Posdoctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud en la Universidad de Manizales, Colombia; doctor en Ciencias Sociales y profesor de Enseñanza Media y Superior en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA); investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde también cocoordina el Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes; y miembro del Grupo de Trabajo “Juventudes, infancias: políticas, culturas e instituciones sociales” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso); Pablo Vommaro es especialista en estudios de juventudes y participación política y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Los jóvenes no se sienten interpelados y aparece una persona enojada en los medios, con un lenguaje muy disruptivo y agresivo. Los jóvenes están enojados y Milei los sedujo porque se muestra más enojado. Si esos jóvenes estaban enojados, Milei está más enojado que ellos y les habla en un lenguaje llano, directo y frontal y eso muchas veces seduce porque los espacios instituidos no logran interpelar a las juventudes de esa manera”, sostuvo.
Docente de Sociología de la Infancia, Adolescencia y Juventud; y de Juventudes y Políticas en la UBA; de Juventudes, Diversidades, Desigualdades y Políticas en la Universidad Nacional de Luján (UNLU); y codirector del Proyecto de Investigación “Figuras de la militancia juvenil. Emergencias, reemergencias y disputas" en la UBA; Vommaro es autor de una gran producción académica, con publicaciones cómo Políticas de juventudes y participación política; Militancias juveniles en la Argentina democrática; Juventudes, políticas públicas y participación; y Agendas, perspectivas y escenarios. Las juventudes más allá de los estereotipos. “Hoy tenemos un problema que es muy grave y que le prestamos poca atención y tiene que ver con el suicidio juvenil, que es hoy la segunda causa de muerte juvenil en Argentina, luego de los accidentes de tránsito. El suicidio era la sexta causa de muerte juvenil en 2014 y hoy es la segunda causa. Que un pibe de 20 años elija quitarse la vida es un síntoma social, una expresión de alguien que no encuentra salida, que no encuentra quién lo contenga, quién lo interpele o lo quién lo escuche”, completó.
—En Políticas de juventudes y participación política, un libro que se realizó a través del encuentro entre investigadoras e investigadores de la UBA, la Universidad Nacional de Rosario (UNR), el Área Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y el Grupo de Trabajo CLACSO Juventudes e Infancias, usted analiza la participación política de los jóvenes en la Argentina en la última década. ¿Cómo se explica, desde esa experiencia acumulada, la creciente participación política que se evidencia entre los jóvenes del espacio de Javier Milei que, paradójicamente, se presenta como el candidato que expresa el rechazo a lo político?
—Yo discutiría que el espacio que encabeza o que lidera Milei sea la expresión de la antipolítica. Puede ser que haya una discursividad de la antipolítica, pero es algo más propio del antisistema que de lo político y creo que es una forma de expresión política juvenil. Una de las características de la participación política juvenil actual tiene que ver con su multiplicidad, con la diversidad de formas de espacios, de ámbitos y formatos que la participación política encuentra. Y creo que esta participación en grupos autodenominados libertarios o de las nuevas derechas es parte de esa diversidad, de esa pluralidad de espacios de participación política con fuertes marcas generacionales. No creo que sea la antipolítica porque, de hecho, Milei es diputado y es candidato a presidente dentro de un sistema político republicano y federal. Es un candidato legitimado dentro de un marco normativo que rige esa postulación. No lo veo como una cuestión de la antipolítica por más que la discursividad es agresiva. Milei se para desde un lugar de enunciación de la política. Creo que es una forma más de participación política y de expresión de un descontento, porque desde hace varios años, especialmente desde la pandemia, se profundizó un sentimiento generalizado de descontento, de desazón, de desánimo, o de frustración de las juventudes. Hay un malestar juvenil generalizado, una sensación de no estar satisfecho con el estado de cosas. Y ese malestar juvenil se expresa en diferentes espacios. En los 2000 fue expresado en gran parte por el kirchnerismo y, pospandemia mediante y con las limitaciones del gobierno actual, ese malestar lo expresa Milei, entre otros. Pero no lo vería como una expresión antipolítica de las juventudes, sino como una expresión disruptiva que no deja de ser política.
—Pero es un fenómeno que no deja de ser curioso: son militancias políticas juveniles que se manifiestan contra la política tradicional. Y eso es algo muy diferente a lo que los jóvenes expresaron en los ochenta con el alfonsinismo o en la década anterior con el kirchnerismo. ¿Cómo se explica esta singularidad en la juventud libertaria?
