Uno de los hechos más sorprendentes del mundo de hoy es que los jóvenes no parecen preocuparse mucho por la guerra nuclear. El cambio climático es, por mucho, la mayor preocupación, mientras que la guerra nuclear se percibe como una amenaza del pasado. Como escribió Chapin Boyer, es su 20 tardíos, en Bulletin of the Atomic Scientists hace unos años: "No recuerdo una época en que la amenaza de las armas nucleares pareciera real... Mi generación creció creyendo que el problema de las armas nucleares estaba solucionado".
En cambio, yo me inclino a pensar que el riesgo de la guerra nuclear es el problema número 1 del mundo, incluso si ese riesgo no parece tan urgente en un día en particular. En las décadas de 1950 y 1960, el temor de la guerra nuclear era palpable. En 1951, el presidente de Harvard escribió una carta a su sucesor del siglo XXI. "Hay muchos que anticipan la Tercera Guerra Mundial la próxima década", escribió James B. Conant, "y no pocos que consideran que la destrucción de nuestras ciudades, incluida Cambridge, es posible".
Resultó que esas visiones eran muy pesimistas, tal vez excesivamente influenciadas por los recuerdos aún frescos de las dos primeras guerras mundiales. Pero si la generación de Conant estaba extrapolando mucho de la experiencia reciente, ¿no es posible que nosotros estemos cometiendo un error similar? Las armas nucleares no se han usado contra seres humanos desde 1945, y ahora estamos asumiendo que permanecerán dormidas por el resto de la historia.
Cada generación tiene su propio sesgo de inmediatez, como lo llaman los economistas del comportamiento. Justo después del 11 de septiembre, por ejemplo, había mucha preocupación por posibles ataques posteriores (afortunadamente, no ocurrió nada comparable). Ahora nos preocupamos mucho —tal vez demasiado— por los bancos insolventes, la inflación insuficientemente alta y el impacto chino sobre las manufacturas estadounidenses.
Entonces, ¿qué pasa con la guerra nuclear? Viendo hacia el futuro, la realidad es que el riesgo de una guerra así es muy pequeño en un año en particular. Pero si dejamos avanzar el reloj y pasan suficientes años, un intercambio nuclear se vuelve muy probable.
He notado que las personas con conocimientos del mercado financiero están mejor equipadas para entender el riesgo de la guerra nuclear. Una analogía puede ayudar: digamos que toma una opción de venta muy desfasada, sin una cobertura que la compense. En realidad es una acción muy riesgosa, aunque la mayoría de las veces se saldrá con la suya. Sin embargo, cuando no es así, cuando los precios del mercado se mueven en su contra, puede perder todo su patrimonio repentinamente.
En otras palabras, tarde o temprano lo inesperado ocurrirá. La intuición correcta sobre este tipo de riesgo no siempre será fácil para un inversionista poco experimentado. De modo similar, los votantes con visión a corto plazo no aprecian el riesgo continuo de la guerra nuclear.
Esto me recuerda mi reacción al renombrado libro de Steven Pinker “Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones”: Pinker no piensa lo suficiente como un economista financiero. Sí, sus argumentos parecen más fuertes que los argumentos para el pesimismo, y de hecho lo son. No obstante, cuando se trata de las armas nucleares, los argumentos para el pesimismo solo deben ser ciertos una vez, y es probable que eso ocurra tarde o temprano, sin importar las tendencias generales positivas.
Entonces, combinando esa perspectiva sobre el riesgo con el fenómeno del sesgo de inmediatez, regreso a mi idea original: de hecho, deberíamos estar muy preocupados por las armas nucleares. Siguen ahí, y lo más probable es que sigan funcionando. Nunca podemos estar totalmente seguros de la precisión de los sistemas de detección temprana de misiles, o si se trata de falsas señales de lanzamiento, como en 1983.
También hay motivos particulares de la época actual para preocuparse por las armas nucleares. Se han vuelto más fáciles y más rápidas de construir, y no es improbable que países como Irán, Turquía y Arabia Saudita puedan obtenerlas en los próximos 20 años, para detrimento de la estabilidad regional. Corea del Norte está incrementando su arsenal nuclear y mejorando la calidad de sus sistemas de envío.
Mientras tanto, una generación de sistemas de envío hipersónicos, que están desarrollando China, Rusia y EE.UU., recortará el tiempo de respuesta de los líderes políticos y militares a minutos. Eso incrementa el riesgo de que una falsa señal se convierta en una decisión de retaliar, o puede llevar a un país a creer que puede atacar primero con éxito. Recuerden, para el principio de destrucción mutua garantizada no basta con estar en lo correcto generalmente; siempre se debe estar en lo correcto.
Como en Doctor Strangelove, aprendimos a dejar de preocuparnos y amar la bomba. No olvidemos que la bomba nunca nos amará.
(*) El autor es un economista estadounidense