‘charlie hebdo’ II

¿Es la sátira un ataque a la religión?

default Foto: CEDOC

Cuando era chico, a pocos metros de casa, una unidad básica de la Juventud Peronista voló por los aires. Era una noche de verano y yo, con mis amigos, después de la cena, habíamos jugado en esa vereda un rato antes. Muchos años después, asistí involuntariamente al derribo de las Torres Gemelas en Nueva York. En los 70 la violencia era cotidiana, pero yo no tenía miedo. El miedo vino después, con la edad adulta, y la constatación de que la violencia es inherente al ser humano.

Philippe Lançon, columnista cultural de la revista Charlie Hebdo y sobreviviente del atentado, escribió El colgajo, libro en el que cuenta cómo regresó a la vida, lentamente, y cómo ha conseguido controlar el miedo. Lançon fue en su día corresponsal de guerra en Bagdag. Se pregunta: ¿hubiera evitado estar en el ataque a la revista si se hubiera quedado en aquella guerra, oficialmente terminada pero que, especialmente en estos días, sigue activa? Una guerra por otra.

Frente al atentado contra Charlie Hebdo, se multiplicaron las manifestaciones. “Je suis Charlie”, se podía leer y escuchar en todas partes. Aquí en Madrid, recuerdo el acto ante la embajada francesa y conservo una foto de mi hermano, ciudadano francés, en la manifestación en París, con mi pequeño sobrino sobre sus hombros. Pero al repudio le fueron sucediendo un atentado detrás de otro: desde la fatídica noche del 13 de noviembre de aquel año, 2015, en la que tres comandos coordinaron sendos ataques, incluida la sala Bataclán, que causaron 130 muertos, hasta el camión que el año siguiente arrolló a una multitud en Niza, que celebraba la fiesta nacional –era el 14 de julio–, y mató a 86 personas.

Riss, el caricaturista y director de Charlie Hebdo, también ha escrito un libro sobre los hechos, titulado Un minuto, cuarenta y nueve segundos: “La puerta se abrió. Tenía el pomo en su mano derecha. La izquierda estaba ocupada en aferrar la culata de lo que visiblemente era un arma, totalmente negra, cuyo cañón apuntaba al suelo. En ese instante, todos lo entendimos. Es el fin. Nuestro fin ha llegado”.

Hay una fotografía de la redacción. Es un pasillo con puertas abiertas en los laterales, lleno de papeles esparcidos por el suelo con manchas de sangre; parecen pisadas, que delatan el trasiego de los terroristas o las víctimas, y al fondo, un silla caída junto a una butaca con un gran charco de sangre, cuya visión interrumpe el marco de la puerta. “¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar!”. El grito de guerra de los terroristas. ¿Había ofendido tanto la revista a los ortodoxos? ¿Es la sátira un ataque a la religión?

El humorista y dibujante Dario Adanti, uno de los editores del mensuario satírico español Mongolia, autor del libro Disparen sobre el humorista, se pregunta si nos podemos reír de todo. La respuesta es: sí. Dónde, cómo, cuándo y por qué es otro tema. Cuando Charlie Hebdo hizo un chiste sobre Ailan, el niño sirio que apareció muerto en una playa turca, víctima del naufragio del bote en el que su padre intentaba alcanzar la isla griega de Kos, la revista recibió muchas críticas pero Adanti advierte que esa tapa “tenía un trasfondo, y era la hipocresía de la clase media bien pensante francesa, que se conmueve con la muerte de un niño, pero cuando el inmigrante crece y vive en un suburbio parisino, en su opinión, se hace un malhechor”. Los votos de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, no le quitan razón.

El humor, como es sabido, al fin de cuentas es un ello que actúa con fines catárticos. Por eso puede suspender el miedo. ¿Una forma de valentía? Philippe Lançon recuerda haberle escuchado a un miembro de la mafia hablar sobre el miedo y decir que, por supuesto, tenía miedo, pero que también era valiente. “No podías no serlo porque si no lo eras el miedo te devoraba”.

Días después del atentado, el primer número de Charlie Hebdo que sale a la calle agradece las manifestaciones dominicales de apoyo con este titular: “Más gente con Charlie que en misa”. De eso se trata.

 

*Escritor y periodista.