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Ante un segundo brote más letal, no hay que eliminar hospitales de emergencia nuevos

De repente, están apareciendo hospitales nuevos por todas partes.

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De repente, están apareciendo hospitales nuevos por todas partes.

Se está construyendo uno en el Central Park de la ciudad de Nueva York, y se está habilitando otro con una capacidad de hasta 4.000 camas en el centro de exposiciones ExCeL de Londres. El centro de convenciones McCormick Place de Chicago albergará hasta 3.000 pacientes con coronavirus; otros 2.900 pacientes que no padecen coronavirus podrían ser ingresados ​​en el Centro Javits de Manhattan. En todo Estados Unidos, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército ha evaluado 114 lugares diferentes para construir hospitales de emergencia.

Estas instalaciones serán cruciales si los países quieren evitar que las unidades de cuidados críticos estén sobrepasadas en medio de la ola actual de casos de coronavirus. Sin embargo, esa no es la única ventaja: si se mantienen operativas durante un período prolongado y se realizan pruebas generalizadas de detección de Covid-19, podrían ayudar a reducir el tiempo que estaremos encerrados en casa los próximos meses.

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Es difícil pensar a largo plazo cuando miles de personas mueren todos los días, pero en este momento tenemos que analizar cómo el mundo sobrevivirá los próximos dos años. Hasta que se desarrolle una vacuna o que la mayoría de la población mundial se haya infectado y la inmunidad colectiva empiece a hacer efecto, es probable que se produzcan repetidas oleadas de infección. En crisis anteriores, como la pandemia de influenza de 1918, las olas posteriores fueron a menudo más mortales que el brote inicial.

La estrategia que se ha adoptado casi en todo el mundo para hacer frente al aumento creciente de hospitalizaciones es "aplanar la curva": cerrar escuelas y empresas, y prohibir las reuniones públicas y sociales para minimizar el contacto entre las personas y frenar la propagación del virus. Si el punto máximo de los contagios es menor y más prolongado, idealmente se podría mantener el número de personas que necesitan ser hospitalizadas por debajo del número de camas disponible en las unidades de cuidados críticos. Eso evitaría la situación lúgubre que se ha observado en lugares como Wuhan e Italia, donde la gente murió en sus casas porque no había lugar para ellos en los hospitales.

Sin embargo, después se podría observar un beneficio igualmente importante. El aumento de la capacidad del sistema de salud para hacer frente a una oleada de infecciones graves también podría significar que tenemos más posibilidades de salir un poco más de la casa durante el próximo año.

Un estudio publicado la semana pasada por investigadores del instituto de salud pública T.H. Chan School of Public Health de Harvard lo explica. (El artículo no ha sido revisado por pares ni publicado en una revista médica, por lo que debe tomarse como evidencia referencial y no como un hecho). Si suponemos que la capacidad de las unidades de cuidado crítico de EE.UU. es cercana a sus niveles actuales de 0,89 camas disponibles por cada 10.000 adultos, para que los funcionarios de la salud puedan mantener la epidemia dentro de los límites de la capacidad disponible de camas, tendrían que imponer estrictas medidas de distanciamiento al estilo chino cada vez que las infecciones sobrepasen los 37,5 casos por cada 10.000 personas, y luego volver eliminar las restricciones cada vez que esta cifra esté por debajo de 10.

Eso salvaría vidas, pero con un costo económico enorme. Las medidas tendrían que estar vigentes entre el 25% y el 70% del tiempo, lo que daría poco margen para que la economía salga de la depresión actual al menos hasta mediados del próximo año. Sin embargo, duplicar la capacidad de las unidades de cuidados intensivos podría reducir en meses el período de confinamiento. Facilitar que el sistema de salud haga frente a una oleada de personas enfermas permitiría que las tasas de infección puedan ser mayores antes de que tengamos que volver a encerrarnos en nuestros hogares.

Si bien la duplicación de las camas de cuidados intensivos parece ambiciosa, perfectamente podría estar dentro del alcance de las acciones que actualmente están en curso. La capacidad disponible de atención crítica en EE.UU. normalmente es de aproximadamente un tercio de las 80.000 camas para enfermos adultos críticos del país. La disponibilidad se reduce a entre 10% y 20% del total durante las temporadas agudas de gripe. Un estudio de 2015 indicó que la capacidad habitual de camas extras de aproximadamente 18.900 podría ampliarse a 135.000 durante una crisis, y a 52.400 en una emergencia menos grave.

Encontrar personal y equipos para las instalaciones adicionales es, por lo demás, el mayor desafío, aunque incluso en ese aspecto no estamos completamente sin opciones. Contratar médicos jubilados y estudiantes, y facilitar que doctores que están actualmente en la fuerza laboral puedan ejercer fuera de su especialidad o en otros estados, ayudaría a expandir la fuerza laboral de cuidados críticos, como ha escrito mi colega Max Nisen.

Incluso si el aumento de la producción de ventiladores mecánicos y equipos de protección personal tarda un tiempo, algunas soluciones de baja tecnología pueden funcionar en caso de que no haya más remedio. Por ejemplo, el Reino Unido está adquiriendo máquinas CPAP como las que usan comúnmente los pacientes con apnea del sueño, después de que médicos italianos descubrieran que en casi todos los casos hacían el trabajo de ventiladores más costosos, excepto en los más graves.

Casi todos los países han errado en su respuesta inicial al coronavirus y como resultado se enfrentan a una alarmante escasez de capacidad hospitalaria. Sin embargo, el hecho de que no estemos suficientemente preparados ahora no significa que podamos darnos el lujo de no planificar acciones para enfrentar lo que ocurrirá en dos, seis o 12 meses. La lucha contra esta pandemia es un maratón, no un sprint.