—Es interesante esa observación, pero lo cierto es que no dejan de canalizar ese malestar, ese descontento o esa oposición al propio sistema político a través del mismo sistema político. Si uno piensa en los años noventa, por ejemplo, en la participación de jóvenes en movimientos más territoriales que dieron origen a los denominados piqueteros, o en las propias asambleas barriales del 2001 o en las ocupaciones de fábricas, encuentra que eran jóvenes que buscaban alternativizar el sistema político con otras propuestas porque no se sentían representados o interpelados por los partidos políticos ni por los canales instituidos. En cambio, aunque en la actualidad los jóvenes también sienten que el sistema político actual no los representa, no los interpela, no se sienten convocados; ahí aparece Milei con un discurso que expresa el descontento, pero ese discurso al menos por ahora se sigue canalizando a través del sistema político dominante. Pero también hay algo en relación a Milei y su vínculo con los jóvenes que nos permitiría entender el mal resultado que está teniendo en algunas provincias. Una hipótesis para pensar tiene que ver con las alianzas que hizo Milei con sectores instituidos, como pueden ser Bussi en Tucumán o Etchevehere en Entre Ríos. Se trata de sectores consolidados que no vienen a denunciar la casta, sino que son claramente parte de la casta. Entonces, quizás Milei expresa un descontento con el sistema político con su figura a nivel nacional, pero eso no se ve expresado en elecciones locales y los mismos jóvenes que adhieren a Milei a nivel nacional no van a votar a alguien de la casta de la política tucumana o entrerriana. Ahí puede haber una hipótesis. Hay una búsqueda de denunciar al sistema político instituido, pero cuando eso se intenta meter dentro del sistema dominante se produce un ruido. Por lo tanto, hay un sector juvenil de derecha o de movimientos regresivos conservadores que en la Argentina tiene cierto porcentaje, incluso desde los años setenta, ciertos grupos juveniles vinculados al conservadurismo católico, a los que se suman algunos jóvenes desencantados de la experiencia de Juntos por el Cambio, y un tercer componente que se articula con cierta precarización laboral, predominante entre las juventudes. Porque si uno desagrega esta adhesión político partidaria a Milei se observa que aparece entre jóvenes entre los 18 y los 22 años de sectores medios y bajos que tienen trabajo, pero no pueden pagar alquiler o tienen un trabajo precarizado, por ejemplo, en distribución de bienes mercaderías a través del delivery, economías vinculadas con las plataformas, con las aplicaciones. Es un sector de jóvenes precarizados que no se siente interpelado por un discurso de pérdida de derechos, porque casi no tiene derechos laborales, sino que tienen un trabajo flexible y precarizado con poca protección social y tienen que pedalear cada vez más horas para ganar lo mismo y hay cada vez más consumos a los que no pueden acceder. Son jóvenes a los que les cuesta acceder a una vivienda o a un alquiler. Muchos de estos jóvenes nacieron en los primeros años del siglo veintiuno y fueron socializados en una etapa política en la que el kirchnerismo se volvió statu quo y ven a estos sectores supuestamente progresistas o populares, con todas las dudas que puedan tener, relacionados a la casta, no como el corte que tuvieron luego del 2001 respecto del menemismo y la Alianza, sino como algo instituido, que es parte del estado de cosas. Los jóvenes no se sienten interpelados y aparece una persona enojada en los medios, con un lenguaje muy disruptivo y agresivo. Los jóvenes están enojados y Milei los sedujo porque se muestra más enojado. Si esos jóvenes estaban enojados, Milei está más enojado que ellos y les habla en un lenguaje llano, directo y frontal y eso muchas veces seduce porque los espacios instituidos no logran interpelar a las juventudes de esa manera.
—En Militancias juveniles en la Argentina democrática usted analiza la militancia juvenil de los últimos años. ¿Cómo se observa esa militancia hoy en los partidos tradicionales, en la militancia universitaria o en la juventud sindical?
