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Paula Canelo: “Durante la democracia, las Fuerzas Armadas aprendieron las lecciones de la historia”

Doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), magíster en Ciencia Política por la Universidad de San Martín (UnSam) y licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Paula Canelo es la mayor especialista en pasado reciente y en dictadura argentina. Similitudes entre las viejas y las nuevas derechas. Los cambios generacionales y la relectura del Golpe de 1976 entre los militares.

Paula Canelo
Paula Canelo se especializa en sociología política e historia reciente y es la mayor investigadora sobre dictadura. | Nestor Grassi

Doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), magister en Ciencia Política por la Universidad de San Martín (UnSam) y licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigadora independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto de Investigaciones Sociales de América Latina (IICSAL Flacso/Conicet), Paula Canelo se especializa en sociología política e historia reciente y es la mayor investigadora sobre la dictadura argentina y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Los discursos y las consignas de Memoria, Verdad y Justicia deben aceptar ser interrogados, para poder responder a esos cuestionamientos y hacerse cada día más fuertes. Abrirse a la interrogación es una oportunidad clave para afianzar la propia posición. La memoria es una construcción, y especialmente es una construcción hacia las nuevas generaciones, para que puedan comprender qué pasó y por qué pasó a partir de sus propias coordenadas”, sostuvo.

Directora del Programa de Estudios Políticos y coordinadora académica de la Maestría en Ciencia Política y Sociología de Flacso, docente de Análisis de la Sociedad Argentina en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Canelo es autora de una gran producción académica, que incluye libros como El proceso en su laberinto y La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983). A 40 años del golpe de Estado; y ensayos como ¿Qué estudiamos sobre la última dictadura argentina? Tres ciclos de investigaciones entre 1983 y 2015; El guerrero y el técnico. Albano Harguindeguy y su relato sobre la represión y los desaparecidos; Dictadura y Estado. La conflictiva y nunca acabada construcción de un campo de estudios; Las '“Actas de la dictadura y la revitalización de los estudios sobre el Proceso de Reorganización Nacional; y ¿Qué hacer con las Fuerzas Armadas? Treinta años de cuestión militar en la Argentina. “Durante la democracia, las Fuerzas Armadas aprendieron las lecciones de la historia. En la última etapa de la dictadura, la institución en su conjunto se encontró al borde de la disgregación institucional por primera vez en su historia, como consecuencia de los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado y la derrota de la guerra de Malvinas”, completó.

—En El proceso en su laberinto usted fue la primera autora que demostró que la última dictadura militar no fue un proceso lineal ni acordado entre las Juntas Militares, sino que desencadenó una feroz disputa desatada en torno a las contradicciones internas de las Fuerzas Armadas, lo que denominó una “balcanización del Estado”. Mucho se ha hablado desde entonces del legado que representó ese gobierno militar para la construcción de la democracia argentina que este año cumple cuatro décadas, pero me gustaría proponer otro enfoque: ¿cuál es la lectura que pueden hacer hoy las Fuerzas Armadas del legado de la última dictadura militar, en momentos en los que se cumple un nuevo aniversario del Golpe de 1976?

