Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Minga!", de Jorge Di Paola

Discípulo de Gombrowicz y autor de culto, fue Ricardo Piglia quien rescató su novela “Minga!”, de 1987.

Jorge di Paola (Tandil, 1940-2007) fue escritor y periodista. Escribió para Panorama, Confirmado y La Opinión, y fue uno de los fundadores de la revista El Porteño. Foto: Cedoc Perfil

Quienes no leyeron ni leerán jamás Minga! (1987), de Jorge Di Paola, háganse la idea de una novela suelta, flotante, brillando en la oscuridad del espacio, sin apego a ninguna órbita, sin conexiones estables con ninguna tradición y, sin embargo, rozándolas a todas. Para Di Paola, la literatura no es -como el tenis- un deporte de concentración sino de acumulación de distracciones. Por lo tanto, tampoco puede ser un trabajo consecuente, de esos que comienzan y terminan cerrando un círculo productivo, ocasionalmente llamado “artístico”. Pero el gran mensaje de Di Paola, del que se deduce una teoría escrita en el aire, consiste en probarse a sí mismo que la experiencia novelística ocurre una sola vez en la vida. Tiene algo de la actividad cumbre del recordman, que reduce años de preparación al momento en el que, por fin, se comprueba hasta dónde ha podido llegar.

Varias veces a lo largo de Minga! (aunque más bien se trata de una novela escrita a lo ancho) se introduce una especie de estribillo o memoria moral en la que el narrador nos dice que “esta no es una novela de esas”. Es su modo de no recaer en la tentación de las formalidades narrativas, como el ex alcohólico que decide no pasar por la puerta del bar. Di Paola toma distancia de las experiencias narrativas de los otros, esa especie de digesto del que se sacan -mezcladas- las leyes literarias supuestamente propias, y sólo permite que Gombrowicz y Macedonio Fernández sobrevuelen su escritorio antinuclear. Pero no son presencias policiales sino fuentes ideológicas, de las que Di Paola extrae un modo autónomo de moverse en el interior de su novela. 

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Si hablamos más del autor que de su libro no es por nada: es por algo. Es porque el libro es el pensamiento y el sentimiento vivo del autor. Pero hablemos del libro, no hay problema. Minga! cuenta la historia de Paulo Von Paulus, un profesor de matemática al que le llega la noticia de la muerte de su amigo José Curú, degollado por una teja voladora en Río de Janerio. El tejazo interrumpe la caipirinha en el marco de una charla con garotas: una verdadera desgracia argentina en el extranjero. Entre ese comienzo y el final, en el que un encuentro muy esperado no sucede, no hay nada, salvo la emocionante aventura del suspenso. Pero es una “nada” respecto de la historia que se ha presentado, y que Di Paola paga con un millón de aforismos, asociaciones geniales, versatilidad para entrar y salir de varios registros y reflexiones sobre al arte de narrar: un gigantesco entre paréntesis que vale más que diez novelas terminadas. 

En Minga! hay varios tesoros enterrados. Uno de ellos es el último cuento gauchesco de la literatura argentina, y acaso el mejor. Se llama Sombra larga, y lo encuentra de casualidad Von Paulus “al apretar inadvertidamente algún resorte” de un mueble en un remate de antiguedades rurales. Es el enésimo salto narrativo de Minga!, un libro de variedades que sólo funciona por evasión, como si la novela tradicional fuese una jaula de oro en la que la literatura no puede vivir sin morirse un poco.

Poesía que cura

Sombra larga es un cuento escenográfico, muy concentrado, en el que se “documenta” la llegada del espejo a una pulpería de la pampa. Un gaucho se ve reflejado y le pide al pulpero dos ginebras: “una pa' mí y otra también pa' mí”. Al final, entra un cacique y se refiere a la misma experiencia, pero a “lo indio” (un Narciso con plumas): “Como en el charco, pero parau'” -pensó-. Cosa de Huinca”. Como toda buena literatura que no se degrada en el ambiente ni en el tiempo, las joyas perdidas en Minga! siguen intactas como el día en que las vimos por primera vez.