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Pop de golpe

Ocurre que desde ese 25 de marzo todas las tapas de Clarín son tan parecidas que es muy fácil confundirse.

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Estoy totalmente de acuerdo con la tapa de Clarín en la que informa sobre la situación en Bolivia: “Las fuerzas armadas ejercen el gobierno. Total normalidad”. Además, pienso también que… ah… oh… no entiendo… mil disculpas: me dicen que esa no es la tapa sobre el golpe de Estado en Bolivia sino la del 25 de marzo de 1976, en la que se informa sobre el golpe de la víspera en Argentina. La de Bolivia dice: “La crisis causó dos nuevas muertes”. Esa sí es una información objetiva, en la que el periodismo… ¿Entonces? No es posible… parece que esa tampoco es la tapa, sino la que informa sobre el asesinato de Kosteki y Santillán a manos de la policía de Duhalde. ¡Cómo es posible! ¡Ya mismo voy a despedir a mi equipo de investigación! Pido nuevas disculpas por estos papelones que lo único que hacen es ensuciar la buena imagen del periodismo independiente, amenazado por las fakes news y por los populismos autoritarios que para sobrevivir necesitan de la censura a la prensa libre. Nuevas disculpas. Se me cae la cara de vergüenza. Ocurre que desde ese 25 de marzo todas las tapas de Clarín son tan parecidas que es muy fácil confundirse (Fogwill, en 1985, durante el gobierno de Alfonsín, en uno de sus artículos políticos: “En 1976 comenzó un proceso de reorganización nacional que aún no ha terminado”). De hecho, ante la primicia publicada por Perfil el domingo pasado en la página 8 (“Macri piensa en charlas en el exterior para mantener un rol de líder antipopulismo”), mi equipo de investigación me pasó un borrador de la primera conferencia (titulada: “Cómo perder con el peronismo por paliza en primera rueda, sin siquiera llegar al ballottage, y decir que nos fue bárbaro”), pero ya no confío más en ellos (pasen por tesorería a buscar la indemnización), así que no me haré eco de nada.

¿Y ahora qué hago? Me quedan 1.800 caracteres para llenar y no tenía ningún plan B. Mejor sigo con el tema del pop, del que ya algo había dicho la semana pasada. Muchas veces tengo la impresión de que la época del pop pareciera haber terminado. Terminado dos veces. Primero, porque el pop, el capitalismo de masas y la democracia formal, entre otras causas, acabaron con la alta cultura. Y si algo pervive de esa vieja tradición, lo hace disfrazado de kitsch, de caricatura de sí misma. Hoy es imposible encontrar lo bajo en lo alto, porque lo alto no tiene ya razón de ser. Pero en segundo lugar, terminó porque el ciclo del pop parece también haber llegado a su fin. Esa pedagogía que aconteció, como decía el domingo pasado, digamos entre Mahler y Warhol, tampoco tiene demasiado sentido hoy. Más allá del pop –o mejor dicho más acá– aconteció el triunfo universal de lo mediático, de los flujos informativos, de la estética universal del online. El pop ironizaba con lo mediático, pero los mass media no ironizan: arrasan. Los medios de comunicación tomaron lo pop pero para quitarle su contenido subversivo, su aspecto lúdico, su invitación a leer siempre en segundo grado (Lacan: “el sentido es siempre doble sentido”). Encontrar lo trivial en lo sublime era el mérito del pop. Pero este es el tiempo donde parece haber solo lo trivial en lo trivial (y afuera, la literatura, claro; sola en su negatividad). Recuerdo ahora una vieja frase de T.W. Adorno: “Quienes explican la industria cultural en términos técnicos, es porque tienen intereses en ella”.