—Ahí hay algo interesante, porque los que venimos estudiando juventudes desde hace varios años sabemos que si uno recorre los últimos cuarenta años de democracia, en muchos momentos pareciera que los partidos políticos ya no eran un ámbito de seducción para las juventudes. En muchos momentos no era interesante participar en los espacios político partidarios juveniles, porque los jóvenes preferían las movidas culturales, los consumos, los estilos, o porque los jóvenes preferían los movimientos más culturales, territoriales, o porque se iban hacia otros movimientos vinculados con la Iglesia o con los boy scout, que son grupos antiguos pero que se han revitalizado en los últimos años, o también porque en la última década aparecen agendas emergentes que convocan a los jóvenes, como el tema de géneros, las disidencias sexuales o la cuestión ambiental o climática, o la que los vincula con el veganismo o con no matar animales, es decir, toda una relación distinta de las juventudes con la naturaleza, con el ambiente, con el clima. Esas creo que son las dos agendas emergentes más fuertes, que no siempre son asumidas por los partidos políticos, sobre todo, la segunda. En la actualidad, también se revitalizó mucho otro sector juvenil, que es el movimiento estudiantil secundario, que creció a partir de las ocupaciones de las escuelas y otras acciones emergentes y disruptivas. Por lo que aparecen agendas convocantes para las juventudes que no se expresan en las estructuras tradicionales. Y esto se vio claramente en la pandemia, porque los jóvenes buscan encontrarse, buscan asociarse, no siempre organizarse políticamente, pero sí agruparse y buscar espacios de pertenencia o de o de contención en la presencialidad; porque la virtualidad no era suficiente.
—En Juventudes, políticas públicas y participación se busca estudiar la producción de la categoría “joven” desde el impulso de políticas públicas en la actualidad. ¿Cuáles son los errores y aciertos de las políticas públicas generadas por y para los jóvenes?
—Voy a empezar por los errores. Uno tiene que ver con la situación socioeconómica o las condiciones de vida que atraviesan los jóvenes, que son fuertemente precarizados. Hay un gran nivel de pobreza. Todos los indicadores sociales que muestran el nivel de empleo, de salud, de vivienda o de trabajo, tienen índices más negativos entre las juventudes, y también en la niñez, que en la población en general. Por ejemplo, el desempleo juvenil es el doble que el desempleo adulto. La pobreza juvenil casi que triplica la pobreza general. El acceso a la vivienda para las nuevas parejas jóvenes o para jóvenes solteros es deficitario. El acceso a sistemas de salud es muy bajo, por eso hay muchas enfermedades que han resurgido entre los adolescentes, como la tuberculosis. Esto que muestra indicadores peores entre los jóvenes que entre la población en general nos indica que está fallando la política pública eficiente y efectiva hacia las juventudes. Ahí tenemos una primera señal de falla. Y una segunda señal tiene que ver con un aspecto un poco más afectivo, emotivo, que es la falta de escucha hacia las juventudes. Hay una frase que los que trabajamos juventud decimos muchas veces: la juventud es muy hablada pero poco escuchada. No hay espacios de escucha hacia las juventudes, no hay dispositivos, no hay mecanismos sociales en los que las juventudes puedan ser tenidas en cuenta como parte de los procesos de toma de decisiones. No hay espacios en el que los jóvenes puedan ser escuchados en sus anhelos, en sus propuestas, en sus diferentes percepciones o valores. Eso fue algo que la pandemia hizo evidente: todos hablábamos sobre las juventudes y su responsabilidad en los contagios, sobre la virtualidad educativa, sobre el regreso a las clases presenciales, y había padres organizados o distintas organizaciones, pero no estaba la voz juvenil, la de los estudiantes, la de los jóvenes en los barrios. Esta voz era una voz que estaba muy invisibilizada. Por otra parte, en Argentina falta un marco normativo hacia las juventudes. Por ejemplo, no hay una ley nacional de juventudes. Hay una ley nacional de protección y garantía de los derechos de niños, niñas adolescentes, la ley 26.061, pero no hay una ley nacional de juventudes. Y eso es un síntoma, una expresión de la poca consideración política que tienen los jóvenes, de los pocos lugares que tienen las juventudes para ocupar un rol protagónico y central en las políticas públicas. Y, por último, hay pocos datos sobre las juventudes en la Argentina. No hay una encuesta nacional de juventudes, como sí lo hay en Chile, Brasil, México, Paraguay o Uruguay, países en los que hay datos que se actualizan cada tres o cada cinco años. En Argentina hubo una sola encuesta nacional en 2014, ya hace casi diez años y nunca se volvió a actualizar. Con respecto a los aciertos, vemos que hubo una creciente incorporación de nuevos derechos y un reconocimiento de las diversidades sociales en cuestiones étnico-raciales, sexuales, y en algunas leyes que no fueron pensadas para las juventudes, como Matrimonio Igualitario, Identidad de Género o Interrupción Voluntaria del Embarazo, pero que fueron leyes que abrieron otras puertas y otras ventanas para que los y las jóvenes que se sentían excluidos de la política pública puedan incorporarse. Se ve esa incorporación y es un punto positivo porque habla de una intención de incorporación de esa diversidad juvenil para reparar esa falta de escucha y de no resolución de las necesidades materiales inmediatas y concretas de los jóvenes.