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Durante la democracia, las Fuerzas Armadas aprendieron las lecciones de la historia. En la última etapa de la dictadura, la institución en su conjunto se encontró al borde de la disgregación institucional por primera vez en su historia, como consecuencia de los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado y la derrota de la guerra de Malvinas. Más tarde, con la apertura del ciclo de transición a la democracia, sufrieron asimismo muchas reformas burocráticas y organizacionales que encararon Alfonsín y Menem, como recortes presupuestarios, desjerarquizaciones, achicamiento del aparato castrense en general. A cambio, con Menem, recibieron uno de los objetivos institucionales centrales que habían venido persiguiendo desde mediados de la dictadura: el indulto. Lo que para los organismos de derechos humanos fue un golpe durísimo, porque consagraba la impunidad, para los militares fue una posibilidad de recomposición institucional. Gracias al indulto, las cúpulas lograron desarticular los malestares que representaron los carapintadas y recomponer la cadena de mandos. Pero como consecuencia de todo este proceso, las Fuerzas Armadas perdieron centralidad en el escenario político, debieron aceptar la subordinación al poder civil y sufrieron lo que yo llamo una proletarización de la profesión: lo que antes era un destino profesional deseado por los hijos de las clases medias, e incluso altas, se transformó en una actividad de menor jerarquía, una suerte de refugio de empleo estatal. Un momento clave en  la historia reciente de las Fuerzas Armadas fue la crisis de 2001, cuando quedó en evidencia que las Fuerzas Armadas efectivamente habían aprendido las lecciones de las décadas pasadas, entre relación con los tremendos costos que podía tener intervenir políticamente. A pesar de la crisis profunda de disgregación de la política y de la representación que fue el 2001, a pesar de la violencia represiva desatada por el gobierno de De la Rúa, y a pesar de que fueron tentadas de muchas formas para intervenir políticamente, las autoridades militares de entonces se mostraron claramente prescindentes y se negaron a intervenir en  la represión de las movilizaciones durante la crisis. Su propia historia les había enseñado que el riesgo era realmente muy alto. Frente a lo que en otros tiempos hubiera derivado probablemente en un nuevo golpe de Estado, decidieron que se mantendrían respetuosas de la Constitución, la autoridad presidencial y que no serían instrumento de ningún grupo político. Todo esto demuestra que han aprendido muchísimo. Pero en los últimos años, con la irrupción a nivel nacional de la fuerza política Cambiemos, hubo una revitalización de numerosos grupos, más o menos vinculados con las Fuerzas Armadas, de militares retirados, de familiares y de distintas agrupaciones cívico-militares defensoras de la represión y de la llamada “Memoria Completa” que empezaron a tener cada vez más espacio para instalar en la escena pública criterios de verdad opuestos a las memorias hegemónicas de la transición , de Memoria, Verdad y Justicia. En el pasado, estos grupos se habían mantenido en la periferia de la escena, pero comenzaron a librar con mucha fuerza una batalla por los sentidos del pasado reciente. En ese punto, los tiempos de Cambiemos abrieron la puerta para que se expresen y cobren legitimidad estas memorias antagónicas a las que se habían consolidado desde el Juicio a las Juntas. Comenzaron a resquebrajarse, en cierta forma, los principios básicos de aquel pacto democrático que se había sostenido en pilares como la legitimidad de la justicia sobre los crímenes de lesa humanidad, la de los organismos de derechos humanos, etc. Para complicar todavía más este escenario, el rol jugado por la dirigencia política dejó mucho que desear: las Fuerzas Armadas comenzaron a ser tentadas con propuestas para involucrarse en el control de las amenazas a la seguridad interior, algo que está prohibida por ley, como una forma de resolver uno de los problemas más graves de los argentinos y argentinas, el de la seguridad, a pesar de que la experiencia por ejemplo de otros países latinoamericanos ya demostró que no sólo no resuelve el problema sino que lo agrava. Las Fuerzas Armadas no están preparadas para intervenir en conflictos internos porque son la fuerza más letal del Estado. Hace tiempo escribí un artículo para la revista Anfibia, donde recupero la frase de un alto jefe militar durante la crisis de 2001, donde él dice: “Si el Ejército tira, mata”. La letalidad de la fuerza que manejan las Fuerzas Armadas no es un tipo de violencia que pueda ser válida para la intervención en conflictos internos. Podemos decir que si en estas últimas décadas las Fuerzas Armadas han aprendido las lecciones de la historia, la dirigencia política aprendió realmente muy poco. Falta conducción política de las Fuerzas Armadas, lo que es responsabilidad de la dirigencia política. Y un contexto donde se combinan la reivindicación de principios de verdad antagónicos con las memorias sociales hegemónicas sobre el pasado reciente, con intentos recurrentes por jugar con la idea de intervención de las Fuerzas Armadas cuando los conflictos internos salen de control, es un contexto peligroso.

Asunción de gobierno de la Junta Militan con Jorge Rafael Videla
Canelo se especializó en analizar las diferencias internas que ocultaba la Junta detrás de una imagen de unidad monolítica.

—En La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983). A 40 años del golpe de Estado usted investigó las Actas Secretas de la Junta Militar, que fueron descubiertas en 2013 en el Edificio Cóndor de la Fuerza Aérea y representaron el fondo documental más importante que haya sido hallado sobre la Junta Militar. En ese trabajo usted analizó el “Plan Político” que intentó llevar adelante el gobierno militar a través de su propuesta de refundación política de la Argentina. ¿Hay algo de ese proyecto político militar que aún perdura en cierta dirigencia argentina?

