De la crónica diaria

“Decir de un argentino que es snob, huelga. Nacen así, pero en forma positiva, y aun en este aspecto les admiro.”

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Las ediciones de la Universidad Diego Portales de Chile pacientemente vienen publicando las Crónicas reunidas de Joaquín Edwards Bello, en edición a cargo de Roberto Merino. Y yo, también pacientemente, las voy leyendo tomo tras tomo, hasta llegar al más reciente, el sexto, que reúne las crónicas de 1938-1939. Son 536 páginas cargadas de inteligencia, humor, una furibunda ironía sobre Chile y lo latinoamericano en general, escritas a alta velocidad: en esos 24 meses publicó 170 artículos, es decir, casi una crónica y media por semana, de una extensión mayor a la nota de tapa de este mismo suplemento. Los temas son obviamente amplios y variados, de la política chilena a la literatura, de sus asuntos personales a las calles de Santiago, de Hitler al Mago de Oz, de la Guerra Civil Española a Freud, siempre manteniendo el tono mordaz que lo vuelve uno de los más grandes cronistas latinoamericanos de todos los tiempos (por lejos el mejor de Chile, más allá de que yo tengo un cariño especial por las crónicas de Jenaro Prieto, que jamás nombraba a Chile por su nombre, sino como Tontilandia. Ver: En Tontilandia, Ediciones B, Santiago de Chile, 2006. Prólogo, selección y notas de Alejandra Costamagna).

La crónica del 7 de enero de 1938 –llamada “Piratería de editores”–, sobre Victoria Ocampo, es decididamente genial, y debería ser de lectura obligatoria sobre el tema (o sobre cualquier otro tema). Transcribo el comienzo y bastante más: “¿Has leído el número 38 de la revista argentina Sur? Nos ponen como trapos. Habiendo oído esta pregunta y el comentario más de una vez, decidí comprar la revista Sur. Vale 10 pesos, y es de la dama argentina Victoria Ocampo. Goza esta dama los favores de los dioses: talento, fortuna, posición social, distinción, educación, idiomas. Escribe, según venga, en francés o en español (…). Victoria Ocampo es un símbolo del pensamiento argentino; me la figuro como una estatua de Samotracia (con cabeza), plantada en la puerta de la pampa y mirando a Europa (…). Decir de un argentino que es snob, huelga. Nacen así, pero en forma positiva, y aun en este aspecto les admiro. Victoria conoce el arte de darse importancia. Es raro el argentino que lo ignore. Nada al azar; nada espontáneo en sus selecciones y amistades. He viajado con argentinos que llevan listas de personas con las que pueden alternar en los diversos países del trayecto; lista extensiva a los fabricantes de cuellos, zapatos, camisas, etc. (…) Ella recibe a los escritores europeos de fama en su casa a la europea: chef, maître d’hôtel, concierge, femme de chambre… Es izquierdista; pero lo mismo recibiría a la cruz esvástica que a la bandera roja, siempre que esos símbolos fueran llevados adelante en manos famosas. En Italia visitó a Mussolini, hace poco recibió en su casa a Marañón, provocando la protesta del señor Bergamín, que no está enterado de las cosas”.

Menos conocidas que sus novelas, las crónicas se leen con el mismo placer que sus ficciones: aquí también reaparece la crítica a la clase alta chilena –a la que pertenecía– y latinoamericana, a los modos convencionales de la vida cotidiana. Ahora una última cita, de otra crónica: “La opinión pública se parece a veces a las mariposillas nocturnas, esas que se obcecan alrededor de una luz de velón o lamparilla, se dejan hipnotizar y mueren”.

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