Antes de conceder la nota, su asistente hace una advertencia: ocurre que una mujer está en trabajo de parto y Liliana Voto se debe a sus pacientes. Recientemente designada “médica del año” por la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia, tendrá que dar por terminada la entrevista si el bebé –o la madre– no tiene paciencia.
En sus 33 años de trabajo, Voto ha centrado su atención en los controles prenatales para detectar la hipertersión arterial, principal causal de muerte y partos prematuros. “Puede padecerlo hasta el 15 por ciento de las embarazadas, y para el 5 por ciento de ellas es grave”, explica. Como presidenta de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires, impulsa la reducción de la jornada laboral durante la gestación y licencia en el último trimestre.
—Ahí es donde hay que hacer las conquistas, en los aspectos no cuidados: no debe ser un problema que una mujer se embarace.
—¿Por qué lo dice?
—Como sociedad hay que apuntar a una población sana y joven que haga crecer al país, no envejecida como en Europa. La embarazada tendría que ser una reina. Y este es un tema en el que hay más enunciados que acciones. Sólo hace falta decisión de ejecutarlos, porque no es que falte dinero.
—Sorprende esa afirmación cuando la mayoría de los hospitales reclaman más presupuesto...
— Hay que distribuirlo en forma correcta, se podría hacer más de lo que se hace. Hay que subir los salarios, pero también hay que aceitar mecanismos administrativos. Soy muy entusiasta para luchar, quizás algún día lo desarrolle políticamente.
—¿Le interesa una carrera política?
—Sólo para trabajar en serio. Yo no soy funcional a nadie.
El comentario es intencionado. Después de más de cuatro años, en junio Voto fue separada de la dirección del Hospital Fernández de la Ciudad de Buenos Aires. “Mi salida fue una sorpresa, algo que pasó de la noche a la mañana”, comenta. Asegura que dejó el cargo “sin decir sí ni no, ni blanco ni negro”, pero que todavía está esperando explicaciones.
Precoz. Su primer paciente fue un oso de peluche: “Mi papá era empleado de una farmacia y me enseñó a darle inyecciones con jeringas que le sobraban”, recuerda.. A los 4 años, en lugar de jugar a la mamá, alternaba el papel de doctora con el de maestra y le robaba al guardapolvo de la escuela a su hermano mayor. “Fui maestra de grado hasta que me recibí de médica, pero seguí ejerciendo la docencia dentro del ámbito universitario”, cuenta. En la última materia, descubrió su vocación por la obstetricia y el trabajo de investigación. Hoy preside también la Fundación Miguel Margulies de estudios perinatales, nombrada por el profesor de esa clase, con quien trabajó hasta su muerte.
Tiene 57 años, es soltera y se dedica tiempo completo a su profesión: “Yo no logré tener hijos, pero me he prolongado a través de los niños que traje al mundo”, asegura. Uno de esos partos fue el de su sobrino nieto Santino, hijo de Geraldine, que siguió los pasos de su tía y es una de las ginecólogas que atienden en su consultorio.