechos de las mujeres se discuten en la vida cotidiana y estuvieron presentes en nuestra última campaña electoral.
Estos temas a nivel mundial se expresan en la confrontación entre un progresismo que viene perdiendo impulso y una derecha que va cobrando fuerza. Steve Bannon, estratega de Trump, es un ejemplo de formalización del discurso de la nueva derecha. Como dice Naomi Klein en su último libro, Un viaje al mundo del espejo.
El rechazo de la opinión pública al veto es indicador de que la lenta confusión va llegando a su fin
Bannon se ha tomado el trabajo de escrutar en los errores del progresismo norteamericano, produciendo una especie de espejo equívoco.
Así, durante la época del covid, fue un antivacunas basado en la idea de que había una confabulación para restringir las libertades en donde estaban asociados China y un capitalismo monopólico de laboratorios que utilizó el miedo al virus para enriquecerse. Sus ideas fueron tomadas por otros dirigentes de la derecha para criticar a la inmigración, el feminismo y a los gobiernos que reivindican el rol del Estado. Incluso Trump fue crítico del capitalismo de Wall Street de los acuerdos comerciales, corporativos, y de todo lo que complicara a la industria y el trabajo local.
De hecho, un sector del electorado demócrata creyó que había un republicano que al igual que ellos criticaba la voracidad capitalista. Como sabemos, Trump está lejos de eso.
Milei intenta ser una expresión local de estas ideas y las explicitó en su discurso en las NU, acusándolas de ir hacia el socialismo dadas sus preocupaciones sobre el medio ambiente, el feminismo, la pobreza.
En lo local, en lugar de atacar a las empresas monopólicas, las reemplaza por la casta y, dentro de esta, al capitalismo de amigos, en donde convergerían empresarios políticos y Estado.
No hay en Milei la idea de defensa del trabajo local ni de las empresas; por el contrario, propugna la idea de la apertura indiscriminada de la economía suponiendo que el mercado todo lo resuelve.
Al igual que Bannon, por un momento logró que se confunda su idea de que el Estado debe ser destruido con la de quienes piden un Estado que cumpla su rol de modo eficiente.
El rechazo que expresa la opinión pública al veto al incremento a los jubilados y al financiamiento universitario, y considerar que el actual programa económico genera pobreza son indicadores de que muy lentamente la confusión va llegando a su fin.
* Analista y consultor político.