CIENCIA
inclusion social y educativa

Fausto, el primer alumno autista que va a la universidad pública

Tiene 24 años y gracias a la lucha de sus familiares y terapeutas hoy estudia Diseño Multimedial en la UNLP. Un documental relata su vida.

Futuro. Fausto quiere estudiar para trabajar en una empresa de informática. En la facultad repara PCs que la gente dona.
| Gza Fausto Tambien

“Quiero ir a la facultad”, le dijo Fausto Celave a su mamá, en uno de sus tantos paseos juntos por la ciudad de La Plata cuando aún estaba en la Escuela Industrial Albert Thomas, donde se recibió de técnico en electrónica. Atrás habían quedado los años en que por su diagnóstico de autismo no le permitían ir a una escuela primaria común y el deseo parecía imposible.
Gracias a la lucha de sus familiares, profesores y médicos, hoy el joven de 24 años estudia Diseño Multimedial en la Universidad Nacional de la Plata (UNLP). Se trata del primer caso de inclusión de un estudiante con autismo en una universidad pública. Su historia estará en la pantalla grande cuando el próximo jueves se estrene el documental Fausto también, dirigido por Juan Manuel Repetto.
 “No hay mucha experiencia de personas con autismo en la universidad. Ahora hay chicos con Asperger que terminan el secundario porque tienen apoyo y se trabaja con los pares, pero hay otros chicos que nunca pudieron terminar por el bullying o por la fobia social”, explica la profesora María Aggio, quien trabaja con Fausto e integra el Servicio de Intervención Relacional del Fleni.
Como a los 2 años Fausto no hablaba creyeron que tenía problemas de audición. Luego de varios estudios le diagnosticaron autismo. “Cuando pregunté a qué escuela podía ir me dijeron que no valía la pena, que con ese diagnóstico un chico y una mesa iban a ser lo mismo”, recuerda Mercedes Torbidoni, mamá de Fausto. Recurso de amparo mediante, pudo ir a una escuela primaria rural que se adaptaba a sus necesidades. Hoy Fausto toca el piano y asiste al Conservatorio de Música en La Plata.
A partir de la solicitud de Fausto, en la Facultad de Informática de la UNLP se realizaron varias reuniones con el decano y los docentes para analizar adaptaciones curriculares y metodologías de evaluación. “Ellos tenían experiencia en integrar personas con hipoacusia o con ceguera pero no con autismo, y nosotros no teníamos
idea de cómo acompañar el proceso en una universidad”, describe Aggio. Pero la tenacidad de Fausto y sus familiares pudo más. “Quiero estudiar para trabajar en una empresa de informática”, dice Fausto, quien cursa en la facultad junto a un acompañante terapéutico. Además, repara las computadoras que la gente dona para escuelas de chicos con discapacidades: “Las armo, las limpio y les instalo programas”.

Equidad. La necesidad de inclusión de personas con trastorno del espectro autista (TEA) en instituciones educativas crece al paso que aumenta el número de casos. Según los CDC de EE.UU. uno de cada 68 niños son diagnosticados con TEA. “Si bien Argentina no posee estadísticas, se calcula que se cumplen estas mismas tasas de incidencia”, informa la organización TGD Padres TEA.
“Hace veinte años la prevalencia era de dos a cuatro casos por cada 10 mil niños. Hoy las investigaciones de los países desarrollados indican uno por cada 80 a 150 niños. La razón de este aumento es multifactorial. El 50% se atribuye a que se conoce más el diagnostico y existe mayor conciencia de la necesidad y los beneficios de la identificación precoz. El restante 50% es atribuido a la conjunción de factores de riesgo genéticos, biológicos y toxicoambientales”, aclara Christian Plebst, psiquiatra infantojuvenil de la asociación Civil Panaacea. “La equidad en el ámbito educativo refiere a la igualdad de oportunidades que debe ofrecerse a todos. No implica dar a todos lo mismo sino dar a cada uno lo que necesita”, indica Verónica Martorello, coordinadora del área de Capacitación de Panaacea.
La familia de Fausto y su equipo de acompañantes terapeúticos están armando una fundación para ayudar a otros jóvenes con TEA que quieran estudiar. “Es fundamental no ponerle un techo a ningún chico y menos a uno con alguna dificultad”, concluye Torbidoni.