Lo que los líderes chinos piensan realmente de Trump
Según académicos, economistas y oficiales militares retirados chinos, a los líderes del país no les preocupa en absoluto la agenda de “Estados Unidos primero” de Donald Trump. De hecho, en su opinión, el presidente estadounidense está propiciando un mundo para el que los estrategas chinos llevan mucho tiempo preparándose.
Beijing. Según el presidente estadounidense, Donald Trump, su reciente reunión con el presidente chino Xi Jinping –la primera de su segundo mandato– fue “sorprendente”. Si bien Trump basó su campaña en la promesa de presionar al mayor competidor geopolítico de Estados Unidos, la realidad ha sido muy distinta. Por el contrario, destacados académicos chinos y líderes militares retirados con quienes conversé en Beijing coinciden en que la estrategia internacional de Xi ha demostrado su validez y que un mundo multipolar cada vez más fragmentado beneficia enormemente a China.
La visión china es que estamos entrando en una fase prolongada de contraglobalización. Para un país que ha dependido del crecimiento impulsado por las exportaciones para salir de la pobreza, esta perspectiva podría parecer problemática. Sin embargo, a los líderes chinos no les preocupa en absoluto. En su opinión, el orden posterior a la Guerra Fría buscaba crear un mercado global único y promover la democracia y los derechos humanos mediante normas e instituciones comunes. No obstante, en lugar de un mercado único, tenemos un mundo dividido en tres bloques económicos regionales: Norteamérica, liderada por Estados Unidos (que incluye a México y Centroamérica), una esfera europea emergente que aún lucha por definirse y un extenso dominio chino que comprende a los miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), gran parte de Sudamérica, países de África y el resto del Sur Global.
En lugar de democracia y derechos humanos, los chinos prevén una mayor expansión de la autocracia y la democracia iliberal. Se suponía que la globalización implicaría que los derechos individuales prevalecerían sobre la soberanía, y la democracia liberal sobre la autocracia. Pero, como señalan mis interlocutores chinos, la soberanía ahora prevalece sistemáticamente sobre los derechos humanos. Si incluso Estados Unidos exhibe características autoritarias, los aspirantes a autoritarios de todo el mundo tienen mucho menos de qué preocuparse.
Finalmente, mis interlocutores creen que la fragmentación económica y el giro autoritario facilitarán un retorno a una política impulsada por la ambición y el carisma personal de los gobernantes, en lugar de por las instituciones y normas creadas tras la Segunda Guerra Mundial. Los resultados geopolíticos dependen cada vez menos de factores estructurales como la geografía, la dinámica del poder y los recursos, y más de las interacciones y los cálculos entre líderes. El interés personal seguirá sustituyendo al interés nacional. Habrá acuerdos, no tratados; egos, no ideología.
En resumen, las relaciones internacionales actuales serán más personalizadas e impredecibles que en cualquier otro momento desde antes de la Primera Guerra Mundial. En aquel entonces, el destino del mundo dependía de los caprichos del zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y el emperador habsburgo Francisco José. Hoy, son Trump, Xi Jinping; el primer ministro indio, Narendra Modi; el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman; el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y otras figuras similares quienes toman las decisiones.
Los chinos atribuyen a Trump la aceleración del desarrollo mundial. Su proyecto “Estados Unidos primero” (“America first”), según su perspectiva, combina dos objetivos. El primero es establecer un orden de seguridad regional, mediante el cual Estados Unidos externaliza la tarea más ardua de contener a las grandes potencias. De este modo, los europeos asumirán la responsabilidad de contener a Rusia, los japoneses y australianos intensificarán sus esfuerzos para contener a China, e Israel y los Estados del Golfo se ocuparán de Irán. Así, Trump podrá concentrarse en el segundo objetivo: buscar relaciones amistosas y cerrar acuerdos con los demás grandes líderes, ya sea Putin en Anchorage, Xi en Busan o, incluso, en el futuro, con el liderazgo iraní.
Los chinos, por supuesto, acogerían con satisfacción tal acuerdo. Algunos incluso ven en ello una oportunidad única para llegar a un acuerdo con Trump sobre Taiwán, poniendo fin potencialmente a la independencia de facto de la isla a cambio de una vaga promesa de “congelar” el actual orden de seguridad regional en el resto del mundo.
Pero un mundo dividido en esferas de influencia también conlleva riesgos, desde una feroz competencia tecnológica hasta diversos usos de la jurisdicción extraterritorial y las sanciones secundarias. Por eso, China ha estado estudiando las vulnerabilidades de Estados Unidos e identificando puntos débiles que puede explotar (sus cartas de triunfo). Sus controles a la exportación de tierras raras tomaron por sorpresa a los estadounidenses y los obligaron a negociar, lo que permitió a Xi Jinping cerrar un acuerdo favorable con Trump.
Pero a pesar de la aparente confianza que China muestra externamente, mis interlocutores sí insinuaron ciertas debilidades y fragilidades internas. El crecimiento se está desacelerando paulatinamente, la confianza del consumidor es baja y la exorbitante deuda de los gobiernos locales sigue siendo un problema grave. Un tema recurrente en muchas de mis conversaciones fue el desplome del optimismo.
Otro concepto fue el de “involución”: la feroz competencia entre las empresas chinas que ha abaratado tanto los precios que ha provocado deflación. Esto conlleva un hiperconsumismo (los vehículos eléctricos pierden la mitad de su valor en pocos meses), una competencia feroz entre estudiantes y una sensación generalizada entre los trabajadores de “esfuerzo constante”. Personas de todas las clases sociales se sienten atrapadas y ansiosas. Los jóvenes, en particular, ya no creen que tendrán una vida mejor que la de sus padres.
La verdadera prueba para China quizá no radique en los contornos aún por definir de un nuevo orden mundial, sino en cómo Xi gestione la paradoja entre el vigor externo y la fragilidad interna.
*Director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, es autor de La era “sin paz”. Cómo la conectividad genera conflicto (Rialp Press, 2024).
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