Yo soy socióloga pero trato de ser muy cuidadosa con las extrapolaciones poco rigurosas como, por ejemplo, la que afirma que el proyecto de Juntos por el Cambio retoma el proyecto de la dictadura. Es algo bastante instalado en el sentido común con lo que no estoy de acuerdo, para mí son cosas diferentes y creo que pensar así, en una continuidad sin matices, dificulta la comprensión sobre la situación política argentina actual. Lo que sí me resulta interesante es pensar en que uno de los objetivos más importantes de la última dictadura fue el de la creación de una nueva clase política, diferente a la tradicional. Y que eso debía ser parte de su legado histórico. Cuando uno analiza a fondo los planes políticos que tuvieron los militares y civiles que condujeron la última dictadura, había un proyecto político compartido por los elencos cívicos y militares del momento que resaltaba la importancia de municipalizar la política (como lo hacía también el régimen militar chileno), tomar a los municipios como células que en las cuales debía transcurrir la participación política de la ciudadanía y de donde debían salir líderes políticos naturales, conocidos por los vecinos en la gestión local cotidiana. En Chile esto se llamó alcaldización de la política, y fue muy exitosa allí. Muchos de quienes fueron intendentes de la dictadura argentina luego lograron construir carreras políticas en democracia, tema que está muy poco trabajado hoy y que necesita que le prestemos atención. Pero lo que quiero señalar es que hay algo en esa concepción de la política basada en la cercanía, la capilaridad, la territorialización, la importancia del vínculo con la gente, la política como algo acotado a la resolución de los problemas cotidianos, que hoy mismo parece ser la clave de quienes hacen política. ¿Por qué? Por la crisis partidaria, por la fragmentación de las fuerzas políticas, por el proceso de individualización de nuestra sociedad que fue uno de los objetivos de la dictadura y que hoy se muestra con mucha fuerza. Lo que tenemos que preguntarnos es si la dictadura, y la micropolítica que intentó instalar la dictadura en términos de la relación que debemos tener con lo público, no fue el primer paso en un camino que estamos recorriendo hoy.

"La memoria es una construcción hacia las nuevas generaciones para comprender"

—En El guerrero y el técnico. Albano Harguindeguy y su relato sobre la represión y los desaparecidos usted analiza la palabra pública de Harguindeguy sobre la represión de la última dictadura cívico-militar argentina y sobre los desaparecidos, entre 1976 y 2012. ¿Por qué sigue siendo un tabú en las Fuerzas Armadas la cuestión sobre los desaparecidos, incluso hasta la actualidad?

—Hay que entender que las Fuerzas Armadas de hoy no son las del pasado: los recambios generacionales, la socialización en principios democráticos y sobre todo la experiencia traumática de la postdictadura muy probablemente hace que los militares en actividad hoy sientan la experiencia de la dictadura como algo muy lejano y nocivo para la institución militar. Los oficiales y suboficiales que están hoy en actividad no participaron de la represión, y tampoco lo hicieron sus jefes actuales. Yo tuve la oportunidad hace algunos años de ser docente de altos jefes de la Policía Bonaerense en una materia sobre historia reciente, que incluía el estudio de la dictadura. Recordemos el rol que jugó la Policía Bonaerense entre 1976 y 1983, comandada por uno de los jefes más paradigmáticos de la represión, que era Ramón Camps. Sin embargo, estos alumnos que yo tenía sentían una total ajenidad sobre esa experiencia, sus problemas eran otros.  Lo que sí hay que observar es qué ocurre con los oficiales retirados de las fuerzas, que en general juegan el rol de grupos de presión en la escena pública, y que en muchos casos están muy vinculados con las organizaciones de “Memoria completa”.

Paula Canelo
Canelo es autora de una gran producción académica en torno a investigaciones sobre el pasado reciente en Argentina.

—En ¿Qué hacer con las Fuerzas Armadas? Treinta años de cuestión militar en la Argentina usted analiza las relaciones que se establecieron entre las Fuerzas Armadas y los gobiernos democráticos de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner. ¿Cuál fue el acierto y el error de cada uno de estos presidentes en el vínculo que establecieron con las Fuerzas Armadas?