—En Agendas, perspectivas y escenarios. Las juventudes más allá de los estereotipos se observan los imaginarios, las representaciones y los sentidos construidos sobre las juventudes desde el mundo adulto. ¿Cuáles son esos estereotipos y por qué es importante reparar en ellos?
—Tiene que ver con esa falta de escucha, con eso que comentaba más arriba sobre que las juventudes son muy habladas y poco escuchadas. Y tiene que ver también con algo que no está siendo muy visibilizado: el adultocentrismo. Porque así como sabemos que vivimos en un mundo machista y patriarcal, y hay que reconocer que eso fue una victoria de la lucha de las mujeres y de las diversidades, hoy sabemos que vivimos en un mundo dominado por los varones. A lo que debemos agregar adultos. Son varones adultos los que dominan. Y eso establece una relación de desigualdad intergeneracional, de jerarquía y de subordinación intergeneracional. Está naturalizado que el adulto decida sobre las juventudes. En cambio, no está naturalizado que los varones decidan sobre las mujeres. Porque todavía está esa imagen de los jóvenes como inmaduros, como que no saben muy bien lo que quieren, como que están perdidos, como que requieren una guía. Perdura esa imagen que en muchas discusiones ya fue superada, pero que permanece en el sentido común y en la política. Hay ahí una relación de subordinación, de jerarquía y de desigualdad que sería bueno visibilizar. Porque las juventudes eso lo perciben. Y es algo que aparece cuando yo hago entrevistas y trabajo de campo. Los jóvenes me dicen que los adultos no los escuchan, no los tienen en cuenta. Que los políticos los convocan, pero es una simulación y después nada de lo que dicen es tomado en cuenta ni queda plasmado en la decisión de política pública. Y también aparecen los estigmas. La figura del “pibe chorrro”, un sello que anula todo un grupo de jóvenes de sectores populares que usan gorritas que tienen un fenotipo de una piel oscura o que usan bermudas y zapatillas de ciertos colores llamativas. Son jóvenes que fueron etiquetados y a partir de ahí quedan en un lugar de condena social. O la otra figura de presión social que es la de emprendedurismo juvenil, la exigencia social de tener que tener éxito. Y eso genera mucha presión social en los jóvenes. Hoy tenemos un problema que es muy grave y que le prestamos poca atención y tiene que ver con el suicidio juvenil, que es hoy la segunda causa de muerte juvenil en Argentina, luego de los accidentes de tránsito. El suicidio era la sexta causa de muerte juvenil en 2014 y hoy es la segunda causa. Que un pibe de 20 años elija quitarse la vida es un síntoma social, una expresión de alguien que no encuentra salida, que no encuentra quién lo contenga, quién lo interpele o lo quién lo escuche.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque pretende brindarle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con el objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en estudios sobre juventud?
—Yo empecé a hacer mi tesis doctoral en 2004, período convulsionado en la historia argentina y en la política argentina después del 2001. Yo trabajaba sobre movimientos sociales, sobre organizaciones territoriales en la zona sur del Gran Buenos Aires, sobre todo en Quilmes. Viajaba regularmente a Solano, a Rafael Calzada y en esos barrios tan alejados de la Ciudad de Buenos Aires me fui encontrando con lo que yo intentaba comprender: los modos de organización social a nivel capilar. Y ahí encontré una alta presencia de muchos jóvenes que marcaba rupturas en el modo de hacer políticas o en el modo de organizarse y, de a poco, fue un fenómeno que fui queriendo comprender cada vez más. Yo veo a la juventud como un emergente social, como ventanas que permiten comprender lógicas sociales más generales. Yo digo que no soy un juvenólogo, no soy un juvenilista, sino que estudio o trabajo con jóvenes para comprender dinámicas sociales más generales. Por ejemplo, cuando hablé antes de la precarización laboral, sabemos que no solo los jóvenes están precarizados, o sabemos que no solo los jóvenes están descontentos, pero los jóvenes me permiten comprender de manera más clara un fenómeno más complejo. Yo empecé a estudiar procesos juveniles queriendo comprender procesos de organización territorial en barrios populares del Gran Buenos Aires y me di cuenta que si estudiaba a los jóvenes podía entender fenómenos más amplios. Eso fue hace 15 años y hoy sigo pensando que a través de los jóvenes y de la perspectiva generacional puedo mirar y comprender procesos que de otra manera se podrían comprender con lentes mucho más opacas.