Samsung Electronics Co. decidió construir una planta avanzada de chips en Texas, una victoria para el Gobierno del presidente Biden al priorizar la seguridad de la cadena de suministro y una mayor capacidad de semiconductores en suelo estadounidense.
La empresa más grande de Corea del Sur se decidió por la ciudad de Taylor, a unos 48 kilómetros de su gigantesco centro de fabricación en Austin, dijo una persona familiarizada con el asunto. Samsung y las autoridades de Texas anunciarán la decisión el martes por la tarde, según indicaron personas al tanto, que pidieron no ser identificadas porque la noticia no se ha hecho pública. Un representante de Samsung señaló que no se ha tomado una decisión final y declinó hacer más comentarios.
Samsung espera obtener más clientes estadounidenses y reducir la brecha con Taiwan Semiconductor Manufacturing Co. Su decisión, que se produjo meses después de que su líder de facto, Jay Y. Lee, saliera de la cárcel en libertad condicional, sigue a los planes de TSMC e Intel Corp. de destinar miles de millones en instalaciones de vanguardia en todo el mundo. El triunvirato de la industria se apresura a satisfacer el aumento de la demanda tras la pandemia, que ha llevado la capacidad mundial al máximo, al tiempo que anticipa que cada vez más dispositivos conectados, desde automóviles hasta hogares, necesitarán chips en el futuro.
La nueva planta aumentará la ya considerable presencia de Samsung en Austin, donde hasta la fecha ha invertido unos US$17.000 millones en un amplio complejo que alberga a más de 3.000 empleados y fabrica algunos de los chips más sofisticados del país. Samsung tiene previsto invertir otros US$17.000 millones y crear alrededor de 1.800 puestos de trabajo en los primeros 10 años, según documentos presentados a las autoridades de Taylor.
La agencia coreana Yonhap y el periódico Wall Street Journal habían informado anteriormente sobre la selección de la ciudad de Taylor.
El gigante asiático está aprovechando el esfuerzo del Gobierno estadounidense para contrarrestar el creciente poderío económico de China y atraer a su país parte de la manufactura avanzada que en décadas pasadas gravitó hacia Asia. Esta ambición se materializó después de que la escasez mundial de chips afectara a los sectores tecnológico y automovilístico, costara a las empresas miles de millones en pérdidas de ingresos y obligara a las fábricas a despedir trabajadores, exponiendo la vulnerabilidad de EE.UU. a las cadenas de suministro diversificadas. En junio, el presidente Joe Biden presentó un amplio esfuerzo para asegurar las cadenas de suministro críticas, incluida una propuesta de US$52.000 millones para reforzar la producción nacional de chips.
El Gobierno ha expresado en repetidas ocasiones la necesidad de aumentar la producción de chips en EE.UU., afirmando que es la mejor manera de competir con China y de mitigar las interrupciones de la cadena de suministro como la derivada del covid-19. El mes pasado, EE.UU. creó un “sistema de alerta temprana” para detectar trastornos relacionadas con el Covid-19. Además, pidió a los productores y consumidores de semiconductores que completen una encuesta sobre inventarios, demanda y sistemas de entrega, para identificar posibles problemas.
Recientemente, los problemas de Intel para aumentar su tecnología y su posible dependencia en el futuro de TSMC y Samsung para al menos una parte de su fabricación de chips han puesto de manifiesto hasta qué punto los gigantes asiáticos han tomado la delantera en los últimos años. La administración disuadió a Intel de seguir adelante con sus planes de instalar una fábrica en Chengdu, China, para fabricar obleas de silicio.