CIENCIA
el debate de la genopolitica

Ser progre o conservador podría estar en los genes

Un estudio halló que las mujeres que poseen una variante del “gen aventurero” suelen ser más políticamente conservadoras. Pero también influye el medio ambiente.

¿Cómo influyen los genes a la hora de votar? ¿Puede nuestra  genética definir si somos de izquierda o de derecha?.
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¿Cómo influyen los genes a la hora de votar? ¿Puede nuestra  genética definir si somos de izquierda o de derecha? Tradicionalmente la ciencia asumió que las creencias políticas se forman a partir de la educación, los valores familiares o la influencia de los grupos de pares. Pero en los últimos años comenzaron a aparecer nuevas evidencias que muestran que la actitud personal y social hacia ciertas tendencias ideológicas es, al menos en cierta forma, hereditaria. E incluso empezaron a aparecer investigaciones que muestran asociaciones entre la presencia de determinadas variantes genéticas y actitudes políticas concretas.

Aunque generan un fuerte debate, este tipo estudios están conformando un nuevo campo que ya tiene nombre: la “genopolítica”, que sintetiza hipótesis e ideas de la genómica y de las ciencias sociales.

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Un ejemplo de estas investigaciones es un trabajo publicado esta semana en la revista Proceedings of the Royal Society, por científicos de la Universidad Nacional de Singapur. Bajo la dirección del doctor Richard Ebstein, el paper correlacionó las conductas y el ADN de 1.700 estudiantes universitarias. Y encontró que las mujeres portadoras de una variante del gen DRD4 receptor de dopamina (uno de los neurotransmisores que estimulan los circuitos cerebrales del placer) eran personas más proclives a elegir opciones políticas más conservadoras.

Aunque esta modificación genética también estaba presente en los hombres, la correlación no era tan significativa. Hace varios años que Ebstein estudia este gen y ya había logrado establecer relaciones entre los diferentes variaciones y las personas más predispuesta a ser impulsivas o a tomar riesgos financieros más grandes. A tal punto que coloquialmente se lo denominó el “gen aventurero”.

Marco. En un trabajo en el que repasaba este reciente debate sobre genética e ideología, la revista Nature destacó que el primer estudio que logró ensamblar ideas sobre posturas frente al aborto, inmigración, pena de muerte y pacifismo, y unirlas con determinadas variantes genéticas, fue hecho en 1986, aunque resultó ignorado durante dos décadas debido al duro impacto que dejaron en la ciencia las ideas y los conceptos sobre biología, personalidad y eugenesia nacidos a principios del siglo XX y que alcanzaron su pico en el nazismo.

En 2012, el doctor Peter Hatemi, de la Universidad de Sidney, compiló para la revista Trends in Genetics varios estudios de este tema y escribió: “Estamos viendo un nuevo despertar en las ciencias sociales y la pared que hoy divide a la política de la genética está comenzando a derrumbarse”. El actual “rey” de este campo es el antropólogo evolucionista Avi Tuschman, autor del libro Nuestra naturaleza política, donde sostiene que la verdadera fuerza que moldea muchas preferencias ideológicas es la evolución y que eso permite explicar claramente conceptos globales, de todas las culturas como, por ejemplo, la xenofobia. El libro, publicado en 2013, concluye explicando que los “rasgos” políticos de nuestros ancestros los ayudaron en su lucha por la supervivencia.

Sin embargo, no todos los expertos ven posible esa relación: “Me parece que esas ideas son el extremismo del determinismo genético. Una paparruchada, basada en evidencia débil y en el desconocimiento –por ignorancia o conveniencia– del papel de la cultura, la educación, las condiciones socioeconómicas, el mandato familiar y la identificación con líderes por motivos extrapolíticos”, le dijo a PERFIL el biólogo Alberto Kornblihtt, de la UBA.

Por su parte, Marcelo Kauffman, jefe del Laboratorio de Neurogenética del Hospital Ramos Mejía, opinó: “La elección política de una persona o su propensión a adoptar conductas de riesgo es de un reduccionismo y simplificación científica que no resiste el menor análisis. Cuando hay tantas variables culturales o educativas en juego, los elementos genéticos apenas pueden explicar una partecita muy reducida de ese rasgo”.


Razón versus emoción a la hora de elegir
¿Somos racionales a la hora de elegir candidatos? “Sabemos que nuestras decisiones buscan resultados óptimos. Y elegimos racionalmente sobre cosas fáciles: algo caro o barato. Pero cuando la comparación entre opciones es compleja, nuestro cerebro ya no logra la mejor decisión en forma óptima y debe recurrir a la “heurística”, que es pensar en cosas parecidas que le hayan dado resultados”, explicó Andrés Babino, investigador del Conicet y miembro del Laboratorio de Neurociencia Integrativa. Por ejemplo, ¿cómo elegir el mejor entre decenas de marcas de champú de una góndola? Ante esa situación se termina optando por el más caro, porque el cerebro hace una analogía entre ambos conceptos. “Estas decisiones heurísticas también se usan ante opciones políticas, especialmente si se trata de alternativas complejas u opciones ambiguas. Y en esos modelos mentales heurísticos pesan mucho los afectos o la asociación implícita con cosas que nos dan placer o nos agradan”, explicó Agustín Ibáñez, doctor en Neurociencias Cognitivas y director del Laboratorio de Psicología y Neurociencias de Ineco.