El sentido común asegura que si alguien alguna vez fue tímido, lo será para siempre. En los últimos 20 años, con todo, los estudios sobre el comportamiento humano revelaron que la timidez, al contrario de lo que ocurre con el color de ojos, es una característica que puede ser modificada. Un niño inhibido no está condenado a ser un adulto retraído.
Publicada en la revista Current Directions in Phsychological Science, la última investigación sobre el tema aporta pistas acerca de cómo se puede ayudar a los pequeños a vencer las inhibiciones. La llave, según los psicólogos de la Universidad de Maryland, en los EE.UU., está en la relación que establece el chico con su madre (¡siempre ella!).
La mamá juega un papel esencial en la timidez del hijo, para bien o para mal. Ella es la que debe estimularlo para que se haga amigos, pero, al mismo tiempo, debe entender que la timidez, en un grado razonable, no es una enfermedad. Sólo se torna un problema cuando aísla al chico del mundo y corre el riesgo de, en la adolescencia, desarrollar trastornos psiquiátricos como ansiedad y fobia social.
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