opinión

Superman no existe

Presidentes. Todos tienen su instante de gloria y también algo en común: la gloria pasa y los superpoderes desaparecen. Foto: cedoc

Todos los presidentes tienen sus instantes de gloria. A veces, fugaces; otros, más duraderos. Pero hay algo que los une: la gloria pasa.

El caso que siempre se recuerda es el de Churchill, el primer ministro británico y gran protagonista del triunfo aliado sobre Hitler. Un héroe para los británicos durante la guerra que, poco después de la rendición alemana, perdería las elecciones por una diferencia rotunda. 

De la gloria al ocaso. Los ejemplos son infinitos. Nixon, tras conseguir su reelección de una forma aplastante y con una economía sólida, debió renunciar en medio del escarnio del Watergate. De estadista a corrupto en solo dos años. Para los peruanos, Fujimori pasó de ser el héroe que había terminado con la inflación y con Sendero Luminoso, a convertirse en un condenado por crímenes de lesa humanidad. Sarkozy asumió con una imagen positiva récord bajo la aceptación colectiva de ser el hombre que modernizaría a Francia. Pero nunca logró la reelección y ahora, tras semanas en prisión condenado por corrupción, acaba de obtener su libertad mientras espera una sentencia definitiva. 

La de presidente es una profesión de éxito improbable: las expectativas de la sociedad siempre...

Sucede que la de presidente es una profesión de éxito improbable. Carlos Menem recomendaba que los mandatarios no debían pensar en el día después de dejar el poder. Para no amargarse y para concentrarse en el presente y no en el futuro.

Es que para un presidente el “después” siempre va a ser peor que el “antes”. Porque en el antes las personas depositan sus esperanzas de que el gobierno cubrirá sus necesidades, y el presidente todavía no tuvo tiempo a desilusionarlos. Mientras que en el después se comprobará que las expectativas de la sociedad fueron mayores que los resultados. 

Es lo que suele suceder: la mayoría, o al menos una parte de los iniciales adherentes de un jefe de Estado, tarde o temprano, terminarán desencantados.

La Argentina no es una excepción, hasta los dictadores tuvieron su momento de gloria. Los mismos sectores sociales que primero aplaudían sus acciones después pasaron a aplaudir sus condenas por los crímenes cometidos.

En las últimas décadas, Noticias viene dejando constancia de esos tiempos de apogeo que acompañan a los gobernantes de turno, advirtiendo de los riesgos que corren una sociedad y sus representantes políticos, empresariales y mediáticos cuando pierden su sentido crítico por ese virus que la revista llama “oficialitis”.

... superan lo que los mandatarios pueden devolver. De ahí lo efímera que suele 
ser la gloria

Supernada. Así ocurrió con Kirchner, Macri, Fernández y con Milei (ver las cuatro tapas). Cada uno en su momento, y Milei ahora, son vistos por amplios sectores como presidentes perfectos. Superhombres que con condiciones extraordinarias se enfrentan y vencen a enemigos poderosos y problemas que otros no pudieron resolver. 

El problema es que Superman no existe.

De los cuatro, quien hoy tiene la peor imagen es quien había alcanzado una inédita adhesión del 80% de la sociedad. De aquel “SuperAlberto” hoy queda lo que, justa o injustamente, el consenso político denomina “el peor gobierno de la historia”.

El año concluye con un espíritu festivo similar. Se impone una corriente de opinión que en octubre obtuvo el 40% de los votos y ve a Milei como quien venció, al mismo tiempo, a la inflación y al “riesgo kuka”. Capaz de doblegar a los gobernadores y someter a los aliados. Un estadista que, por fin, podrá encaminar al país hacia su destino de grandeza. 

Ave, César. Los giros del humor social son tan repentinos como habituales. 

Hace apenas dos meses, el mismo Milei aparecía salpicado por distintos escándalos de corrupción, acechado por la crisis financiera y la recesión económica, con una imagen negativa que crecía semana a semana y derrotado por más de 13 puntos en la provincia de Buenos Aires. Era el mismo Milei que durante los primeros meses de su gobierno parecía blindado frente a cualquier adversidad. Que es el estado de gracia que hoy lo acompaña.

Por oportunismo, por temor o por simple comodidad cognitiva, los períodos de empoderamiento oficialista son acompañados por un comportamiento procíclico de los distintos actores sociales. 

Los empresarios pueden estar cerrando sus fábricas por la apertura de importaciones y la caída del consumo, pero no dejan de adherir al modelo económico que los coloca en esa situación. Los políticos de la oposición aliada (macristas y radicales) son destratados una y otra vez, pero eligen no ofenderse demasiado. Los gobernadores, que durante dos años fueron discriminados con la distribución de aportes del Tesoro y la falta de inversión pública en sus provincias, vuelven a poner la otra mejilla aportando el voto de sus legisladores a favor del oficialismo. 

Los jueces y fiscales, quizás los mayores especialistas en detectar los momentos de empoderamiento o debilidad de los gobernantes, actúan en consecuencia. Es lo que la investigadora estadounidense Gretchen Helmke llamó la “defección estratégica” de la Justicia argentina tras analizar más de 7.500 fallos y comprobar que la mayoría resultaba favorable a los gobiernos mientras conservaban el poder. 

Riesgos de la sumisión. Como los magistrados, también los medios y periodistas tienen un fino radar para detectar los humores sociales y ser procíclicos frente a ellos. De ahí que los mismos medios y periodistas que eran oficialistas hasta principios de este año se volvieron repentinamente críticos cuando percibieron un declive en la imagen de Milei. Para luego, tras los comicios de octubre, retomar su militancia libertaria. Repiten lo que hicieron durante los períodos de apogeo y ocaso de los anteriores gobiernos. 

La sumisión procíclica tiene sus riesgos. Quienes se suben al humor social, creyendo que además serán recompensados por la sociedad, olvidan que cuando el humor vuelva a cambiar siempre se necesitará encontrar a los culpables de lo ocurrido. Que no serán otros que los políticos, empresarios, jueces y periodistas que habían apoyado al poder caído en desgracia. Sucederá al mismo tiempo en que los presidentes pierdan los superpoderes que se les atribuían.

Pero las posiciones anticíclicas también son riesgos. En algún punto, quizás más que las procíclicas. En los medios de editorial Perfil lo sabemos y lo aceptamos. 

Ser críticos de todos los gobiernos puede provocar rechazo por ser entendido como un cuestionamiento a la esperanza que una mayoría deposita en el presidente de turno. Pero la sociedad tiene derecho a ilusionarse y los periodistas podemos ser parte de ello. 

Lo que no podemos, o no debemos, es sumarnos a las ficciones oficialistas que intentan hacer pasar por superhéroes a personas con aciertos y errores. 

Para no esconder los primeros y para no acordarnos de los segundos recién cuando el poder se derrumba.