—Todas las decisiones en este plano trato de evaluarlas en el contexto histórico en que fueron tomadas. A Alfonsín le reconozco la enorme valentía de haber conducido un proceso ejemplar de judicialización, que distinguió y sigue distinguiendo a la Argentina de la mayoría de los países que sufrieron este tipo de crímenes aberrantes cometidos durante regímenes dictatoriales. Para mi ese fue un éxito de Alfonsín, sobre todo porque el contexto histórico era de una conflictividad altísima en comparación con los gobiernos posteriores, y eso es algo que hoy no recordamos en su justa medida. Una crítica que podría hacerle es que en su momento haya tomado la decisión política de limitar esa judicialización a un grupo reducido de culpables (las juntas) y no haber aprovechado para ampliar más la judicialización. Es el caso, por ejemplo, del general Albano Harguindeguy, ministro del Interior de Videla, que yo trabajé en profundidad: es realmente sorprendente la impunidad que gozó este general, uno de los funcionarios más poderosos de la dictadura, al frente de una de las dependencias de gobierno más vinculadas con el aparato represivo, que murió sin haber estado prácticamente en la cárcel. Y hubo muchos, muchísimos como él. En cuanto a Menem, le reivindico también haber logrado la neutralización definitiva de los carapintadas. Pero esta neutralización, que era imprescindible, vino de la mano del indulto, que fue una medida que tuvo efectos muy negativos sobre la posibilidad de realizar las consignas de Memoria, Verdad y Justicia, y que fue un golpe durísimo para los organismos de derechos humanos. Cada una de las decisiones que tomaron tanto Alfonsín como Menem en el plano militar tienen ventajas que tienen que ver con la valentía política y cierto pragmatismo para evaluar los costos y beneficios, pero que al mismo tiempo deben ser evaluadas por el costo social que tuvieron, en términos de la necesidad de castigar los crímenes más aberrantes, una necesidad que es inseparable de la preservación y consolidación de la democracia. En el caso de Duhalde, recordemos que fue un presidente con un mandato muy breve, signado por la emergencia en la que le toca gobernar, derivada de la crisis de 2001. Duhalde hace un acercamiento fuerte a la Iglesia católica y a las Fuerzas Armadas porque políticamente necesitaba el apoyo de instituciones poderosas que tuvieran un poder capilar en una sociedad que estaba devastada y destinó a las Fuerzas Armadas para realizar tareas de asistencia, transporte de alimento, ayuda y llegada a la población. Y en el caso del kirchnerismo, mirándolo como un continuo, destaco y valoro mucho el haber tomado las consignas de Memoria, Verdad y Justicia como una política de Estado, un éxito político en el sentido que contribuyó a volver a poner en escena con legitimidad las memorias sobre el pasado reciente construidas durante el alfonsinismo. Pero algo que podría cuestionar, y pienso sobre todo en  las derivas actuales, es que la forma particular que tuvo (y que tiene) el kirchnerismo de jerarquizar las consignas de Memoria, Verdad y Justicia fue acompañada de un discurso cerrado y en cierta forma hermético, no susceptible de ser criticado ni revisado, dirigido especialmente a los ya convencidos, a los ya partidarios. Y como todo discurso hermético que logra cohesionar a los propios pero que no busca convencer al resto, fue percibido por muchos sectores que no compartían los criterios de verdad de este discurso como un dogma. Por supuesto que hubo excepciones, organizaciones que siempre entendieron que la condición de supervivencia de las memorias está vinculada con su potencia para captar a sectores no convencidos, vacantes: pienso en el CELS y en Abuelas, entre otros. Pensando en la actualidad, creo que esta forma cerrada y un poco hermética de transmitir las memorias sobre el pasado reciente fue lo que posibilitó que a partir de 2015 las memorias antagónicas que cuestionaban las consignas de Memoria, Verdad y Justicia se hicieran tan fuertes. Algo que tenemos que entender es que la memoria social sobre la dictadura nunca debe ser dada como algo definitivo, sino como algo que tiene que ser construido y transmitido todos los días. Y para esto, los discursos y las consignas de Memoria, Verdad y Justicia deben aceptar ser interrogadas, para poder responder a esos cuestionamientos y hacerse cada día más fuertes. Abrirse a la interrogación es una oportunidad clave para afianzar la propia posición. La memoria es una construcción, y especialmente es una construcción hacia las nuevas generaciones, para que puedan comprender qué pasó y por qué pasó a partir de sus propias coordenadas.

Paula Canelo
Canelo advierte que la memoria debe ser concebida como una construcción hacia las nuevas generaciones.

—Esta sección se llama Agenda Académica porque busca darle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios para que puedan dar cuenta de su trabajo. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con cada objeto de estudio: ¿Por qué decidió especializarse en estudios sobre pasado reciente y sobre la última dictadura argentina?

—Cuando uno elige la carrera académica y debe decidir qué va investigar es, creo, demasiado joven. Entonces lo personal y la percepción sobre cómo es valorado eso que uno va a elegir tienen un peso muy fuerte en la decisión. Yo nací en 1972, y mi recuerdo personal más fuerte sobre la dictadura fue durante la Guerra de Malvinas, cuando había mucho temor de que la guerra en las islas se tradujera al continente, y recuerdo muy claramente a mi mamá buscando un lugar en mi casa donde escondernos a mi hermana y a mí frente a posibles bombardeos. Recuerdo también que yo leía muchas revistas e historietas, y que en revistas de actualidad que llegaban a mi casa siempre aparecían fotos de funcionarios de la dictadura, por ejemplo de la Junta Militar, fotos que trataban de construir esa idea de unidad monolítica, que era falsa, entre los miembros del gobierno, especialmente entre los miembros de la Junta, imágenes destinadas a transmitir autoridad pero también terror, con mucha eficacia por cierto. Y como a mí siempre me resultó más interesante la idea de conflicto que la de unidad monolítica, y como nunca respeté a ninguna autoridad que trate de imponerse por el miedo, me metí a estudiar si era verdad que esos señores se llevaban tan bien. Y ahí empezó todo, ahí se abrió el espacio por lo que empecé a transitar, el de la docencia y la investigación en ciencias sociales que hoy se transformó en un trabajo que amo y que me sigue gustando un montón, emociones que sigo tratando de transmitir a mis alumnos y a las personas que trabajan conmigo, porque eso también es una construcción cotidiana.