Le extendí la mano a la mujer con la que había estado conversando durante los últimos minutos. "Soy Virginia", dije.
Para mi sorpresa, ella no respondió con un apretón de manos, sino con el puño cerrado. Una mujer blanca de cierta edad, incongruentemente prefirió un golpe de puño. Su esposo se lo había recomendado, explicó, para evitar la propagación de gérmenes. Después de todo, estábamos en un crucero.
Estábamos navegando desde Los Ángeles hasta Hawai en un barco de Princess Cruises, la misma línea que tenía otro barco en cuarentena en Yokohama, Japón, con un brote de coronavirus, conocido como Covid-19. Cuando zarpamos a mediados de febrero, un barco era uno de los lugares más seguros para estar, aislado de un posible contagio, o el más riesgoso. Pero incluso sin la amenaza de una posible pandemia, teníamos motivos para ser cautelosos.
Al igual que los dormitorios universitarios y los cuarteles militares, los barcos llenos de turistas son grandes incubadoras de enfermedades, en particular, el altamente contagioso norovirus, que causa vómitos y diarrea. Si se contagia de él, sus vacaciones se arruinarán. Si una buena cantidad de personas se enferma, es posible que todo el crucero deba detenerse abruptamente. Durante el fin de semana, un brote de norovirus obligó a un crucero de la línea Princess que navegaba por el Caribe a terminar un día antes. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades exigen que los barcos informen sobre pasajeros o tripulación enfermos. El año pasado, 10 cruceros informaron que más de 3 por ciento de su tripulación y pasajeros había sufrido enfermedades gastrointestinales durante el viaje; ocho de ellos dieron positivo en el test de norovirus.
En un crucero, la gente comienza a prestar atención a lavarse las manos correctamente. Las señales en todos los baños, incluido el de sus cabinas, les recuerdan que deben lavarse con jabón durante al menos 20 segundos antes de enjuagarse bien. Estaciones para el lavado de manos y dispensadores de desinfectante les dan la bienvenida al ingresar al buffet.
Al ver todos esos empujones y a otros pasajeros lavando sus manos concienzudamente, desarrollé mejores hábitos. En lugar de jabonar y enjuagar las manos superficialmente, contaba 20 segundos, y me aseguraba de lavar bien el dorso de mis manos y entre mis dedos; lo hacía después de sonarme la nariz y cuando usaba el baño durante la noche. No me preocupaba el coronavirus, simplemente no quería pasar mis vacaciones vomitando.
¿Por qué no actuamos de esta manera todo el tiempo? Tomar medio minuto para lavarnos las manos con jabón es un acto trivial que no cuesta casi nada, pero que casi nadie hace. A todos nos iría mejor si esto se convirtiera en un hábito. "Las personas que realizan un lavado de manos adecuado tienen tasas más bajas de diarrea, infecciones virales (como el resfriado común) y enfermedades transmitidas por los alimentos", señala la Clínica Cleveland. "Los CDC indican que lavarse las manos adecuadamente también reduce el ausentismo de los niños en la escuela por enfermedades gastrointestinales en al menos 29%". Eso era antes del Covid-19.
Las pandemias pueden cambiar drásticamente los hábitos cotidianos. Sin duda el SIDA lo hizo. En la película de 1977 "Buscando al Sr. Goodbar", Diane Keaton interpreta a una mujer que tiene una doble vida: es profesora de una escuela durante el día y recoge hombres en bares por la noche. Su convencional pretendiente demuestra ser un completo perdedor al usar un condón, que en ese entonces era considerado un anticuado anticonceptivo. Ella estalla en una risa histérica. "¿Se supone que esto te protege a ti o a mí?", dice ella, inflándolo como un globo.
Una década después, la actitud había cambiado. En la comedia de 1987 "Dragnet", un joven policía interpretado por Tom Hanks se despierta junto a su novia, se da cuenta de que su caja de condones está vacía y se abstiene del sexo matutino. "La primera película influenciada por el SIDA llegó a la pantalla", declaró el New York Times. Cuando el "sexo seguro" ingresó al vocabulario estadounidense, los hábitos de la vida real también cambiaron.
Si lo comparamos, lavarse las manos cuidadosamente es un cambio menor en el comportamiento. El coronavirus es un recordatorio de que el mundo es un crucero, donde todos estamos atrapados entre nosotros mismos. Necesitamos comenzar a actuar así.