Destrucción

Estado mínimo, caos máximo

“Lo que estamos viendo no es el resultado de la inexperiencia de alguien que llegó desde los márgenes de la política a la gestión del Estado, sino el despliegue sistemático de la lógica del vaciamiento de los espacios comunes”, dice el autor. A qué se refiere.

Reclamo de jubilados Foto: Cedoc

No es desprolijidad. Tampoco improvisación. Lo que estamos viendo no es el resultado de la inexperiencia de alguien que llegó desde los márgenes de la política a la gestión central del Estado, sino el despliegue sistemático de una lógica de gobierno basada en el caos, la destrucción, la desarticulación y el vaciamiento de los espacios comunes; la ofensiva constante, cuando no la fuga hacia adelante. El “Estado mínimo” que propone el ideario libertario no significa ausencia de poder estatal; significa su reconversión brutal en herramienta de shock, disciplinamiento social y captura de recursos por los medios que sean.

Desde que asumió, el gobierno de Javier Milei ha desplegado una estrategia basada en 3 pilares: desguace institucional, hiperconcentración de poder y producción permanente de incertidumbre. Cada conflicto que se abre –ya sea con los gobernadores, con el congreso, con las universidades, con la salud, con los jubilados, o con sus propios aliados- no es una falla en el sistema, sino una herramienta de control sobre los otros actores sociales y una fidelización de la propia base electoral. El caos es el método de gobierno, no el accidente inesperado e imprevisible.

No busca acuerdos amplios ni gobernabilidad clásica. No los necesita. Busca la rendición incondicional de todo lo que se le oponga material y simbólicamente, si es posible, su humillación. Su apuesta política se basa en la lógica binaria y exacerbada de amigos vs enemigos. Es una narrativa simple y efectiva, que permite reconocer fácilmente un “otro” que es la causa de todos los problemas comunes y estructurales, de manera tal que su desaparición pueda ser presentada y justificada como algo deseable y necesario, inclusive, como un deber que los héroes libertarios cumplirán con satisfacción y patriotismo.  

De la destrucción del Estado de Derecho a la destrucción de la Patria

Milei convierte cada decisión destructiva en un show. La perversidad y ensañamiento con los más débiles no se oculta, se exhibe con orgullo, se festeja. Ese espectáculo de genuflexión tiene una función clave: deshumanizar a su oponente, neutralizar cualquier respuesta opositora o alternativa. Cada medida drástica, cada golpe al bolsillo o a un jubilado genera indignación, pero también dispersión. 

La agenda se mueve al ritmo del escándalo, la furia, y la sobreactuación. Es como si todo sucediera demasiado rápido como para reaccionar políticamente de forma eficaz.  Mientras tanto avanza el programa real: Transferencias obscenas de recursos desde los sectores populares a los sectores acomodados, disciplinamiento social y consolidación de una minoría intensa y empoderada que define y sostiene con habilidad y represión las reglas del juego económico y político.

Milei convierte cada decisión destructiva en un show"

No se trata de un novedoso experimento ideológico basado en la supuesta e incomprobada derechización de las sociedades a nivel regional e internacional, sino de una forma de gobernar que busca moldear una nueva subjetividad política: la del ciudadano como consumidor aislado, inclusive y sobre todo aislado de otros ciudadanos que vivan en condiciones similares a las suyas; la del trabajador como el enemigo del empresario, pero principalmente, como el enemigo de otros trabajadores que compiten con él por su salario o su estatus; la del pobre como el único y máximo responsable no sólo de su pobreza, sino de la pobreza de los demás, la de toda la nación. 

Todo el aparato comunicacional del gobierno –con sus trolls, influencers rentados y pretensiones épicas-  trabaja para eso: imponer esa matriz emocional anclada en el individualismo superpoderoso, la resignación, la bronca, el miedo y el desinterés.

Frente a esto, la reacción social es todavía fragmentaria. Hay protestas y conflictos, sí. Falta una articulación política y cultural que logre organizar y ofrecer una alternativa clara, coherente y esperanzadora.

No alcanza con señalar los efectos devastadores que en términos sociales implica el modelo libertario. No alcanza con la crítica moral ni con el lamento progresista. La estrategia de fingir demencia o esperar que el monstruo se vaya solo, por su propia voluntad, como quien se hace el muerto frente a un oso, no funcionará. Este oso quiere hasta la última gota de nuestra miel y no se irá cuando volvamos a abrir los ojos.

Hay que disputar sentido, hay que disputar el futuro imposible. Si la destrucción y el caos son el método con el que se mantiene el statu quo de un sistema injusto que condena a las grandes mayorías sociales a la marginalidad, la respuesta popular debe ser la organización horizontal. 

No estamos frente a un equipo de gobierno que no sabe manejar la botonera del Estado y por eso genera más conflicto. Estamos frente a una nueva y brutal forma de gobernar. Entender esto es una condición necesaria para construir esa organización alternativa que represente las esperanzas populares. Aunque esto no alcance, aunque no sea suficiente, es el primer paso para enfrentarse a este modelo excluyente.

*Sociólogo / Consultor