La ciencia social muestra diferencias entre autores, en cuanto a priorizar unas dimensiones u otras, en el estudio de las sociedades. Mientras unos destacan el papel de las instituciones y las normas en el funcionamiento de las sociedades, otros ponen el acento en las formas de producción y distribución de bienes materiales. Entre los primeros se destaca Durkheim, con su teoría del hecho social, y Talcott Parsons, con sus aportes sobre el papel de las instituciones en la vida de las sociedades. Ejemplo de los segundos son, entre otros, Karl Marx, quien privilegia el papel de las relaciones de producción en el funcionamiento de las sociedades, escribiendo en el Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, “que ni las relaciones jurídicas ni las formas de Estado pueden comprenderse por sí mismas… sino que están enraizadas en las condiciones materiales de vida” las que deben buscarse en la “economía política”. Max Weber por su parte ha hecho aportes importantes, como surge de su Economía y sociedad y La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
Y a partir de estas corrientes de pensamiento, parece de interés caracterizar gruesamente las concepciones que predominaron en los gobiernos que tuvimos a partir de 1983. Tarea que puede ayudar a comprender nuestros fracasos económicos y sociales.
El gobierno radical de 1983 prioriza el restablecimiento de las instituciones republicanas (con la democracia se come, se educa y se cura) y descuida las funciones productivas (aproximándose a una concepción funcionalista). Omisión que produce una crisis económica que le impide completar su mandato). En cambio, el gobierno de Menem se preocupa por las relaciones de producción al prometer cambios en la estructura económica de la sociedad, por medio de una “revolución productiva”; la que no se logra (pese a dar algunos pasos en esa dirección privatizando servicios en manos del Estado). La falta de rumbo, y de acciones, por parte del siguiente gobierno radical, no amerita una definición en cuanto al modelo de sociedad que tenía in mente.
Y así llegamos a la crisis del 2001 y la subsiguiente aparición del kirchnerismo; fuerza política que se aparta de los modelos tradicionales de organización social, dando lugar a un fenómeno que se ha dado en llamar “populismo”. Categoría que está lejos de explicitar claramente el tipo de sociedad a la que se refiere. Ernesto Laclau en La razón populista afirma que: “El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”, para luego entrar en un largo discurso epistemológico sobre formas de construir dicho concepto, incluyendo abundantes citas de diferentes autores. Entre ellas la de Worsley, quien sugiere que “el populismo estará mejor considerado como un énfasis, una dimensión de la cultura política en general, y no simplemente como un tipo particular de sistema ideológico general, o forma de organización”. Lo anterior nos lleva a limitar nuestra referencia, señalando apenas algunas características particulares del kirchnerismo: tolerancia del modo de producción capitalista con un Estado que lo considera apenas un mal necesario, desalentando inversiones, llevando a un “capitalismo de amigos” que debe compensar su existencia aportando los recursos para atender planes sociales y otras necesidades de los desocupados y marginales (fruto de esas limitaciones a la actividad empresarial).
Finalmente, en el 2023 asume un gobierno que, después de un período de errores y ataques a diferentes actores de la política nacional, busca consensos para superar el estancamiento económico. Con lo cual, sin saberlo, puede contribuir a crear las condiciones que Marx señala en su prefacio para que se dé el “cambio social” (cambio que se logra cuando el avance de las relaciones de producción, chocan con las relaciones de propiedad).
*Sociólogo.