80 aniversario

"Matar a todos": cómo fue la masacre de Nankín previa a la Segunda Guerra que aún tensa el vínculo entre China y Japón

En 1937 el ejército japonés desató una ola de violencia sin precedentes sobre la ciudad china de Nankín que fue liberada el 3 de septiembre de 1945. Más de 200.000 muertos, decenas de miles de mujeres violadas y una herida histórica que aún no cicatriza.

Masacre Nankin Memorial Foto: AFP

"Maten a todos los prisioneros". Esa orden, emitida el 13 de diciembre de 1937 por las autoridades del Ejército Imperial de Japón, marcó el inicio de una de las matanzas más brutales del siglo XX. Durante 42 días, la ciudad china de Nankín, entonces capital de la República de China, fue escenario de ejecuciones en masa, violaciones sistemáticas y actos de crueldad que todavía resuenan en la memoria histórica de Asia.

La masacre de Nankín, también conocida como la "Violación de Nankín", se produjo en el marco de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, que comenzó en 1937 —dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial— y concluyó recién el 3 de septiembre de 1945, cuando se firma la capitulación japonesa y el retiro de Nankín. El número de muertos varía según la fuente: el Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente, creado tras la guerra, estimó al menos 200.000 víctimas, aunque algunos historiadores chinos elevan la cifra a 300.000.

La masacre de Nankín: un ejército sin control

El 7 de diciembre de 1937 comenzó el asedio a Nankín por parte de unos 240.000 soldados japoneses, frente a solo 80.000 efectivos chinos. La defensa no duró mucho. El 13 de diciembre, la resistencia se disolvió y la ciudad fue tomada hasta su liberación el 3 de septiembre de 1945, tras la rendición japonesa que marcó el final de la Segunda Guerra Mundial.

El asedio de Nankín comenzó en 1937 y terminó el 3 de septiembre de 1945.

El período comprendió un espiral de violencia difícil de dimensionar. Según la historiadora Iris Chang, autora del libro La violación de Nankín: El holocausto olvidado de la Segunda Guerra Mundial (Capitán Swing, 2021), los prisioneros de guerra fueron ejecutados en masa, en grupos de doce, con disparos o bayonetas. Competencias de decapitación, civiles enterrados vivos y violaciones colectivas se convirtieron en rutina diaria. Entre 20.000 y 80.000 mujeres fueron violadas, muchas de ellas asesinadas posteriormente, según los testimonios recogidos por Chang y por los archivos de la Corte de Tokio.

Los cuerpos se apilaban en las calles. Algunos eran arrojados al río Yang-Tsé, mientras otros eran incinerados o depositados en fosas comunes, como el tristemente célebre "río de los diez mil cadáveres", de 300 metros de largo. La masacre fue tal que, como recoge la cadena británica BBC en su serie sobre las guerras del siglo XX, si se unieran las manos de los asesinados se podría cubrir la distancia entre Nankín y Hangzhou, a 200 kilómetros de distancia.

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De la complicidad imperial a la rendición de cuentas

Aunque el ejército japonés gozaba de cierta autonomía, el emperador Hirohito era el jefe supremo de las fuerzas armadas. Y si bien nunca se probó que diera órdenes directas, su silencio ha sido interpretado como una forma de consentimiento.

El mando operativo de las tropas que cometieron la masacre recayó en el príncipe Yasuhiko Asaka, tío abuelo del emperador. Asaka reemplazó al general Iwane Matsui, quien había dejado instrucciones de proteger a los civiles. Cuando Matsui volvió a la ciudad y descubrió lo ocurrido, denunció a 300 oficiales japoneses y abrió una causa judicial, pero fue rápidamente trasladado a otro destino por el Estado Mayor, según los registros del Tribunal de Tokio (1946).

A día de hoy, Japón no ha emitido una disculpa oficial contundente. "El país continúa enviando mensajes contradictorios", señala el profesor Gi-Wook Shin, especialista en estudios asiáticos de la Universidad de Stanford, citado en un reciente artículo de la BBC en conmemoración del hecho histórico. "Mientras los chinos ven la masacre como un momento devastador de su historia, los japoneses suelen centrarse en su propio sufrimiento por las bombas atómicas", continuó.

"El Buda viviente de Nankín"

En medio de la barbarie, durante la ocupación de la ciudad capitalina de la China de mediados de siglo XX, un grupo de diplomáticos occidentales organizó una zona de seguridad para proteger a los civiles. El más conocido fue John Rabe, un alemán y director de Siemens en China. El empresario utilizó su influencia para intimidar a soldados japoneses desde el Comité Internacional en la Zona de Seguridad, donde se estima que salvó entre 200.000 y 250.000 vidas.

Si bien reconoció en sus memorias haberse afiliado al partido nazi antes de dejar Alemania en 1931, su figura quedó inmortalizada como "el Buda viviente de Nankín". El historiador Joshua A. Fogel (University of California) también lo documentó como "un nazi que se comportó como un héroe humanitario".

Personas visitan el set de una película china sobre la masacre de Nanjing de 1937.

Tras la guerra, el recuerdo de la masacre quedó enterrado por conveniencia política. El Partido Comunista Chino, liderado por Mao Zedong, evitó confrontar a Japón durante los primeros años de su gobierno, en parte porque necesitaba su apoyo económico y diplomático. Pero desde los años 80 —y sobre todo bajo el mandato de Xi Jinping— la masacre fue rescatada como símbolo del nacionalismo chino.

En la actualidad, el gobierno chino organiza actos de conmemoración cada 13 de diciembre pero también lo recuerda cada 3 de septiembre, cuando terminó la ocupación de la ciudad de Nankín en 1945. En esa línea, produce películas y documentales, y ha extendido la duración oficial de la guerra a 14 años, comenzando en 1931 con la invasión japonesa de Manchuria. 

Japón, por su parte, sigue evitando una autocrítica profunda. Las visitas de funcionarios al Santuario de Yasukuni, donde se honra a criminales de guerra condenados, y las revisiones de libros de texto escolares que omiten o minimizan la masacre, siguen generando tensiones diplomáticas con China y Corea del Sur.

 

CD/DCQ