Internada hace 9 días

Cristina camina sola

Durante años, el kirchnerismo construyó poder sobre una certidumbre: podía llenar la calle. Ahora, el liderazgo de la expresidenta empieza a transitar un territorio nuevo, con menos multitud, más nostalgia, menos mística y más fragilidad.

El “acampe” frente al Sanatorio Otamendi para acompañar a Cristina Fernández de Kirchner Foto: Juan Cruz Soqueira

El “acampe” frente al Sanatorio Otamendi para acompañar a Cristina Fernández de Kirchner terminó reducido a carteles y banderas sin militancia real. La postal exhibe algo más que desorganización: muestra el desgaste del liderazgo, la desmovilización del aparato y una soledad que empieza a ser política.

Permanencia, guardias militantes, mística. El resultado fue otro. Frente al Sanatorio Otamendi, en plena Ciudad de Buenos Aires, el apoyo a Cristina se expresó, sobre todo, a través de carteles y telas colgadas. Pocas personas, casi nadie sosteniendo el “acampe”.

Un acampe sin acampe. La escena, breve y silenciosa, dejó flotando una pregunta incómoda para el kirchnerismo: ¿qué pasa cuando la narrativa de la calle deja de encontrar cuerpos que la sostengan?

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El Otamendi no es cualquier lugar. Allí Cristina suele realizar controles médicos. Y allí el kirchnerismo intentó levantar un gesto político: vigilia, presencia, cuidado, apoyo. Pero el escenario jugó en contra.

No es plaza, no es territorio militante, no es lugar de liturgia. Es un sanatorio privado, enclavado en una ciudad donde el kirchnerismo nunca fue mayoría. Convertir ese espacio en santuario político requería algo que esta vez no apareció: organización, gente, estructura. Lo que quedó fue una escenografía mínima: cintas, frases, banderas. Más símbolo que movilización.

Durante años, el kirchnerismo construyó poder sobre una certidumbre: podía llenar la calle. La Plaza, los actos, las marchas, el “pueblo” como actor visible. El episodio del Otamendi mostró el reverso. Hay desgaste. Hay cansancio. Y hay, sobre todo, señales de repliegue:

- Desmovilización militante: La permanencia, el turno, la vigilia larga ya no activan como antes. Falta motivación y sobra cansancio.
- Aparato en retirada: Menos colectivos, menos logística, menos organización territorial dispuesta a “poner el cuerpo” para una causa que no siempre devuelve poder.
- Liderazgo más simbólico que operativo: Cristina sigue ocupando el centro del discurso, pero perdió capacidad de ordenamiento en el territorio. Hay adhesión, pero no siempre hay presencia.

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El vacío que se ve. La imagen del Otamendi tiene una crudeza particular: donde se esperaba multitud, hubo aire. Los carteles intentaron suplir militantes; las consignas, suplir cuerpos. En política, ese vacío no es neutro. Envía señales. Aliados que miden costos y beneficios ya no ven obligación de alinearse. Los adversarios detectan margen para avanzar. Y el relato épico sin calle empieza a parecer repetición.

El acampe que no fue deja una conclusión más amplia: el kirchnerismo enfrenta dificultades crecientes para transformar lealtad simbólica en acción concreta. Frente al Otamendi, la soledad dejó de ser metáfora y se volvió imagen.

Cristina camina sola. No porque ya no existan seguidores, sino porque su liderazgo empieza a transitar un territorio nuevo: menos multitud, más nostalgia; menos mística, más fragilidad visible. Y en política, cuando la calle se vacía, el poder lentamente empieza a correrse con ella.

JCS