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Victorias de #MeToo, nueva era para sobrevivientes: S. L. Carter

Parece que Harvey Weinstein, condenado por violación, se dirige a prisión por al menos cinco años. Bill Cosby, condenado hace dos años por ataque indecente agravado, está cumpliendo actualmente una sentencia de tres a diez años. Es demasiado pronto para asegurar que de repente los casos de violación ya no son tan difíciles de ganar como en el pasado, pero parece que el estatus de celebridad ya no es el escudo que fue, y ese es un cambio bienvenido.

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Parece que Harvey Weinstein, condenado por violación, se dirige a prisión por al menos cinco años. Bill Cosby, condenado hace dos años por ataque indecente agravado, está cumpliendo actualmente una sentencia de tres a diez años. Es demasiado pronto para asegurar que de repente los casos de violación ya no son tan difíciles de ganar como en el pasado, pero parece que el estatus de celebridad ya no es el escudo que fue, y ese es un cambio bienvenido.

He aquí algo no muy mencionado en medio de la emoción y el alivio que ha causado la condena de Weinstein: una generación de investigación académica seria podría quedar desactualizada pronto. Específicamente, parece que muchos de los marcadores que han dificultado ganar casos contra poderosos y famosos —marcadores meticulosamente desenterrados por los investigadores a lo largo de los años— podrían dejar de ser tan importantes en el futuro.

Empecemos por el principio. En su catálogo de razones por las que los fiscales suelen ser reacios a procesar casos de asalto sexual, la socióloga Patricia Yancey Martin incluye la expandida creencia de que "los casos de violación son difíciles de ganar". Dado que los fiscales piensan así, señala, los oficiales de la policía captan el mensaje y adoptan el mismo pesimismo. Sus dudas llegan a las víctimas de violación, quienes a menudo se encuentran sin ningún defensor de su causa en la ejecución de la ley y por tanto deciden no continuar.

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Sin duda, los casos de violación contra los ricos y famosos se consideran aún más difíciles de ganar. Y no es simplemente una cuestión anecdótica: lo demuestran las investigaciones académicas. Lo que se sabe es deprimente. Se sabe, por ejemplo, que las negaciones por parte de hombres considerados exitosos, incluidas las celebridades, tienen más credibilidad para el público. Esto ha demostrado ser particularmente cierto cuando la celebridad en cuestión es blanca (para las celebridades negras, puede ser el caso contrario). Los resultados son similares cuando preguntamos por los juicios, no del público en general, sino de los jurados. La investigación nos dice que los jurados —también en los casos de asalto sexual— responden más favorablemente a los acusados percibidos como con un alto estatus económico.

El veredicto sobre Weinstein, sumado a la condena de Cosby y el proceso planeado contra Jeffrey Epstein, descarrilado por su muerte en prisión, sugieren que los hallazgos bien establecidos de esta línea de investigación pueden estar cambiando, lo que sería beneficioso para las víctimas.

También existe otra línea de investigación que las victorias del movimiento #MeToo podría cambiar drásticamente. Por ejemplo, un estudio de 2008 halló que cuando los hombres jóvenes veían titulares de noticias reales sobre un caso de asalto sexual, tenían menos probabilidades de creer que el acusado era culpable cuando los titulares mismos se referían a lo que se conoce como mitos sobre la violación. El término "mitos sobre la violación" reúne una variedad de estereotipos que a menudo tienen igual aceptación entre hombres y mujeres ("¿que creyó que iba a pasar cuando subió con él?", "hay que entender que los hombres a veces pierden el control"). Cuando la defensa los explota hábilmente, estos prejuicios suelen causar que las historias de la acusadora sean desestimadas. Su preponderancia presenta un desafío continuo, incluso para los fiscales determinados a llevar los casos a juicio.

Aunque sea difícil mantener esos mitos fuera de los titulares —como en el caso en que un periódico informa que "la acusadora ’debía haber sabido’ en qué se metía, asegura la defensa"—, es de esperar que más condenas a los famosos ayuden a los lectores casuales a poner esos titulares en perspectiva. Los tiempos están cambiando (otro hecho importante para la investigación). Por ejemplo, existen muchos estudios con el objetivo de demostrar que muchas mujeres no quieren decir "no" cuando lo dicen. Sin embargo, como mi colega de la Escuela de Derecho de Yale Dan Kahan me hizo notar hace más de una década, la mayoría de esos estudios son viejos.

Lo mismo aplica aquí. La investigación sobre la manera en que los jurados y el público suelen responder a los acusados famosos puede considerarse razonablemente "vieja". En particular, los estudios no reflejan lo que el veredicto sobre Weinstein: un cambio monumental en la manera en que la sociedad está empezando a pensar en los ataques sexuales.

Nada de esto quiere decir que, en adelante, los casos de violación deberían declararse fáciles de ganar. Nadie piensa eso. Aún permanece desafíos significativos. Incluso si las celebridades como clase ya no son inmunes, cualquier fiscal le dirá que la dificultad más grande no es un jurado escéptico, sino una acusadora que decide no cooperar. A los estudiantes en mis cursos de evidencias les parece desgarrador cuando señalo la dificultad para juzgar un presunto ataque sexual cuando la demandante retira los cargos. Sí, hay casos en los que un fiscal puede intentar continuar con el proceso. En la práctica, sin embargo, es casi imposible obtener una condena sin el testimonio de la acusadora.

Este ha sido un problema particular cuando el acusado es una persona influyente. La acusadora podría decidir darse por vencida, especialmente cuando "siempre se sale con la suya". Ver a depredadores como Weinstein y Cosby tras las rejas podría alentar a algunas víctimas adicionales a perseverar, porque se darán cuenta de que sus atacantes no disfrutan de una inmunidad mágica por ser famosos; tal vez las historias de las víctimas serán creídas después de todo.

Pero otras acusadoras seguirán decidiendo no cooperar, un cambio de opinión que puede ocurrir por muchas razones, no todas perversas (una explicación común que aparece en la investigación es la renuencia a informar a sus amigos o seres queridos sobre el asalto). Muchas veces, las víctimas se desaniman por la actitud de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, incluso, nos dice Yancey, cuando la policía ha sido cuidadosamente entrenada en cómo responder a las acusadoras en casos de agresión sexual.

Y, por supuesto, siempre habrá casos que se desmoronan porque la acusadora y el acusado llegan a un acuerdo financiero. Creo en la libertad de las personas para hacer los tratos que gusten cuando no hay engaño o coerción, aunque debemos ser cautelosos con respecto a tales arreglos en casos de agresión sexual, donde la posibilidad de intimidación siempre existe. Al mismo tiempo, dejemos en claro que los acuerdos de este tipo no son exclusivos de los acusados ​​ricos. Ni siquiera son poco frecuentes. Un conocido estudio de la década de 1980 descubrió que alrededor de la mitad de los enjuiciamientos por violación en Detroit se cerraron debido a un pago del acusado a la acusadora. Dudo que las cifras sean sustancialmente diferentes hoy en día.

Aún así, no se puede repetir demasiado que la condena de Weinstein representa un tremendo golpe a la inmunidad de la que tanto tiempo gozaron las celebridades que violan. Y si eso significa que pronto necesitaremos una nueva investigación académica, todos podemos estar agradecidos.