Quince días separan el 10 del 25 octubre. Apenas nueve días de bancos y mercados. Sólo ocho días hábiles antes de la veda electoral. Y uno solo duerme tranquilo: Sergio Massa, quien saliendo tercero por arriba de veinte puntos, ya ganó. Con su juventud política, veinte puntos le dan veinte años más de política. Igual Massa dice que está a sólo tres puntos de Macri, y por la tendencia con que viene lo pasaría antes del domingo 25 y sería él quien competiría contra Scioli en un eventual ballottage. Esos no son los números que manejan en el PRO, donde la ventaja de Macri sobre Massa es de ocho puntos y, además, registran un cambio de tendencia tras el caso Niembro: la recuperación de un punto de Macri y la detención del crecimiento de Massa, que se había acelerado. En el sciolismo miden la ventaja de Macri sobre Massa entre ocho y cinco puntos; creen muy poco probable que Massa alcance a Macri, pero no imposible: si fueran ocho puntos de diferencia, Massa sólo tendría que aumentar cuatro para empatarle si los mismos cuatro que ganara los perdiera Macri. Y si la diferencia fuera de cinco puntos, sólo tendría que aumentar dos y medio.
Sergio Bendixen, el gurú de Massa, pone el ejemplo de las elecciones en Brasil del año pasado, donde hasta una semana antes los sondeos daban 40% para Dilma, 24% para Marina Silva y 21% para Aecio. Y terminó siendo 42% para Dilma, 33% para Aecio y 21% para Marina Silva, y después fue Aecio quien compitió con Dilma en el ballottage.
Por el contrario, el gurú de Macri, Jaime Duran Barba (conocedor de las desventuras de Marina Silva por haberla asesorado en la anterior campaña presidencial, donde le fue mejor), sostiene que sucederá exactamente al revés de lo que prevé Bendixen: que al acercarse el día de la votación habrá una migración de voto de Massa a Macri recorriendo el camino del “voto útil”. Ese es el abracadabra del PRO: “voto útil”, las palabras mágicas que abran la puerta al ballottage reduciendo la diferencia con Scioli a no más de nueve puntos. Ese voto útil por la polarización entre Macri y Scioli no sólo precisa reducir a Massa, también apela a los votantes de Margarita Stolbizer, los cuales le serían proporcionalmente más útiles porque si en la última semana –como imagina Duran Barba– se achicara el caudal de Massa drásticamente, habría un punto a partir del cual se podría beneficiar a Scioli agregándole la parte peronista de los actuales votos de Massa con los que gane en primera vuelta.
La primera prioridad de Massa es que Scioli no sea electo presidente, tanto porque su esposa, Malena, quedó con una aversión imborrable después de que entraran a su casa para amedrentarlos durante la campaña electoral 2013 como porque si Scioli pasara a retiro, y con el PJ en la oposición, Massa cree poder erigirse como conductor de esa diáspora peronista en mejores condiciones que Urtubey y Randazzo. Pero puede terminar favoreciendo que Scioli llegue a la presidencia si logra alcanzar a Macri y ambos tuvieran el 26% y Scioli 40%. Cada punto que Massa le saque a Macri puede ayudar a que Scioli obtenga los diez puntos de diferencia sobre el segundo que precisa para no ir al ballottage. Ya hubo una comida entre Massa y Macri con sus esposas, donde se prometieron apoyo mutuo a quien llegue al ballottage, pero eso no alcanza a constituir una verdadera coordinación estratégica entre los dos desafiantes a Scioli en primera vuelta.
Al revés, para Macri la primera prioridad no es que Scioli pierda, sino ser él mismo electo, y se podría vaticinar que, en una eventual presidencia de Scioli, Macri colaboraría mucho más con un gobierno de un signo diferente al suyo que Massa a pesar de ser peronista. La relación personal entre Macri y Scioli es mucho mejor que la que existe entre Massa y Scioli o entre Macri y Massa. Todos le asignan a Massa un carácter impredecible y una ambición tan irrefrenable que lo coloca siempre al límite de poder incumplir cualquier acuerdo.
Un espejo aumentado del dilema de los candidatos presidenciales se da en la provincia de Buenos Aires, donde tanto Scioli (aunque no lo confiese) como Macri y Massa no quieren que Aníbal Fernández sea electo gobernador, lo que hoy es probable porque, al no haber ballottage en ese distrito, gana con sólo un voto de diferencia.
Si Macri y Massa hubieran ido juntos en el distrito bonaerense, Aníbal Fernández no tendría ninguna posibilidad de ganar, porque, a diferencia de Scioli, Fernández tiene un alto porcentaje de voto negativo. Pero a esta altura se hace casi imposible cualquier alianza ortodoxa, como que el Frente Renovador o el PRO baje su candidato a gobernador, porque perjudicaría las posibilidades de sus intendentes.
Lo único posible sería que una semana antes de las elecciones, si Massa confirma que no tiene posibilidades de superar a Macri en primera vuelta, combinara con sus candidatos a intendente que, aun manteniendo formalmente la candidatura de Felipe Solá, ellos promuevan el corte de boleta a gobernador votando presidente, parlamentarios al Mercosur, diputados nacionales, legisladores provinciales, intendentes, concejales y consejeros del Frente Renovador, pero gobernador del PRO.
Paralelamente, Scioli y Macri esperan que la última semana suceda algo (equivalente al cajón que quemó Herminio Iglesias en 1983) que modifique la tendencia. En síntesis: ajustado final abierto.