Opinión

¿Ser hincha o ser argentino?

En el universo de la pasión, dos cualidades se funden en confusa clarividencia: ser hincha y ser argentino.

Los hinchas argentinos festejando un triunfo de la Selección en el Mundial. Foto: AFP

En el ambivalente universo de la pasión, dos cualidades se funden en confusa clarividencia: ser hincha y ser argentino. El fútbol tiene una estética atrapante, que cautiva e invita al goce paroxístico. Es una estética rara, difícil de discernir, que desanda el camino entre el arte propio de dominar la pelota y la nostálgica emoción de trasuntar festejos pasados, plagados de alegría; la tradición acompaña al mito.

En la comunión del ritual futbolero, nada encuentra eco en la razón. Las emociones se desencajan del molde rígido del cotidiano y se reorganizan a partir de una catarata de endorfinas que corporizan la felicidad misma. El placer del gol, no es el mismo en soledad que en compañía. Al ser muchos, las hormonas bailan en el aire la danza de la pasión y logran apuntalar la gregaria necesidad de no sentirse excluido.

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Cruel y abandonado, el sujeto que se aleja del ritual es sutilmente empujado a regresar a la tribu. La identificación con el triunfo refuerza el ego alicaído y el destino trágico de las democracias modernas y hace que toda penuria se borre momentáneamente, aunque subsista empecinada en no desaparecer. Por eso el fútbol y en particular los eventos mundialistas, son tan apetecidos por cualquier aparato de poder que necesita del sujeto adormecido y atontado. Todo mal parece extraviarse en las autopistas del dribbling.

La dionisíaca experiencia del fútbol, se opone en franca dialéctica al apolíneo fundamento material de su existencia. Ya no importa si el fútbol es un deporte. Reconocer que ha dejado de serlo para transformarse en un negocio, socavaría seriamente el estatuto de esta pasión. Aceptar que en el fútbol se mata, se roba, se humilla, se esconde, se hace trampa y con esos actos se construye sentido, denostaría el superior espíritu de esta sublime disciplina.

El ideal aspiracional al que remite el jugador de fútbol modelo, es el del éxito individual, el estrellato ególatra que gana montañas de dinero, que tiende a la elusión de impuestos y se esconde tras el hedonismo de sus yates y aviones; está en las antípodas de los miles de millones de personas que llenan sus vidas a diario con gambetas, aunque sostengan estoicos diariamente vacíos sus estómagos. Entonces ¿qué nos mueve a la alegría del fútbol?

¿Ser hincha o ser argentino?

Unido a esto, el sentido de patria se ha forjado con el paso de los años al calor de necesidades históricas, sociales, políticas y económicas. En los años ’20, con los estertores de la generación del ’80, el futbol pareció ser el antídoto ideal para encolumnar a masas ingentes de criollos e inmigrantes detrás de una idea de país. Esta tendencia no decayó jamás a lo largo de los años y fue utilizada por gobiernos de diverso signo político y ropaje ideológico, arribando a una cima en el icónico mundial ‘78.

Futbol y patria se mostraron entonces obscenos, en una puja política desigual por definir el sentir popular, encontrando el cuenco ideal para la catarsis social y poniendo en escena la sublimación misma de la guerra que encontró su apoteosis años después, en el maradoneano gol a los ingleses en el México del ‘86. Ya en este siglo, la influencia de los medios y las redes sociales terminaron por colocar a la pasión por el balón en el epicentro de una razón de ser y el fanatismo se enquisto en casi cada alma que habita esta tierra.

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Pero ¿qué es la patria? ¿qué es el patriotismo? ¿qué es ser argentino? Por lo pronto es algo muy distinto de ser hincha, aunque la retórica se empecine en unirlos con fines egoístas y dispares. Fundir el sentido de ambos términos en una misma colada, tiene la impúdica virtud de forjar el bronce del olvido, de eternizar la memoria en el etéreo pedestal del desconcierto. Nada suma, aunque parezcan ir unidos en un éxtasis circunstancial. La pasión por la patria cristaliza en el futbol la presencia de un oxímoron existencial, de una contradicción insuperable que opone al futuro el muro de los lamentos del presente, tras el cual, la realidad misma se mantiene agazapada esperando a que un mundial finalice.

En cada entretiempo de la vida, el malestar de la cultura queda atrapado en el fango del silencio y el hincha espera ansioso el reinicio de cada tiempo para largar el desahogo de un grito liberador. La patria, si aún existe, se enhebra en los vericuetos de una identidad con un proyecto de país que nada tiene que ver con los penales o con una final. Mientras tanto, la argentinidad al palo.