Al llegar a las 100 mil muertes por coronavirus se viralizó una parte del reportaje que le realicé a Alberto Fernández en junio del año pasado cuando dijo: “Prefiero tener 10% más de pobres que 100 mil muertos”. El ex presidente Macri citó esa frase para remarcar lo que es el pensamiento natural frente a ella: finalmente tuvimos las dos calamidades, 10% más de pobres y los 100 mil muertos.
Hace poco más de un año la controversia era sobre si aplicar o no cuarentenas largas, lo que generó un debate resumido en agregar 40 mil muertos por coronavirus sin cuarentenas o una cifra similar con cuarentenas pero de otras enfermedades producidas por la crisis social, económica y afectiva en los años venideros.
Las comparaciones sobre vidas son siempre escatológicas, como quienes hicieron notar que los muertos en la Guerra de Malvinas fueron menos del 3% de las del coronavirus, o que la cantidad de personas fallecidas en el derrumbe del edificio en Miami es similar a las del atentado de la AMIA.
Comparados con Chile podríamos haber tenido 80 mil muertes por coronavirus en lugar de las 100 mil argentinas
El cálculo que corresponde es siempre sobre aquello que se hubiese podido evitar. Como en nuestro caso más cuarentenas era inaplicable, el foco se debe colocar entonces en la mayor cantidad de vacunas, agregando las norteamericanas y adelantando la entrega
de las de China.
El país que siguió esa estrategia fue Chile –junto con Israel los ejemplos de mayor porcentaje de población vacunada–, que recibió 1,8 millones de vacunas Pfizer y anticipó el recibimiento de vacunas chinas. Y como de los 100 mil muertos por coronavirus en Argentina 30 mil fueron en 2020, previo a que se aplicaran vacunas, la pregunta es cuántas de esas 70 mil muertes de 2021 se podrían haber salvado con algunos millones de vacunas Pfizer y una llegada más temprana de vacunas chinas, sumadas a las de AstraZeneca y Sputnik dado nuestra mayor población.
Una forma de responder a esa pregunta reside en ponderar las muertes por millón de habitantes de Chile y Argentina, y calcular cuántas personas menos podrían haber fallecido si hubiéramos vacunado tan rápido y proporcionalmente tanto como Chile. Nuestro vecino trasandino tiene 19 millones de habitantes y acumula 34 mil muertos por coronavirus; como Argentina tiene 45 millones, la proporción daría 80 mil muertes.
Chile es el país más exitoso de Sudamérica en términos de eficiencia económica. Dado que los países en sus exportaciones venden también la eficacia de su Estado cuyas cargas se integran en el costo y el precio del producto, es lógico suponer que el Estado de Chile también sea más eficiente y por tanto inadecuado compararlo con el argentino porque su ineficiencia no nació con el gobierno de Alberto Fernández.
Comparando con otro país donde la administración pública es de igual excelencia que la nuestra, Brasil, la cuenta es la siguiente: nuestro principal socio del Mercosur tiene 210 millones de habitantes y acumula 539 mil muertes por coronavirus; como Argentina tiene 45 millones, la proporción daría 115 mil fallecidos.
Pero Brasil tuvo un presidente como Bolsonaro que al igual que Macri comenzó pensando que el coronavirus era una gripe apenas más fuerte y logró que se hicieran menos cuarentenas en las zonas del país donde contó con gobernadores afines. El costo económico de Brasil terminó siendo significativamente menor: 4% de caída del producto bruto en 2020 contra casi diez de Argentina. Pero nuestro país ya venía con un arrastre de caídas del PBI los dos últimos años de Macri de alrededor de 2% anual que, restado de la caída en 2020 de la economía argentina, de 10%, daría 8%.
O sea, respecto de Chile la diferencia podría ser 20 mil muertos comparando con un país que priorizó la salud, y respecto de Brasil –con similar proporción de fallecimientos– 4% más de caída del producto bruto, o 10% más de pobres al comparar con un país que priorizó la economía.
Siempre es fácil ver cuáles hubieran sido las decisiones correctas en cada momento una vez que los hechos ya se produjeron, pero las comparaciones son válidas independientemente de que sean más o menos justas dependiendo de la subjetividad de cada uno.
Hecho el balance del pasado no se puede dejar de prestar atención a esta especie de montaña rusa a la que nos somete el coronavirus. Con la confirmación de que las vacunas eran efectivas, al día siguiente de la derrota de Donald Trump en las elecciones norteamericanas de noviembre, hubo un renacimiento del optimismo en todo el mundo imaginando que el coronavirus iba a estar vencido en aquellos países que contaran con vacunas suficientes pocos meses después de aplicarlas masivamente.
Países que vacunaron mucho vuelven a tener rebrotes de contagios. El coronavirus está siendo una montaña rusa
Pero ahora nuevamente crecen los contagios en Europa y Estados Unidos a pesar de las vacunaciones exitosas. Países asiáticos productores de vacunas que las exportaban en mayor proporción que las aplicaban pasaron a vacunar compulsivamente a toda su población: China decidió aplicar a sus habitantes 1.300 millones de vacunas. Países más pequeños que habían vacunado mucho, al punto de poder dar por superada la pandemia, o creer hacerlo, vuelven a tener rebrotes.
En Argentina, a pesar de que baja el ritmo de nuevos casos, el espejo anticipado del hemisferio norte aumenta el escepticismo respecto de que en la primavera, con el aumento de la temperatura y la mayor vacunación, demos vuelta la página. El coronavirus se empecina en acompañarnos en 2022 desparramando su cuota de muerte, carestía y sufrimiento.