Como espartanos

Necropolítica es tirar cuerpos vivos por el acantilado

“En la Argentina de hoy, las personas con discapacidad son desplazadas hacia ese umbral donde la vida se vuelve prescindible”, dice el autor. Señala que el Estado que recorta pensiones, medicamentos, tratamientos de salud y reprime a quienes se atreven a pedir lo mínimo, abandona a los ciudadanos.

Marcha en reclamo del ajuste en Discapacidad. Foto: Pablo Cuarterolo

Ver a la Gendarmería avanzar contra personas en sillas de ruedas, madres con niños con parálisis cerebral, o jóvenes autistas que no comprenden el caos del bastón y el escudo, no es -como algunos pretenden- un exceso momentáneo de fuerza. Es la escena reveladora de un poder que ya no administra la vida, sino que clasifica la muerte. Es la manifestación de una soberanía que ha mutado: ya no protege, ya no cuida: decide quién cuenta y quién no. Esta acción tiene un nombre: necropolítica.

El filósofo camerunés, Achille Mbembe, uno de los grandes críticos del poder postcolonial, lo formuló sin ambigüedad: “la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir”. Allí donde el biopoder foucaultiano buscaba gestionar cuerpos vivos, la necropolítica produce cuerpos desechables. Y en la Argentina de hoy, los cuerpos con discapacidad son desplazados hacia ese umbral donde la vida se vuelve prescindible.

Cuando el Estado recorta pensiones, desmantela programas, obstaculiza tratamientos y reprime a quienes se atreven a pedir lo mínimo, no incurre en una “desatención” involuntaria: está ejerciendo soberanía necropolítica. En este régimen, “hacer morir o dejar vivir” deja de ser un dilema ético para convertirse en una estrategia de gobierno, es parte de su política pública. 

El protocolo de Bullrich no para ni ante un reclamo de personas con discapacidad

La necropolíticano necesita cámaras de gas para operar. Le basta con instalar un umbral de exclusión, degradar a ciertos sujetos a lo que él llama “vida-muerte”: existencias mantenidas en la precariedad, sin protección, sin futuro. Son aquellos que “ya no son concebidos como seres irreemplazables, inimitables e indivisibles, sino que son reducidos a un conjunto de fuerzas de producción fácilmente sustituibles”, dice el autor. 

En este contexto, la persona con discapacidad aparece como un “no-sujeto”, un excedente improductivo que puede ser gestionado por el mercado o abandonado por el Estado. El exterminio ya no es espectacular como pasó en la Segunda Guerra Mundial con el Tercer Reich, hoy se ha vuelto más sutil, administrativo si se quiere, pero a la vez igual de insidioso.

Uno de los manifestantes lo resumió con brutal honestidad: “Parece un gobierno espartano: tiramos a las personas con discapacidad por el acantilado”. En Esparta, los recién nacidos que no cumplían con el ideal de fuerza eran descartados por inutilidad en la lógica de la guerra. Hoy, ese criterio reaparece disfrazado de eficiencia fiscal: el discapacitado como residuo humano que debe ser ocultado o eliminado.

Pero no es solo el cuerpo el que se descarta: es también su voz. El 6 de agosto, las voces que exigían derechos básicos fueron acalladas con bastones y gases. En la lógica necropolítica, el oprimido no debe hablar, porque hablar interrumpe la narrativa del poder y reclama un lugar en el mundo. Eso es intolerable.

Parece un gobierno espartano: tiramos a las personas con discapacidad por el acantilado"

No puedo no pensar en  Agamben y la noción de homo sacer, esa figura que podía ser matada pero no sacrificada, pero que representa, el paradigma de la vida desnuda: un ser despojado de toda protección jurídica, incluido en el orden solo a través de su exclusión. 

El discapacitado, reducido por las políticas actuales a sobrevivir sin garantías, se aproxima a esta figura: vive en un estado de excepción permanente donde el Estado conserva el poder de suprimirlo por abandono, sin que ello se considere un crimen. No es casual que Mbembe vea en el homo sacer una de las raíces conceptuales de la necropolítica: el gobernado como vida que el soberano puede dejar morir impunemente.

Mbembe advierte que la soberanía contemporánea opera como una máquina de guerra que combina biopolítica, estado de excepción y racismo estructural para gobernar por medio del abandono y la amenaza constante. Lo que se vio en la Plaza del Congreso fue exactamente eso: una zona de excepción en pleno corazón de la ciudad, donde el cuerpo vulnerable es tratado como residuo y la violencia estatal se normaliza como “gestión” del espacio público.

En este orden de cosas, la economía deja de ser un medio y se convierte en un fin en sí misma. En la necropolítica o si se quiere en el necrocapitalismo la acumulación de capital se sostiene sobre cadáveres sociales, sobre cuerpos aún vivos pero ya despojados de derechos y de valor político. No se combate la pobreza: se combate al pobre, al discapacitado, al jubilado. En una palabra se combate al quien no entra en el circuito de producción y consumo. 

* Licenciado en Filosofía